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Memorial a la violencia

Posted on 22 septiembre, 2015 by cenidiap

Cristina Híjar González
 
 
A un año de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural «Raúl Isidro Burgos» de Ayotzinapa y del brutal asesinato de tres más, las consignas vigentes son:
¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! ¡Fue el Estado!
 
 
El Memorial a las víctimas de la violencia en México fue inaugurado en 2012, seis años después del inicio de la “guerra contra el narcotráfico” de Felipe Calderón. Setenta enormes placas de acero horizontales y verticales dispuestas en un espacio al aire libre, con senderos, espejos de agua y butacones de cemento para crear un espacio de tránsito y reflexión. Sobre las placas se encuentran grabadas frases alusivas a la muerte, al olvido, a la memoria, a los ausentes, al dolor, de diversos autores que van desde Carlos Castillo Peraza hasta Juan Gelman. El texto que da inicio al recorrido apunta que está dedicado a las “víctimas de la delincuencia” en México, paradójica afirmación porque las listas de víctimas pegadas en las placas incluyen a los asesinados por el Estado y sus fuerzas represivas: Tlatelolco, Acteal, desaparecidos y asesinados en la guerra sucia, Ayotzinapa, etcétera.
 
 
Espacio escultórico que alude y presenta una realidad terrible. En la forma hay un enunciado político inscrito en una dimensión discursiva y simbólica particular: la del Estado y las organizaciones legitimadas por los derechos humanos. El Memorial se inscribe en una narrativa que ubica a la violencia sólo del lado de la delincuencia organizada. Frente a esto, el Comité 68, a través de otra placa colocada al inicio del recorrido, advierte que asumió el reto de nombrar a las víctimas. El Comité fue quien colocó los nombres de los asesinados y desaparecidos por el Estado, señalando y nombrando también al responsable de esta violencia histórica y cotidiana, intentando salvar así la generalización que conlleva la intención original como un Memorial dedicado a las “víctimas de la violencia en México”.
 
 
La forma simbólica es consecuente con el mito que naturaliza y reduce el conflicto social; hay una correspondencia entre lo visible y lo enunciado. Según esta narrativa, las víctimas son una misma cosa: desde los comunistas asesinados en la década de 1920 hasta los guerrilleros caídos en el Asalto al Cuartel Madera, los jóvenes normalistas desaparecidos, los periodistas asesinados o los feminicidios. Nombres aislados agrupados por eventos o categorías de ejercicio de la violencia que sólo suman para dar lugar a listas y a una cifra escalofriante que siempre se quedará corta con respecto a la realidad.
 
 
Imposible obviar el lugar de enunciación de este Memorial a la violencia, como fue calificado por el poeta y activista Javier Sicilia. Suma a las paradojas e incongruencias: son los victimarios los que lo erigen, se autoatribuyen el poder de representar el dolor y la memoria desde su lugar privilegiado y legitimado aunque cada vez más cuestionado y develado por otras acciones, prácticas y reflexiones. Fue un encargo a un despacho privado de arquitectos que se inspiraron en otros memoriales y en referencias bíblicas, preocupados por el efectismo de los materiales y la iluminación LED. El sentido propuesto no corresponde con otros que habitan en la sociedad; la significación está en disputa y el discurso es un espacio de posiciones en lucha productoras de conocimiento y sentido. La formación discursiva de la que procede y se inscribe no es homogénea: por un lado está la estrategia y el patrón común institucional del Estado y sus poderes, del otro están las rupturas, los quiebres, de quienes encontramos sentidos otros y diferentes respecto a un mismo hecho histórico; posiciones-sujeto distintas, enfrentadas, frente a un particular conocimiento. La representación en juego en este Memorial no es portadora de un sentido único. La forma escultórica fría y austera elegida no basta para eliminar lo connotado, la razón histórica indispensable para entender lo aquí involucrado.
 
 
Constituye una imposición político-estética sin eficacia simbólica justo por el lugar de enunciación del que procede este espacio que no llega a constituirse en lugar de memoria. No hay interpelación, no hay apropiación ni coautoría en el acto de recepción propuesto, pero las réplicas existen y están sucediendo en otros espacios simbólicos, políticos y sociales. Hay trozos de ladrillos tirados a los pies de las placas para que la gente escriba lo que quiera en ellas. No pasan de dos o tres mensajes. No es un dato menor el hecho de que este espacio se encuentre al lado de las instalaciones militares del Campo Marte. Todo cuenta y todo significa. Sin embargo, haríamos bien en apropiarnos de este espacio para resignificarlo y fundar un lugar para la memoria histórica; por ejemplo, realizar cotidianamente actos político-culturales, jornadas de grafiti, esténcil o mural sobre las desoladas placas de acero; cátedras libres, lo que se nos ocurra para construir nuestro espacio público.
 
 
Aquí tampoco existe la mirada al pasado que no debe repetirse, que hay que señalar y tener presente justo para eso: no olvidar. Todo a lo que refiere este Memorial es historia presente, son tiempos que corren, cifras y estadísticas que aumentan, familias destruidas, vidas truncadas. ¿Cómo se restituye esto? ¿Cómo se significa? ¿Cuántas placas de acero serán necesarias? ¿Cuántos nombres y mensajes de amor tallados en ellas para sacarlos del anonimato y de la pura cifra? “Relatos sin historia” de quienes existen sólo por su muerte violenta.
 
 

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