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El oscilar del tiempo

Posted on 21 febrero, 2018

María Eugenia Garmendia Carbajal
 
 
Apenas despuntaba el día… el reloj marcaba las 7:19 horas cuando un movimiento telúrico trepidatorio y oscilatorio cimbró la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985. Dos minutos bastaron para dañar y derrumbar edificios que acabaron con la vida de miles de personas que residían o trabajaban las delegaciones Cuauhtémoc, Venustiano Carranza, Benito Juárez, Gustavo A. Madero, Miguel Hidalgo y parte de Coyoacán. El terremoto tuvo una intensidad de 8.1 grados de magnitud con epicentro en las costas del Océano Pacífico, entre los estados de Michoacán y Guerrero, y su réplica de 7.6 grados de la noche siguiente acabó de derribar los edificios estructuralmente afectados.
 
 
Quienes vivimos ese suceso fuera del área donde chocaron las ondas que causaron la catástrofe no nos imaginamos la trascendencia devastadora que causó el siniestro. Corrimos a resguardarnos bajo el marco de la puerta como nos habían enseñado nuestros padres a esperar que dejara de temblar, minutos después sólo alcanzamos a exclamar… ¡Estuvo fuerte!, y nos preguntamos: ¿todos bien? Salimos al trabajo, los niños a la escuela, pero conforme pasó el tiempo nos empezamos a dar cuenta de los daños ocasionados. La señal de Televisa se interrumpió y por espacio de cinco horas las estaciones de televisión, más no las de radio, estuvieron fuera del aire. Jacobo Zabludovsky, a través de XEW Radio se dio a la tarea de trasmitir lo ocurrido desde un teléfono instalado en su automóvil. Inició el recorrido por la Paseo de la Reforma: “Desde aquí, desde Chapultepec hasta el Zócalo, no veo nada anormal. El tránsito está fluido, los semáforos están funcionando en Paseo de la Reforma. Yo sentí este temblor muy prolongado, pero no tan fuerte como aquel que tiró el Ángel. Como que nos trató suavecito, como que nos estaba meciendo como en una cunita…”.(1)
 
 
Conforme siguió el recorrido, la magnitud del siniestro se fue revelando. En minutos, la fuerza destructiva de la naturaleza cubrió de dolor y duelo a miles de familias; fue tan fuerte el impacto de la tragedia que paralizó al gobierno del presidente Miguel de la Madrid, y ante la falta de acción inmediata de las autoridades para enfrentar la catástrofe emergió una incipiente sociedad civil que levantó sus manos para ayudar a remover escombros, rescatar vidas, trasladar heridos, proveer herramientas, alimento e improvisar refugios. Manos que se convirtieron en el símbolo de la solidaridad del pueblo de México ante la adversidad.
 
 
Treinta y dos años después de este fatídico suceso la historia se repite. El 19 de septiembre de 2017 a las 13:14 horas México volvió a revivir la tragedia. Un sismo de magnitud 7.1 con epicentro a 12 kilómetros de Axochiapan, Morelos, en los límites entre ese estado y Puebla, sacudió la capital del país con violencia y afectó principalmente las mismas zonas destruidas años atrás, esta vez incluyendo a las delegaciones de Tlalpan y Xochimilco. Los que vivimos el terremoto de 1985 dimensionamos el suceso y su fuerza devastadora; el tiempo retomó su papel protagónico y despiadadamente osciló, otra vez, entre la vida y la muerte. Renació el temor, la ansiedad por las inminentes réplicas, la búsqueda de los familiares perdidos y la posibilidad del encuentro con la destrucción total.
 
 
Tras de la experiencia devastadora del terremoto de 1985 el gobierno había fortalecido los programas de protección civil; modificó el reglamento de construcción; creó el sistema de alerta sísmica; implantó medidas de seguridad en escuelas, oficinas y espacios públicos y estableció la práctica de simulacros de evacuación. Estas medidas sin duda alguna ayudaron a minimizar los efectos catastróficos causados por este nuevo movimiento telúrico. Sin embargo, hubo varios inmuebles de reciente construcción que colapsaron, lo que hace cuestionar si hubo negligencia, falta de supervisión por parte de los contratistas y/o corrupción de las autoridades que permitieron su edificación.
 
 
Estos momentos trágicos de nuestra historia quedaron registrados de distinta manera. El terremoto de 1985 principalmente en prensa, en las crónicas del comunicador Jacobo Zabludovsky, en el trabajo sin descanso de varios locutores, entre ellos, Héctor Martínez Serrano, Pedro Ferriz, Adriana Pérez Cañedo, Carlos Monsiváis, y tres años después en el libro de Elena Poniatowska Nada, nadie. Las voces del temblor. En el sismo del pasado 19 de septiembre los medios de comunicación y las redes sociales fueron las que se ocuparon de la noticia.
 
 
Tanto en el temblor de 1985 como en el de 2017 el principal protagonista fue la sociedad civil, que salió de inmediato a las calles y ofreció sus manos para picar y levantar piedras, para llevar agua, comida, herramientas. Los jóvenes de 1985 y los milenials de 2017 dejaron a un lado distinción social, credo e ideología y actuaron ante la adversidad poniendo todo su corazón y la energía que corría por su cuerpo para colaborar y ayudar a mitigar el dolor de un México herido.
 
 
El reconocimiento a la labor de la sociedad civil en el terremoto de 1985 no sólo quedó registrada en las crónicas de la época, sino que se plasmó en el mural Homenaje al rescate heroico de 2,300 personas que el pintor guanajuatense José Chávez Morado realizó entre 1988 y 1989 durante la reconstrucción de la parte dañada del Centro Médico Nacional de la Ciudad de México, hoy Centro Médico Nacional Siglo XXI. Este mural es considerado la única manifestación artística de trascendencia que consignó y representó la tragedia que se vivió esa mañana del 19 de septiembre. A Chávez Morado se le otorgó el muro derecho que corre a lo largo de la escalera del vestíbulo principal. El artista optó por emplear placas de mármol rosado con las que cubrió una superficie de dimensiones considerables, la cual esgrafió con base en incisiones hechas con cincel y esmeril, abriendo surcos para lograr el efecto expresivo de una xilografía. De esta manera la tragedia quedó grabada y gracias al material empleado permanece en pie sin sufrir daño alguno.
 
 

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Imagen tomada del Centro Único de Información (CUI) Ignacio García Téllez (Archivo Histórico), Centro Médico Nacional Siglo XXI.

Sin duda alguna este mural debe ser considerado como un documento histórico que da testimonio de un suceso catastrófico, que vuelve a cobrar vigencia con este nuevo terremoto. Lo que sucedió en 1985 se repite, y su temática renace con fuerza para volver a rendir homenaje al coraje, valentía y solidaridad de la sociedad civil, así como a la humanidad con la que médicos y enfermeras atendieron a miles de heridos. Esta obra es un canto de esperanza que anima a la construcción de un México nuevo, que se edifica a partir del enfrentamiento de los opuestos para despertar conciencias: vida-muerte, renacer y volver a morir, justicia-injusticia, edificación-destrucción-reconstrucción. Conceptos que dialogan entre sí y se manifiestan en cada una de las cinco escenas que componen el mural.
 
 
Chávez Morado invitó a excelentes artistas a colaborar en su realización, por lo que se considera que se trata de un mural colectivo. Formó tres equipos de trabajo. Él elaboró el diseño y llevó a cabo la supervisión de la obra; Jorge Best estuvo a la cabeza del grupo encargado de la ampliación y calca del diseño al muro; Joaquín Gutiérrez lideró el equipo que ejecutó la incisión y la cuadrilla de Javier Medina se abocó a la aplicación de color.
 
 

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Imagen tomada del Centro Único de Información (CUI) Ignacio García Téllez (Archivo Histórico), Centro Médico Nacional Siglo XXI.

En la primera escena lo que llama la atención es la presencia de un árbol majestuoso con figuras humanas, nombres en sus ramas, el logo/símbolo del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y una maqueta. Todos los elementos indican que el artista inició su relato centrándolo en la importancia de la creación del IMSS, que desde su “fundación en 1943, dio inicio al proceso de construcción de hospitales en todo el país, que llegó a su culminación en los años 50 y 60 al realizarse el Hospital de La Raza y el Centro Médico Nacional, ambos del arquitecto Enrique Yáñez”.(2) Institución pionera encargada de la seguridad social de trabajadores, obreros y campesinos de México; grupos representados en recuadros al lado del médico, del enfermero y del investigador que simbolizan, al igual que el árbol, la fuerza que sostiene el ideal de la comunidad médica. Comunidad que vio destruido su centro hospitalario y pese a la tragedia y al dolor sacó fuerzas para atender a las víctimas del sismo.
 
 

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José Chávez Morado, Homenaje al rescate heroico de 2,300 personas, 1989.

Los nombres que aparecen en las ramas pertenecen a personajes importantes dentro de la política mexicana, del sector educativo, de la comunidad científica y del IMSS, como es el caso de Ignacio García Téllez, quien desempeñó el cargo de secretario de Gobernación, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y primer director del IMSS de 1944 a 1946. Benito Coquet Lagunes fungió como director de la misma institución de 1958 a 1964, durante su gestión fundó la bases para que los trabajadores recibieran beneficios más allá de la atención médica: creó el “Centro Vacacional Oaxtepec, la Unidad Independencia, el Centro Médico Nacional, los Centros de Seguridad Social para el Bienestar Familiar y 70 teatros dentro de la República Mexicana”.(3) La importancia del Dr. Ignacio Morones Prieto giró en torno a las campañas que impulsó contra el tifo, la viruela, el bocio, el paludismo, para lograr erradicar este último en el estado de Nuevo León. Fue titular de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, creó el Centro Médico Nacional y fue director del IMSS de 1965 a 1970. Los doctores Bernardo Sepúlveda Gutiérrez, Luis Méndez Hernández, Luis Castelazo Ayala y Federico Gómez Santos están considerados en esta genealogía por sus contribuciones dentro de distintas ramas de la medicina.
 
 

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José Chávez Morado, Homenaje al rescate heroico de 2,300 personas, 1989.

Las afectaciones por el movimiento telúrico son representadas por una grieta ancha y profunda de color ocre que cruza el mural para dar paso a la segunda escena de gran agitación y movimiento: el rescate de 2 300 personas, en donde se ven hombres heridos sacados de los escombros al mismo tiempo que otro es cargado por manos vigorosas; todos llevados al hospital donde son atendidos por médicos y enfermeros. La gráfica del terremoto, la fecha y hora quedan registradas en la piedra como si quisieran detener el tiempo y congelar la escena.
 
 

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José Chávez Morado, Homenaje al rescate heroico de 2,300 personas, 1989.

El tercer tramo narra el momento cuando la sociedad civil salió a las calles y formó cadenas humanas para remover escombros y rescatar cuerpos con sus manos solidarias. Instante en el que la ciudad destruida confrontó a sus habitantes ante la desesperanza de ver su patrimonio perdido. No obstante, frente a este panorama sombrío del momento, que es enfatizado aún más por la presencia de una rama caída aparentemente consumida por el fuego, Chávez Morado levanta sobre tres manos gigantes el símbolo de nuestra patria: el águila parada sobre un nopal que tomó de la primera página del Códice Mendocino y que narra la fundación de Tenochtitlán por los mexicas en 1325. Tal vez el artista plasmó este símbolo para recordarnos que somos un pueblo de raza guerrera que no se doblega ante la tragedia y se levanta ante la adversidad.
 
 

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José Chávez Morado, Homenaje al rescate heroico de 2,300 personas, 1989.

La siguiente escena se une a la anterior por medio del renacimiento de la rama quemada, ahora floreciente y con la presencia de un pájaro que continuará con su misión de esparcir vida por medio de la polinización. El mensaje queda claro: después de la tormenta viene la calma. Sin embargo el artista se ingenió para que no quedara en el olvido la inconformidad que surgió en la sociedad después del sismo por la ineficiencia del gobierno de Miguel de la Madrid, al poner en primer plano un grupo de manifestantes en demanda de casa, agua, luz, salud, trabajo, cultura, escuela, libros y deporte. “El 27 de septiembre, apenas una semana después del temblor, se realiza la primera movilización de damnificados hacia Los Pinos. Más de 30 mil personas desfilan en silencio con tapabocas y cascos, símbolos de los rescatistas. Demandan la expropiación de predios, créditos baratos, un programa de reconstrucción popular y la reinstalación de los servicios de agua y luz”.(4) La falta de humanidad y desinterés con la que el gobierno trató las demandas de los damnificados hacinados en campamentos originó que se organizaran y “superada la primera etapa de emergencia, el 24 de octubre, cerca de cuarenta organizaciones vecinales crean la Coordinadora Única de Damnificados (CUD).(5)
 
 
El último tramo del mural está destinado a la reconstrucción de la ciudad, misma situación en la que 32 años después se encuentran los damnificados de diversas municipios de los estados de Morelos y Puebla en espera de la edificación de sus viviendas afectadas por el terremoto del 19 de septiembre de 2017.
 
 
La obra de Chávez Morado obliga a reflexionar sobre el importante papel que juega el arte en eventos catastróficos, dolorosos y devastadores que causan desasosiego en la humanidad, desestabilizan sociedades y economías. El artista plasma el suceso, consigna errores, aciertos y convierte su obra en un auténtico testimonio para la posteridad, para permitir su permanencia en la memoria histórica.
 
 
 
 
Notas


[1] https://www.youtube.com/watch?v=x1m0A0hgf50. Consulta: 18 de julio, 2017.

 

[2] Alejandro Ochoa Vega, “La arquitectura del IMSS. Obras”, https://www.obrasweb.mx/construccion/2007/01/01/la-arquitectura-del-imss. Consulta: 18 de enero, 2018.

 

[3] Héctor Rivera J., “Benito Coquet rememora su paso por el Seguro Social y el gran proyecto teatral que animó”, Proceso, núm. 2153, 28 de diciembre de 1991, benito coquet rememora su paso por el seguro social y el … – Proceso. Consulta; 24 de octubre, 2017.

 

[4] J. Ramírez, “Ciudadanos tomaron la ciudad”, La Jornada, 11 de septiembre de 2005, www.jornada.unam.mx/2005/09/11/mas-jesus.html.Consulta, 13 de agosto, 2017.

 

[5] Idem.

 
 
 
 

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