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ESPECULARES – septadécima serie

Posted on 22 noviembre, 2016

Crítica ficción
 
 
Alfredo Gurza
 
 
Imágenes del invaluable acervo que resguarda el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) en diálogo con fabulaciones e invenciones, ejercicios de imaginación a manos libres, a manera de espejos en recíproco reflejo, que así revelan afinidades y contrastes inesperados, entrelazamientos bajo las superficies, sugerentes resonancias. Una propuesta de recirculación de este patrimonio para contribuir a la generación de nuevos públicos y al fortalecimiento del Cenidiap como referente para la comunidad nacional e internacional de investigadores, documentalistas y creadores.
 
 

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Leopoldo Méndez en el taller, ca. 1950, Fondo Leopoldo Méndez, Cenidiap/INBA.

“Tengamos presente el peligro de caer en una suerte de metafísica del trabajo, de absolutizar la actividad ninguneando sus determinaciones específicas. Son cosas que deberíamos tener en claro, pero desde luego no es así y la evidencia cotidiana así lo indica. Sin embargo, las instancias de creación como efectivo libre juego de las facultades, como embeleso y a la vez transformación, ciertamente orientan la reflexión hacia esa esfera intuida de la autoproducción emancipada de la especie. No quiero que se me acuse de una suerte de desviacionismo zen, por así decirlo, pero la noción de un no-estado de reconcentración de las potencias humanas, de gran intensidad estética, me viene a la mente al considerar estos procesos en los que la unidad del todo permite o exige esperar que el principio organizador valga en cada instancia, por ese acto de la voluntad que consiste en imponer un orden, una justicia, a la materia. No es cuestión de oponer la creatividad intelectual a la banalidad manual, según el insidioso prejuicio racionalista, sino por el contrario de subrayar lo que a falta de una mejor expresión llamo la sensualidad intencional, para aludir a esa integración, breve y libre, de todas las facultades en un instante que es toda una historia. Pienso en la titilación que sobreviene al momento de manipular las herramientas y los signos, es decir, en la dimensión propiamente estética (sensorial, afectiva, imaginativa) del proceso de producción artística. Insisto: del proceso de producción mismo, no sólo del consumo. Me parece un punto de suma importancia y lamento que para desarrollarlo no pueda echar mano sino de mi reconocida impericia conceptual, así que debo pedirles que sean pacientes”.
 
Carsten Kehrman, “Elogio cordial de un idealista a un materialista”, en La lección de estética: ensayos en homenaje a Josif Stankovic, Ludwigsburgo, Instituto Schiller, 1980.
 
 


 
 
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Receta del veterinario Pedro Velasco para Francisco Goitia, Xochimilco, 26 de junio de 1959, Fondo Francisco Goitia, Cenidiap/INBA.

“Esos miserables creen que no sé lo que traman. Se equivocan, no me han reducido tanto todavía. Me retacan de bromuro de potasio, me lo ponen en un empaque de bicarbonato para la indigestión. ¡Como si fuera yo un imbécil! Lo que quieren es apagarme los sesos, desenchufarme la corriente. Me puse a investigar a sus espaldas. Es un antafrodisiaco, un remedio inventado por eunucos para vengarse de los superdotados. Los iones neutralizan las descargas eléctricas en la corteza cerebral. Por eso me lo dan, para castrarme en cuerpo y alma. Y para mayor humillación ni siquiera me recetan fenobarbital, que sí es para gentes: el bromuro de potasio ya sólo se usa para tratar las convulsiones de los perros, nomás lo usan los veterinarios. Así de desproporcionado es su odio, así de intenso el miedo que les provoca mi hombría. Me quieren tener encadenado para roerme las entrañas. Pero no se les va a hacer: ¡yo soy mucho Prometeo para Furias tan entecas!”
 
Juan Diego López, Confesión de pelo y palo, Acto I, monólogo de Don Tiziano, Irapuato, 1975.
 
 


 
 
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Estados de cuenta por estudios radiológicos realizados a Diego Rivera, Ciudad de México, 1957, Fondo Diego Rivera, Cenidiap/INBA.

“Deturpado

—a saber si por alguna cruel herencia

o por pura mala pata medioambiental—

me hallo ahora,

y confuso,

sitiado en esta sala blanca

con un muro de cuadros a trasluz

que presagian mi negrísimo futuro;

los aperos con que mi animula

labra la materia que me hace;

los engranes y los muelles

de esta máquina viscosa

(para mí entrañable por definición);

son el tema apabullante

de esta triste exposición.

La factura es estupenda;

la solución plástica, original;

y qué decir del color, la línea,

el trampantojo;

pero no me engaño,

no podría aunque quisiera:

mi final está ahí en doce vistas,

muy a pesar mío,

genialmente figurado”.
 
Luc Gréville, “Radiológica”, en Pequeños versos para andar por los pabellones, Lyon, 2014.
 
 


 
 
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Carta del director del Museo Nacional de Historia a Leopoldo Méndez con motivo del retraso en los trabajos preliminares de un mural conmemorativo de los Niños Héroes, Ciudad de México, 22 de septiembre de 1959, Fondo Leopoldo Méndez, Cenidiap/INBA.

“Mi muy estimado ingeniero:

No sin pena respondo a su atenta del día 14, toda vez que me parece que hemos caído en un laberinto de papel. Siento que estamos como los dos briagos aquellos que al término de la juerga insisten amablemente en acompañarse recíprocamente a casa, de tal suerte que van y vienen de un domicilio al otro en un interminable lance de etílica cortesía. Así nosotros: releo nuestro ya profuso intercambio de gentiles reconvenciones y nada más no veo cómo hemos de zanjar la cuestión. Quizá sea un problema de semántica, una engorrosa confusión que amenaza con agriar lo que siempre ha sido, al menos por cuanto toca a mis consideraciones, una relación seria y provechosa; no, más: una amistad. Cuando Malevich aborda el difícil problema de las palabras y las cosas (y no traigo esto a cuento para eludir una respuesta definitiva, distrayendo su atención y malgastando su tiempo con un rodeo inútil), sugiere imaginar una despensa repleta de recipientes en cuyas tapas un diligente cocinero puso una etiqueta para indicar el contenido respectivo; con el paso del tiempo, por la negligencia de sus ayudantes, tapas y recipientes ya no se corresponden necesariamente, pero un hábito enraizado hace que todos crean todavía en la justeza de la denotación. Por ahí va, tal vez, nuestro desencuentro. Cuando usted me habla (con un dejo de molestia, ¿fastidio?, en la insistencia) de “obra”, “entrega”, “plazo pactado”, “falta de profesionalismo”, “’ética”, “Departamento Jurídico”, etcétera, ¿no será sencillamente que no hemos advertido aquel revoltijo de las tapas? Quiero creer que para allanar nuestro camino bastará con que acordemos entre ambos lo que han de significar las palabras que crucemos. Ahora mismo me dispongo a ir al aeropuerto, estaré tres meses fuera del país, pero tenga la certeza de que me comunicaré con usted a mi regreso. Le refrendo mi más alta estimación y le ruego haga llegar mis saludos a su señora esposa”.
 
Carta del maestro Ángel Borunda al ingeniero Felisberto Heinevetter, Ciudad de México, 10 de agosto de 1967.
 
 


 
 
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Diego Rivera, respuestas a un cuestionario, fragmento sobre su concepto de la moral, s/f. Fondo Diego Rivera, Cenidiap/INBA.

“Así andamos todos, condenados con arreglo a la ley universal del castigo por contrapasso: habiéndonos avenido con la impasibilidad, con la criminal indiferencia ante el espectáculo obsceno de la ruina de este mundo, henos aquí malgastando las horas y el deseo en esta carrera frenética y absurda tras el esperpento cruel del propio interés estulto que raja nuestra común humanidad y nos desyema. Del desdén pasivo a la crueldad activa hay menos que un paso, y lo damos a cada oportunidad sin miramientos. La parodia de la vida se acompaña siempre de un remedo de moral, con los vicios por virtudes, las mermas por potencias. La ejemplaridad de quien erige sin desmayo, así sea sobre la arena, el bienvivir que es ser con todos se troca en el vehemente indicio y la condena de una ingenuidad morbosa cuyo contagio debe impedirse a toda costa. La partera de la Historia arroja abortos y nos complacemos en adornarlos con tules y listones para su grotesca emulación”.
 
Belmiro Borreiro, Cartilla para disyuntos, Cuiabá, 1896.
 
 


 
 
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Roberto Montenegro, Caballo, ca. 1949. Fondo Roberto Montenegro, Cenidiap/INBA.

“Leemos en la Escritura: ‘Y cuando abrió el tercer sello, oí al tercer animal que decía: Ven y ve. Y miré, y he aquí un caballo negro: y el que estaba sentado encima de él tenía una balanza en la mano. Y entonces oí una voz en medio de los cuatro animales que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario: y no hagas daño al vino ni al aceite’. Una vez más, la revelación nos interpela en tiempo presente. El tercer Jinete del Apocalipsis abisma al mundo en la hambruna, pero se trata de una maldición selectiva, diseñada en razón de un cálculo económico muy preciso; una prescripción tecnocrática que refuerza la barbarie de la ley del valor. De ahí la importancia de la balanza y de la instrucción: hacer de modo que los medios de subsistencia de las masas empobrecidas (el trigo y la cebada) se enrarezcan al nivel máximo tolerable (tolerable no para aquéllas, por supuesto, sino para la reproducción ampliada del modelo), mientras se garantiza la producción de los bienes de lujo para los amos (el vino y el aceite). Así se refuerza en la esfera del consumo la contradicción fundamental del sistema, y con ella la aborrecible jerarquización discriminante de las necesidades humanas. Es la desigualdad como sentido común: quien vale más merece más, mejor y primero. Se prioritiza la satisfacción de la demanda suntuaria, de lo rentable, porque —se nos dice— así lo indica el mercado omnisciente, cuya mano invisible lava las de quienes perpetran sin chistar el fraticidio”.
 
Edigenia Amorim, “Pastoral del hambre”, en Voces de aliento para el milenio, Sao Paulo, Glaucio Botelho ed., U. D. T. editores, 2002.
 
 
 
 

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