ESPECULARES – décima serie
Posted on 6 julio, 2016 by cenidiap
Crítica ficción
Alfredo Gurza
Imágenes del invaluable acervo que resguarda el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) en diálogo con fabulaciones e invenciones, ejercicios de imaginación a manos libres, a manera de espejos en recíproco reflejo, que así revelan afinidades y contrastes inesperados, entrelazamientos bajo las superficies, sugerentes resonancias. Una propuesta de recirculación de este patrimonio para contribuir a la generación de nuevos públicos y al fortalecimiento del Cenidiap como referente para la comunidad nacional e internacional de investigadores, documentalistas y creadores.
“Hay que tenerlo muy claro. No se llamaba Vladimir por accidente; no se engañen pensando que es un nombre común. En ruso significa ‘el dueño del mundo’, de владеть, poseer, y мир, mundo. Es una declaración de intención que su biografía corrobora a cada paso. Ya sé que el enemigo pretende contrarrestarlo alegando que мир también significa paz, por lo que su líder vendría a ser un cordero que traía la ‘paz’ al ‘mundo’. Para hacer sus malabares semánticos llegaron al extremo de reformar el alfabeto en 1918 (fíjense bien: cuando tenían apenas unos meses en el poder), borroneando así la diferencia entre las palabras. Los bolcheviques le daban tanta importancia a esta engañifa como a la reorganización del Estado y del esfuerzo de guerra. No era poca cosa para ellos, por obvias razones. Es parte de los ardides de la cábala internacional que hoy amenaza nuestros valores más sagrados y que yo no me canso de denunciar en todos los foros. En un coctel de la embajada en Moscú tuve el disgusto de oír a dos ‘académicos’ del Instituto de Profesores Rojos afirmar que de nuestros señalamientos se seguiría el absurdo de que Война и мир, la obra inmortal de ese apóstol del pacifismo que fue el conde Lev Tolstoi llevaría entonces el título insulso de La guerra y el mundo, cosa a todas luces inaceptable. Se rieron de mí frente a nuestra bandera. Así se las gastan los comunistas”.
James Robert ‘Jimmy Bob’ Donaldson, En ocasión del inicio del curso de cultura rusa para agentes de campo, Departamento de Amistad e Intercambio Cultural, Langley, 1947.
“Adscrito a la Jefatura de Instrucción Media (Mediocre la llamaba él para su capote), durante décadas había dictado clases a título provisional ahí donde la superioridad se lo ordenaba, generalmente en rincones apartados donde a los alumnos les resultaba tan difícil trasladarse a la escuela como a él animarse a dejar el camastro y pararse frente al pizarrón en el aula casi vacía. Eso en el mejor de los casos. En el peor, lo asignaban a trabajo de escritorio para acrecentar el papeleo y la fealdad de la vida en general. Al principio, cuando su ingenuidad juvenil le daba arrestos todavía, se divertía fingiéndose eminente catedrático en algún auditorio alemán; entonces espetaba a los dos o tres muchachos soñolientos casi inertes en los pupitres desvencijados: ‘Señores, el drama humano es éste: la razón, por su naturaleza, no puede ignorar cuestiones que, al trascender sus facultades, es incapaz de resolver’. Por mandato de la Subdivisión de Colegios de Niñas había dado cursos en ciudades del interior. Disfrutaba de ruborizar a las discípulas con la demolición, que él juzgaba brillante, del bastión de su hipócrita mansedumbre. Ya lo decía el sabio de Konigsberg: nada tan vulgar como el hecho de que quienes son incapaces de pensar crean que el sentimiento ha de rescatarlos. ‘No, mis ingenuas. No. Actuar por mera inclinación al bien carece de sustancia moral. Sólo vale actuar por el deber’. Tan orondas de creerse buenas y obedientes. ¿Qué sabían ellas del feroz combate contra las inclinaciones? Ellas que no veían el momento de restregarse embelesadas con algún cretino, intercambiar fluidos, parir y dejarse engordar. ¿Cómo podían vivir en la ignorancia de que sólo dos cosas son dignas de genuino asombro: el cielo infinitamente estrellado y la ley moral? Cierta natural indisposición al trato humano, acrecentada por la frecuentación de lo precario y lo incierto como constreñido Lebensraum, había labrado en su rostro ese asomo de sonrisa resignada con que acogía los dictados del universo, esos que los ignorantes llaman los caprichos de la fortuna, y le impedía departir de buen ánimo con sus colegas de la Sociedad de Interinos de Artes, un cuerpo colegiado que le producía tanta repugnancia como los cuerpos de sus integrantes. El suyo propio lo había agobiado siempre con sus constantes reclamos de atención: uñas crecidas o enterradas, caspa que amenazaba con aludes, gases extraviados, halitosis, cólicos que presagiaban evacuaciones torrenciales; que aunque procuraba desatender, lo distraían de manera imperdonable de sus hondas cavilaciones sobre lo bello y lo sublime. El espejo le confirmaba siempre el dictum del desmedrado visionario de la paz perpetua: ‘De madera tan retorcida como está hecho el ser humano, imposible tallar algo recto’. Hoy, en el día de su muerte, su habitación le pareció más pobre y deprimente que de costumbre. Más ‘filosófica’, como solía decir a sus muy contados visitantes. El malestar que lo aquejaba desde hacía unos días le hincaba los dientes en el entumido corazón. Ya no podía fingir que era indigestión crónica; bien sabía que no hay más enfermedades que las morales. Ahora pensó que si bien era cierto, como afirmaba Kant, que mentir aniquila la dignidad humana, también lo era que corroe las vísceras. El miedo disfrazado de altanera erudición le cobraba esa noche una factura de años. Una vida de embustes, desaseada y frustrada, distante de la sabiduría que es vida organizada. Tanto esfuerzo consagrado a verter el ácido de la crítica sobre los afanes y los sentimientos, para naufragar al final en el proceloso mar de la metafísica del que tanto advertía ese prusiano de ojos saltones que ahora lo miraba con desprecio desde el grabadito que adornaba la pared. Mugre Kant. Él sí veía a los demás como fines, no como medios. El profesor, en cambio… Una punzada en el corazón le impidió soltar la carcajada: ‘Si la máxima de mis actos debiera convertirse en ley universal, ¡olvídate!’. El imperativo categórico de la mezquindad medrosa e hiriente. Entendía lo suficiente a Kant para erigirse en delator de su propia hipocresía. Al menos ahora tenía la certeza de que ya nunca despertaría de su sueño dogmático”.
Atzel Rosas, Bestezuelas en salmuera, Novísima Narrativa Editores, Tlaxcala, 2004.
“Es imposible subestimar los beneficios de nuestro procedimiento. La inveterada imprecisión del discurso sobre las artes se sustituye así de manera indolora con un inventario inagotable de recursos analógicos de mucha mayor precisión y mensurabilidad. Por mencionar tan sólo un caso, en nuestro esquema prescindimos de la estorbosa vaguedad que genera el decir que un proyecto o una obra han ‘cuajado’, por el sencillo expediente de la analogía hematológica de la coagulación. La ampliación del campo semántico de las nociones de Tiempo de Protrombina y Tiempo de Tromboplastina Parcial Activada nos ofrece elementos suficientes, perfectamente delimitables y cuantificables, para llevar a cabo el análisis puntual de los diversos factores que inciden en la realización artística, con el valor agregado —de innegable atractivo propiamente estético— de permitir el terso ordenamiento de todas las piezas del rompecabezas, tanto las que corresponden a la vía intrínseca (intención, inspiración, destreza técnica, etcétera) como las propias de la vía extrínseca (tradición de las disciplinas, discipulado, mecenazgo, insumos, veleidades burocráticas públicas y privadas, etcétera) de la cascada de la coagulación artística”.
Dr. Abelardo Valdubón, “Hipócrates Poetikón”, El Consultorio Ilustrado, núm. 36, Orizaba, 1975.
“Y así fue que el Engendro de la Luz Cegadora decretó que esa mañana habría de celebrarse el dōyō-no ushi-no-hi. Batió palmas y una aurora estruendosa abrasó en un santiamén a las criaturas. La llanura fue la mesa del banquete para la jauría de ogros, carroñeros de ultratumba y demonios convidados al ritual de la canícula. Con obscena glotonería se cebaron en la carne desollada de las anguilas humanas, ese kabayaki infernal, con el unto de sangre y grasa chorreándoles del hocico. Y en tanto, habiéndose cerciorado de que el festín procedía tal como se había planeado, el ujier de vianda se alejó volando por encima del enorme hongo de nubes”.
Kotoki Nabeya, Malsoñares, UJT, Tokio, 1962.
“El conjunto mejor logrado es, sin duda, Las óperas de Da Ponte. Los tres pabellones ocupan una superficie de 200 metros cuadrados. El visitante se adentra en un laberinto de plexiglás Lucite, sobre unas planchas resbaladizas por estar recubiertas de teflón, envuelto en una penumbra que la artista ha sabido disponer para realzar el fulgor de las imágenes espectrales que surgen de los muros, sacando provecho de la asombrosa transparencia del polimetilmetacrilato. Una banda sonora muy breve se repite sin pausa: yo atiné a distinguir algunos compases de Mozart, el silbido de un lanzallamas, la sirena de una fábrica, unos alaridos, la bocina de un camión de carga. En la mezcla hay muchos más sonidos. La experiencia de inmersión resulta abrumadora por acumulación de horrores en un plano perceptual de aturdimiento simultópico. Maniquíes personificados como oficinistas, laboratoristas y obreros, articulando los ademanes de sus típicas actividades cotidianas, pero revestidos con armaduras de kevlar, contribuyen a la sensación de desasosiego. No parece haber una demarcación tajante entre los tres ambientes, aunque sí es posible destacar algunos temas propios a cada uno de ellos en medio del tropel de proyecciones. Así, por ejemplo, en Las bodas de Fígaro parecen dominar las imágenes de marcada aura apocalíptica de los laboratorios (el ‘matrimonio alquímico’, quizá); de Don Giovanni guarda la memoria sobre todo la figura del Comendador que se yergue para acusar al libertino: aquí el índice flamígero no es mera figura retórica, sino cegador haz color mostaza de napalm en combustión; por último, Così fan tutte es un caleidoscopio de la guerra química, instantáneas de Corea, Vietnam, Laos, Camboya, Irán, Irak, Afganistán, Gaza, Angola, Nigeria, Eritrea, El Salvador, Serbia y un etcétera potencialmente infinito, que precisamente por indiferenciadas y simultáneas abonan al espanto”.
Gerta Mahl, Aadolfiia Saariaho en la Kunsthalle, Optikon, núm. 4, Bielefeld, 2009.
“De todos los vicios que asuelan la condición humana, el más infundado es la vanidad. O mejor: el menos fundable, el más desprovisto de asideras racionales. Es, sin embargo, el más difundido. De la ancestral conciencia de lo indiviso que cohesionaba a las primeras comunidades humanas se fue desgajando la falacia del individuo autoconstituido, nutrida de la misma lengua y la misma memoria colectivas a las que el sujeto en su proceso de autonomización denegaba la adhesión. Henchido de las adiposidades del orgullo, se imaginó desprendido del tronco común, volcándose sobre sí mismo hasta el extremo grotesco de hundir la cabeza en el propio culo para abandonarse al gozo de su propia performatividad: demiurgo de sí y de su mundo, consagrado a la reproducción ampliada de su capital interior, cegado a la bancarrota absoluta de su emprendimiento. Ante la imposibilidad del solipsismo, estos entes de individuación deforme elongan talos en torno suyo para trenzar una suerte de urdimbre de sociabilidad asocial, ocultando a la vista las raíces que los nutren bajo una espesa capa de liquen escleroso. Pero los hay también que con un gesto sublime exhiben sin proponérselo toda la vileza de esa enervante gestación de singularidades sin distinción, mostrando en la obra de su propia constitución como sujetos, en el proceso curatorial de su propia persona, la verdad atroz de la gran farsa del mundo: el despecto sui entronizado, para hacer de la vida breve un triste desaguadero del tiempo”.
Alberto Unzueta, del catálogo de su serie de acuarelas biomecánicas Selfies-2010, Querétaro, 2011.
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