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Que cien años no son nada… Un siglo de muralismo

Posted on 15 abril, 2021

Guillermina Guadarrama Peña
 
 
En mayo de 1921, el filósofo José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional y futuro secretario de Educación Pública, le encargó a Roberto Montenegro el primer mural de la era moderna. En esta misma fecha David Alfaro Siqueiros publicó en Barcelona el manifiesto 3 llamamientos de orientación actual para los artistas americanos, una convocatoria para producir un arte propio y diferente al que se hacía en ese momento, que se inspirara en las raíces prehispánicas y no fuera meramente decorativo. No hacía referencia concreta a la creación mural.
 
 
Montenegro no empezó a pintar de manera inmediata por diversas razones. La Ex Capilla de San Pedro y San Pablo que sería sede del mural estaba en reparación, ya que el Ejército la había entregado muy deteriorada. Además, el artista preparaba una exposición en la entonces Academia de San Carlos —que se inauguró en junio—, y se ocupaba en sus actividades como jefe del Departamento de Bellas Artes, cargo en el que estuvo por poco tiempo. Posiblemente por esas razones el mural empezó a pintarse en 1922. Julio Torri publicó en la revista Azulejos del mes de mayo del mismo año que Montenegro se encontraba “trabajando en el boceto de la decoración central que promete ser espléndida [e] ilustró el artículo con una foto del estudio del artista, en la que se ven las paredes llenas de bocetos al carbón de horas femeninas”. (1) Se trataba de La danza de las horas, que se pintó al estilo art noveau en la parte inferior del mural. En una nota del Boletín de la Educación, núm. 1, con misma fecha, se asevera que Roberto Montenegro y Jorge Enciso “pronto ofrecerán al público, el fruto de su trabajo”.
 
 
El proceso creativo fue discontinuo. El artista suspendió la realización de los bocetos porque el 21 de julio viajó a Brasil como delegado del Consejo Cultural de la Ciudad de México para asistir al centenario de la Independencia de ese país. Regresó en septiembre y poco después concluyó el mural, como lo atestiguan fotos publicadas en octubre de 1922. Enseguida inició su segundo mural en el cubo de la escalera del antiguo claustro de San Pedro y San Pablo, titulado La fiesta de la Santa Cruz.
 
 
¿Por qué Montenegro? Los maestros mayores no habían aceptado, y él había sido uno de los acompañantes de Vasconcelos en la gira por el país buscando los votos necesarios para lograr la fundación de la Secretaría de Educación Pública (SEP), que ocurrió en octubre de 1921; además había realizado murales en Europa, donde vivió muchos años. Era, por lo tanto, el candidato para emprender esa aventura.
 
 
El Dr. Atl fue el segundo artista convocado por Vasconcelos para el proyecto mural. Había estado en Europa y conocía los murales del Renacimiento. Le asignaron los muros del antiguo claustro de San Pedro y San Pablo, que se convertiría en anexo de la Escuela Nacional Preparatoria, hoy, sede del Centro Nacional Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (Cencropam). Al igual que la capilla, el lugar necesitaba una “reconstrucción drástica [que] empezó alrededor de junio de 1921 y duró dos años”. Atl empezó a hacer sus murales antes de que terminaran la reconstrucción, y los terminó en agosto de 1923. Las obras de Montenegro y Dr. Atl diferían del nacionalismo identitario que se empezaba a construir, aunque el primero giró hacia esa línea en su siguiente mural.
 
 
En los muros de la Escuela Nacional Preparatoria nació el movimiento mural moderno. Vasconcelos proyectó ofrecer parte de este espacio a Diego Rivera y Siqueiros, que se encontraban en Europa; por lo que antes de que retornaran al país, los envió a Italia para que conocieran los murales del Renacimiento.
 
 
Rivera regresó poco antes del 19 de julio de 1921, de acuerdo con la fecha de una entrevista. Antes de encargarle un mural, Vasconcelos le pidió que diseñara la viñeta para la portada de la revista El Maestro del mes de octubre. Su dibujo cubista no le pareció adecuado al secretario para el proyecto mural, y el contrato tuvo que esperar, aunque finalmente Rivera logró el anhelado encargo para realizar “un mural para el Anfiteatro de la Preparatoria con un tema universal, en diciembre de 1921”, después de un viaje que hizo con Vasconcelos a Yucatán a fines de noviembre. Inició el trabajo a principios de 1922, tras contratar ayudantes y construir andamios. La creación, como se llamó la obra, fue inaugurada en marzo de 1923, un mural interior, decorativo y ecléctico con reminiscencias renacentistas, cubistas y modernistas. Antes de concluirlo, Vasconcelos llevó a Rivera a Tehuantepec, porque tenía planeado que hiciera murales en un edificio de la SEP. A su regreso, la visión bizantino-cubista del pintor cambió a un nacionalismo regionalista, influido también por lo que sus colegas pintaban en la Preparatoria.
 
 
Vasconcelos decidió continuar con su proyecto con pintores desconocidos y sin experiencia, a pesar de que la oposición política conservadora reclamaba que se malgastaba el dinero público en obras que consideraba no bellas. En realidad los salarios de los artistas eran bajos, equivalentes al de un profesor frente a grupo, inspector de dibujo o un carpintero. Cien años después nada ha cambiado, pocos creadores pueden gozar de una buena retribución. El secretario invitó a los alumnos de la Escuela de Pintura al Aire Libre (EPAL) de Coyoacán, sistema escolar que había apoyado cuando era rector de la Universidad Nacional. Fernando Leal, Fermín Revueltas, Ramón Alva de la Canal, Emilio García Cahero y Jean Charlot aceptaron el reto. Ninguno tenía experiencia como muralista excepto Charlot, un francés con ascendencia mexicana que había llegado al país en enero de 1921 y había realizado bocetos para un mural no realizado en Francia. El movimiento mural de la modernidad se expandía. Era junio de 1922.
 
 
Junto con Xavier Guerrero y Carlos Mérida, Charlot fue uno de los ayudantes de Rivera en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria. Según sus palabras, inició su mural un mes después de empezar este trabajo. El 19 de abril vio la pared a decorar y el 20 de mayo firmó contrato. La ENP pagó el material y el andamio necesarios, y Charlot comenzó a pintar al fresco no tradicional el 2 de octubre de 1922. Terminó hacia finales de ese año, igual que Emilio Cahero, quien hizo un mural de pequeñas dimensiones. El 1 de febrero de 1923 se inauguró de manera informal la obra del francomexicano. Él lo consideró el primer mural al fresco del siglo XX.
 
 
Debido a su inexperiencia, el resto de los artistas invitados al ambicioso proyecto de Vasconcelos tardó más en realizar su trabajo. De acuerdo con la relatoría de Charlot, Fernando Leal empezó a hacer sus trazos en el muro en diciembre de 1922. Sobre Alva de la Canal y Revueltas menciona que terminaron en junio de 1923. Alva recordaba que ninguno sabía que técnica usar, si la encaústica usada por Rivera o el fresco tradicional. Él y Revueltas se decidieron por el fresco, pero después el segundo optó por la encáustica debido a que era menos complicado. Alva rememoraba:
 
 

Firmamos el contrato con Lombardo Toledano, director de la Preparatoria, por 400 pesos y un término de dos años para finalizar la decoración. Nos dio un anticipo y nos apresuramos a comprar madera para andamios, acuarelas, rollos de papel, reglas, escuadras, pinceles, colores, así como otras mil cosas […] Diego nos aconsejaba que pintásemos al fresco, que no conocíamos, y por más que preguntábamos nadie nos daba una explicación aceptable. […] Así que [compré] una tonelada de cal y una camionada de arena. No sabía que un barril de cal nos hubiera bastado. Mandamos hacer grandes artesas de madera […] apagamos la cal, separamos aquellas piedras que reventaron primero, las tamizamos con una tela de alambre muy fina y las pusimos a pudrir en las artesas. Teníamos cuidado de remover la mezcla todos los días, y al siguiente quitarle con un recipiente la corteza serosa que se le formaba encima.(2)

 
 
Siqueiros regresó al país en septiembre de 1922. En diciembre fundó el Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores (SOTPE), integrado por la mayoría de los muralistas y escultores que realizaban sus obras en la Preparatoria, en las escuelas y en el edificio de la SEP. En enero de 1923 inició su primer mural, de acuerdo con Charlot y El Universal.(3) José Clemente Orozco fue el último en ser contratado para la Preparatoria. Empezó su obra el 7 de julio de ese año.
 
 
Los demás participantes en el movimiento mural fueron los colaboradores y ayudantes, que casi de manera inmediata hicieron sus propios murales: Guerrero, Mérida, Amado de la Cueva, Máximo Pacheco, Roberto Reyes Pérez, Pablo O’Higgins, Ramón Alva Guadarrama y Emilio Amero, quien pintaba en la escuela Belisario Domínguez, que por orden de Vasconcelos se construía en la colonia Guerrero de la Ciudad de México. También es importante mencionar a Carlos Orozco Romero, quien emprendió su obra mural aproximadamente en diciembre de 1922 en el Museo Regional de Guadalajara sin el apoyo del secretario.(4)
 
 
Esa etapa fundacional terminó cuando Vasconcelos, promotor del muralismo, renunció en julio de 1924 para buscar la candidatura presidencial. Las nuevas autoridades “bajaron” de los andamios a Orozco, Siqueiros, Amero y Mérida ­—con la excepción de Rivera y Montenegro—, sin importar que dejaran sus obras inconclusas, exigiendo la devolución de los honorarios pagados. El muralismo, tan homenajeado hoy, tuvo un camino difícil. Los murales y los pintores sufrieron ataques físicos y verbales por parte de los estudiantes y profesores de la Escuela Nacional Preparatoria, y de la prensa. Lo mismo le sucedió a su promotor, José Vasconcelos. Además, los creadores fueron considerados alumnos de Rivera y calificados como Dieguitos, situación que sufrió incluso Orozco Romero en Guadalajara. La edad de Rivera y su fama ayudaron a lo anterior.
 
 
También quedó trunco el objetivo de llegar a las mayorías. Por eso en la celebración del centenario del muralismo es necesario recordar los objetivos del SOTPE, fundado en el contexto de la creación de sindicales obreras, ya que los muralistas eran obreros, de acuerdo con Rivera. Esta agrupación nunca fue registrada ante la Junta de Conciliación y Arbitraje, porque si bien como cualquier sindicato debería defender a sus agremiados debido a la situación laboral y al magro salario que recibían, la inexperiencia del Secretario General en esas lides, así como el individualismo y la falta de solidaridad entre algunos de sus integrantes, impidió que se hiciera un buen trabajo defensivo. De acuerdo con Orozco, el SOTPE no tuvo importancia en lo laboral, pero “sirvió de bandera a las ideas que venían gestándose en las teorías sociales contemporáneas”.(5)
 
 
El sindicato emitió un Manifiesto el 9 de diciembre de 1923, que difundió por medio de volantes, dirigido “A la raza indígena humillada durante siglos, a los soldados convertidos en verdugos por los pretorianos, a los obreros y a los campesinos azotados por la avaricia de los ricos, a los intelectuales que no están envilecidos por la burguesía”. Se pronunció por el arte monumental, “por ser de utilidad pública”, en contra de la pintura de caballete por individualista, y de “toda manifestación estética, ajena o contraria al sentimiento popular”. Orozco escribió que “la socialización del arte que enarbolaba ese documento era una promesa muy a largo plazo, pues no podía ser posible mientras no cambiara radicalmente la estructura de la sociedad”.(6)
 
 
También fue un intento por concretar el trabajo colectivo, que maestro y ayudantes trabajaran de común acuerdo, repartiendo el trabajo según sus aptitudes. No se logró porque nadie aceptó la propuesta de que los miembros del sindicato no firmaran sus murales producto de la labor conjunta.(7) La intención colectiva quedó en el papel, de acuerdo con Carlos Mérida, incluso cuando el entusiasmo y el fervor de los componentes del sindicato era mayor. El SOTPE quedó en una unión momentánea de creadores.
 
 
Es importante mencionar que desde su inicio el arte mural fue transmitido hacia otros países, “sembrado” por mexicanos gracias a espacios huéspedes, de acogida o de cobijo. Un siglo después continúa esa transmisión de manera intensiva.
 
 
Si bien en 2021 se cumplen cien años del proyecto de Vasconcelos y del encargo del primer mural, es en 2022 cuando realmente se consuma un siglo del movimiento mural, arte que con altas y bajas continúa en el siglo XXI.
 
 
No hay que olvidar que también hay otro centenario que celebrar: el movimiento Estridentista, elaborado desde los artistas, éste sí, en 1921.
 
 
 
 
Notas
 


[1] Jean Charlot, El renacimiento del muralismo mexicano, México, Domés, p. 97. Las citas fueron tomadas de este libro, a menos que se indique lo contrario.

 

[2] “Reminiscencias de Ramón Alva de la Canal”, en Jean Charlot, op. cit., pp. 208 y 209. Siguieron ese sistema por dos meses.

 

[3] Ibidem, p. 16, y El Universal, diciembre de 1922. Véase Guillermina Guadarrama Peña, La ruta de Siqueiros. Etapas en su obra mural, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, Instituto Nacional de Bellas Artes, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2010.

 

[4] Guillermina Guadarrama Peña, “Los murales de Carlos Orozco Romero”, Crónicas, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 7-15, 2006.

 

[5] José Clemente Orozco, Apuntes autobiográficos, México, Secretaría de Educación Pública, Subsecretaría de Asuntos Culturales, 1966, p. 93.

 

[6] Idem.

 

[7] Ibidem, p. 80.

 
 
 
 
 
 

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