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Antonio González Orozco

Posted on 30 julio, 2019

Guillermina Guadarrama Peña
 
 
Quiero empezar con una frase del maestro González Orozco que lo retrata como el muralista que decidió ser: “No encuentro nada comparable al placer de estar trepado en lo alto de un andamio, algo así como en un improvisado trono, sabedor de que, en ese preciso momento, ya en plena gestación, está tomando forma una obra que a la postre habrá de trascender”. Eso es justamente lo que ocurre con los murales que el maestro ha realizado. Sus obras han trascendido de una u otra manera, este homenaje es una muestra de ello.
 
 
¿Cómo fue su camino hacia el arte mural? Es de sobra conocido que desde sus primeros estudios de arte que realizó con el muralista Leandro Carreón, en su natal Chihuahua, practicó este género plástico. En 1937 Carreón pintó en el entonces Instituto Científico y Literario, hoy Paraninfo Universitario, y en la década de 1950 lo hacía en la estación de Ferrocarriles Nacionales de Chihuahua. Aconsejado por su maestro, González Orozco decidió estudiar en la Antigua Academia de San Carlos en la Ciudad de México. En 1953 tomó un curso sobre mural con Diego Rivera, lo que aumentó su motivación por ese género plástico que había atraído a artistas de tantos países.
 
 
Su práctica mural no fue inmediata, tal vez porque regresó a su estado natal y se dedicó a la docencia, pero pronto retornó a la Ciudad de México para trabajar en el Museo Nacional de Historia, lugar propicio para la actividad mural. Este recinto, por su vocación educativa, requería obras plásticas que dieran cuenta visualmente de las diferentes etapas históricas y complementaran los documentos y diversos menajes expuestos.
 
 
El sentido didáctico sobre la historia atribuido a los murales desde Epopeya del pueblo mexicano, pintado por Diego Rivera en Palacio Nacional, determinó que fueran calificados como medios pedagógicos. Así se usaron en museos y otros sitios educativos. Por eso desde su fundación como Museo Nacional de Historia, se encargaron obras a diferentes artistas a indicación del director, Antonio Arriaga. González Orozco fue elegido para pintar dos murales con una diferencia considerable de tiempo entre uno y otro: el primero en 1967 y el segundo en 1972, ambos sobre Benito Juárez, la intervención francesa y el Segundo Imperio con Maximiliano de Habsburgo. Aunque ya existía un mural de José Clemente Orozco sobre el tema, pintado en 1948, se requería de otro que diera cuenta de la victoria de la República. El primer mural, Entrada de Juárez a la Ciudad de México, el 15 de julio de 1867, acompañado de su gabinete, tenía como objetivo mostrar y conmemorar el centenario del arribo del presidente Benito Juárez con su gabinete después de cuatro años de andar errante para restaurar la República en la capital del país. Con esta obra celebratoria el artista trazó una línea pictórica distante y un tanto experimental de la de sus maestros Leandro Carreón y Diego Rivera. El segundo mural en el Museo Nacional de Historia, Juárez, símbolo de la República frente a la intervención francesa, es una muestra de este estilo. Leandro Carreón asegura que se copió a sí mismo, una metáfora para hablar de sus cambios.
 
 
En el primer mural mencionado muestra un híbrido entre el estilo no académico del siglo XIX, un tanto ingenuo sin ser naif, y el estilo figurativo del siglo XX de corte naturalista, construido a la manera clásica, con líneas horizontales formadas por las cabezas de los grupos que rodean a Benito Juárez cruzadas con líneas verticales configuradas con los rifles en alto y las banderas que porta el ejército republicano, así como los banderines que enarbolan los chinacos, grupo dirigido por el general Vicente Riva Palacio, quien está retratado a la extrema derecha vestido con su uniforme de campaña. Resulta interesante que González Orozco haya querido empatar su obra con un estilo que recordara la época del acontecimiento para hacerla más realista y cercana al momento del suceso.
 
 
La escena fue tratada con gran detalle y los personajes son perfectamente identificables. A los chinacos, guerrilleros presentes en muchas batallas importantes durante la intervención francesa y el Segundo Imperio, el artista los colocó en primer plano para darles la importancia de héroes, y a su vez forman parte de la muchedumbre que recibe al presidente Juárez y su gabinete a su retorno a Palacio Nacional, cuyos muros se ven al fondo. Un grupo de mujeres de clase popular también reciben al Presidente, es decir, el pueblo como elemento importante.
 
 
Aunque los chinacos eran considerados buenos jinetes González Orozco los pintó de pie; trató con esmero su vestimenta siguiendo cómo la describen los libros: sombrero de ala ancha, calzón de manta que cubría un pantalón de gamuza, abierto por los lados externos que se abrochaba con botones y mostraban tablones de tela ligera, una ancha faja a la cintura, chaquetilla de corta con hombreras externas y un paliacate que se colocaban en la cabeza a la manera que muestran los retratos de José María Morelos y Pavón. También usaban sarape para protegerse del frío; en el mural sólo lo porta uno de ellos.(1) Se habla también que usaban lanzas para las batallas, pero el artista las cambió por carrizos y les quitó la flecha aunque dejó el clásico banderín rojo que usaban en la punta, quizá como un signo del fin de la contienda. Aunque están en posición de descanso, dos chinacos están armados, uno porta un sable y el otro un rifle. Esta guerrilla duró de 1862 hasta 1867, fecha del fin del Segundo Imperio.
 
 
El arribo sucedió el lunes 15 de julio en una ruta que inició a las 9 de la mañana. El reducido gabinete estaba conformado por Sebastián Lerdo de Tejada, ministro de Relaciones Exteriores, José María Iglesias, ministro de Hacienda, e Ignacio Mejía, ministro de Guerra y Marina, quienes arribaron en un landó-carruaje abierto, aunque en el mural está cerrado porque ya han descendido. González Orozco evitó hacer una descripción del recorrido para centrarse en el momento culmen del suceso: la cercanía de Juárez con el pueblo que lo recibió con vítores y flores según lo narrado por los periódicos liberales. El artista tomó ese dato y creó una escena en la que colocó frente al Benemérito a un grupo de mujeres y niñas que llevan flores. Las crónicas también hablan de pequeñas vestidas de blanco que entregaron al Presidente una corona de laureles de oro, detalle sintetizado por el muralista, quien sólo pintó a una niña realizando esta misión. No faltó el tradicional papelerito, personaje popular que husmea entre la muchedumbre tratando de vender los periódicos liberales El Siglo XIX y Boletín republicano, en los que se anuncia el evento.
 
 
Es interesante que el autor haya rodeado al presidente Juárez con el Ejército Republicano como si fuera una corona, enfatizando la de laurel que le entregaron. A la izquierda la caballería, encabezada por Porfirio Díaz, atrás, los de a pie. A la derecha las tres banderas de los grupos militares que fueron fundamentales en la derrota del ejército intervencionista: el Ejército del Norte, que fue el que atrapó a Maximiliano, comandado por Mariano Escobedo a quien el artista colocó en el grupo de generales ubicados al lado de Juárez. La otra es la bandera del batallón Cazadores de Galeana, en honor a Hermenegildo Galeana, que antes había sido el 18º Batallón de Linares, creado y comandado por Juan C. Doria, quien también está retratado en el mural, con gorra, detrás de Escobedo. La tercera bandera es la del Batallón Supremos Poderes al mando del general Sostenes Rocha, antes 2° Batallón de la Guardia Nacional de Guanajuato.
 
 
En el mural que hoy se conmemora el maestro sintetizó la sobriedad del gobierno juarista con la paleta de color usada: claros y oscuros con leves destellos de tonalidades brillantes en los vestidos de las mujeres que cargan las flores. Enfatiza la formalidad del momento con la seriedad de los rostros a pesar de ser un momento festivo, donde hay músicos, pero no hay sonrisas; todos tienen mirada de asombro, tal vez azorados por el propio suceso. Una visión mucho más templada que otras interpretaciones, incluso del mismo autor, más austera incluso que la realidad, como se puede observarse en las fotos del acontecimiento, pero que enfatiza una visión popular desde todos los ángulos al colocar al pueblo como un elemento preponderante.
 
 
Para González Orozco sus murales son una lección de historia. Realiza una minuciosa investigación y cuenta con asesorías de historiadores para definir personajes y símbolos para dar cuenta de cada uno de los personajes y de los acontecimientos que ha ido conformando la nación mexicana. En este caso Benito Juárez, un personaje que ha representado en dos murales más, uno en este museo, el más conocido porque durante muchos años estuvo en la portada del libro de texto gratuito de la materia de Historia para quinto grado de primaria, así como República peregrina, que se encuentra en Parral, Chihuahua, ambas obras pintadas con diferentes líneas pictóricas. También tiene otro más en el Hospital de Jesús, y en la actualidad realiza otro para la Universidad Panamericana.
 
 
El maestro es un creador imparable a sus 87 años, pero no siempre consigue mecenas, o si los encuentra, o mejor dicho lo “encuentran”, no piensan que sea un oficio por el cual hay que pagar.
 
 
 
 
Nota
 


 
 
 
 

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