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Economía-y-cultura

Economía y cultura

Posted on 9 septiembre, 2014

Carlos Guevara Meza

 

Quizá habría que comenzar por comentar la importancia de presentar un libro con el título Economía y cultura en un centro de investigación sobre artes. Y es que cuando los productores culturales “tradicionales”, por decirlo así, como los artistas, los intelectuales y los académicos oímos hablar de estos dos términos juntos, nos ponemos a temblar pensando, y no nos falta razón, que se trata de lanzarnos a un mercado construido previamente por otros agentes y a su modo, en el que, por lo mismo, ejercen ya un dominio y no se tientan el corazón para “liquidar” (en el sentido mafioso del término) a cualquier competencia real o potencial.  Un mercado en el que se entraría en situación de absoluta desventaja: un circo romano donde las grandes corporaciones transnacionales serían los leones y nosotros, su comida. Donde el artista deberá abandonar su exploración de la forma y el lenguaje, la crítica social y política, y el esfuerzo constante por construir para sí y para los demás otras formas de sentir, pensar y actuar, con tal de ceñirse a las reglas de “best-sellerización” impuestas por algún ejecutivo, sin más interés que el mayor margen de ganancia en el plazo más corto posible. Donde el historiador se imagina dejando de lado su sesudo paper, donde intenta el análisis y la explicación de un proceso social, para concentrarse en un texto pseudo literario centrado en la anécdota chistosa o picante. Y en el que el filósofo y el poeta deberán dedicarse a hacer manuales de superación personal y a redactar memes sentimentaloides.

 

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Digo que no nos falta razón pues estamos en un contexto donde han logrado la hegemonía mundial ciertas ideologías económicas y políticas que hacen de la “rentabilidad”, en el sentido más limitado y limitante, el criterio supremo de legitimación y evaluación de cualquier actividad, y donde se cuestiona la asignación de recursos sociales y/o públicos a sectores que encuadran dentro de lo “privado”. En países como el nuestro, donde ya hay una tradición respetable de participación pública en el ámbito de la cultura, esto tiene implicaciones prácticas que todos conocemos, como los recortes presupuestales, la limitación de subsidios y la aplicación de esquemas de gestión cultural y académica basados en reglas de eficiencia y productividad, que no responden a la lógica interna tradicional de la creación artística o de la producción intelectual, generando no sólo distorsiones sino efectos indeseados y contraproducentes.

 

Esta situación no puede enfrentarse ni modificarse solamente con la pura resistencia pasiva, el autoaislamiento en el elitismo, la consigna simplificadora, el rechazo tajante e irreflexivo a cualquier reforma interna y la movilización ocasional, sino que debe acompañarse de la reflexión profunda, el estudio sistemático y la crítica radical a los presupuestos teóricos e ideológicos, a las formas y contenidos ideológicos y estéticos de la producción cultural industrializada, así como también, y esto es muy importante, de una autocrítica seria de nuestras propias prácticas como artistas, intelectuales y académicos. Y es que al menos cabe la duda de si no estaremos haciendo algo mal, si después de tantos y tan importantes logros en el campo de la alta cultura, no logramos que más gente prefiera ver o escuchar una obra maestra, en lugar de ver el enésimo programa de detectives forenses de la tele ( además, repetido). No podemos obviar tampoco la creciente demanda social, perfectamente legítima, de mayor transparencia, racionalización y democratización en el uso de recursos públicos, ni responder a las críticas con vagas afirmaciones abstractas sobre la naturaleza humana.

 

Este libro, fruto del I Foro sobre Economía y Cultura, puede representar para muchos de nosotros un primer acercamiento a estos temas, realizado con mucha seriedad y enfocando diversas problemáticas, desde cuestiones teóricas generales sobre la relación entre ambos campos hasta datos concretos sobre fenómenos específicos. Cuenta además con una amplia bibliografía, completa y actualizada, hasta donde mis conocimientos me permiten ver, que sin duda será de mucha ayuda para quienes se interesen en emprender sus propios estudios y reflexiones que, como digo, son importantes de hacer, si no es que urgentes. Los coordinadores en su Introducción hacen un repaso rápido pero exhaustivo del estado de la cuestión, mencionando los autores y los textos clave de este debate en el mundo, con un claro énfasis en México y Latinoamérica que sin duda es apreciable; además de la bibliografía específica de cada colaborador.

 

Quizá el especialista en artes visuales encontrará poco material específico dentro de este libro, aunque hay un par de textos sobre diseño que son de gran interés, y lo mismo pueda decir el especialista en artes escénicas. Pero el libro plantea problemas que, sin duda, pueden extrapolarse con el debido cuidado a esos campos y, sobre todo, pueden generar muchos cuestionamientos sobre las prácticas y los presupuestos conceptuales utilizados en la producción y gestión de los bienes y servicios culturales. Tampoco hay muchos datos sobre el sector público que, al menos en nuestro país, tiene un importante peso, por el número de sus instituciones, el tamaño de la inversión que se realiza anualmente y sus posibles efectos económicos, aunque el texto de Rebeca Romo, por ejemplo, apunta algunas cuestiones interesantes, si bien referidas al tema de la promoción musical pública, que pueden plantearse más en general sobre el modelo de política cultural, en particular el problema de dedicar la mayor parte de los recursos a la producción y sólo una parte mínima a lo que ella llama “atención a la demanda”, es decir, los procesos de difusión, promoción y circulación de los bienes o servicios generados. Ya había sucedido en Francia, por ejemplo, durante la época de Jack Lang como ministro de Cultura del presidente Mitterrand, en la década de 1980, que el énfasis en la producción generaba sobreoferta y una especie de inflación en los costos de esa producción, imposible de sostener por un público que no crecía y además se dispersaba entre la multitud de actividades, y cada vez más difícil de mantener por el Estado, sólo por hablar de las cuestiones financieras y dejando de lado las ideológicas, pues en efecto el modelo de Lang fue liquidado de inmediato cuando la derecha ganó las elecciones, sin que se hiciera tampoco una reflexión sobre sus logros y, como dicen los economistas, sus externalidades positivas. En el caso de la música, hasta donde entiendo, pero no soy ningún experto, esto no ha sucedido con el movimiento de orquestas infantiles y juveniles en Venezuela, donde algunas de ellas llenan estadios completos “con la mano en la cintura”, pero siguen una lógica bien distinta a la aparentemente utilizada en México.

 

Otro problema interesante es el de la “turistificación” de la cultura que tiene múltiples y complejas aristas. Así como el turismo de playa afecta la ecología del lugar, el turismo cultural tiene consecuencias en el desarrollo cultural, en los procesos identitarios y en el cuidado del patrimonio monumental. No ha faltado el “experto” en turismo cultural y el empresario que quieran convertir una zona arqueológica en una suerte de Disneylandia, privatizando de derecho o de hecho las prácticas culturales de los pobladores, que se convierten en mano de obra barata para trabajos precarios y/o intermitentes, si no es que en parte del atractivo turístico, pero sin cobrar derechos. Al mismo tiempo, no podemos volver a caer en una concepción cerrada y esencialista de las identidades, que obligaría a meternos en reservaciones culturales, lo que podría muy bien y fácilmente convertirse en segregación social y económica, por no decir racial.

 

Este libro genera, como digo, muchas preguntas y muchas posibilidades de reflexión, y es un buen punto de partida para ampliar y profundizar debates urgentes. No podemos cerrar los ojos simplemente, no podemos sólo esperar a ver qué pasa, ni quedarnos en el “todo tiempo pasado fue mejor”, sino que debemos debatir y combatir las posturas hegemónicas, pero no en nombre de nuestra zona de confort, de lo que ya nos acostumbramos a hacer o a no hacer, sino en nombre de lo que realmente podríamos y deberíamos hacer.

 

Texto leído el 5 de septiembre de 2014 en el Salón de Usos Múltiples del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, Centro Nacional de las Artes, ciudad de México.

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