Conaculta Inba
Nicolás Moreno, Mezquital

Construcción y uso del paisaje de los murales de Nicolás Moreno en el Museo Nacional de Antropología (parte 2 de 2)

Posted on 1 octubre, 2014

Guillermina Guadarrama Peña
 
 
Los demás murales de Nicolás Moreno tenían como función presentar el ambiente étnico y la condición social de dos zonas ocupadas por grupos pertenecientes a la familia lingüística otomí-pame, la cual está conformada por mazahuas, matlatzincas, otomíes, pames y ocuiltecas,[1] situados en municipios de los estados de México e Hidalgo. Las dos zonas que se eligieron para ser representadas eran dispares y extremas en sus ecosistemas: uno fértil y otro yermo, señalados por su respectivo colorido. Los títulos de las obras plásticas indican los lugares caracterizados: Paisaje de Juchitepec y Valle del Mezquital. Para acentuar los contrastes de sus respectivos suelos y dar dos ejemplos de la riqueza de la nación, fueron colocados frente a frente. La elección de esos lugares probablemente tuvo que ver además de la radicalidad de sus suelos, con las historias sobre su origen. Juchitepec, cuyo nombre original es Xochiltepetl (cerro de las flores), es un poblado del Estado de México fundado, según la leyenda, en 1381 por el rey mexica Acamapichtli; sin embargo en una de las relaciones de Chimalpain se asegura que fueron varios grupos originarios los que erigieron esa población, hoy muy cercana a la ciudad de México. Sin duda, la primera versión determinó que se seleccionara a ese pueblo para estar representado en el Museo.
 
 
El segundo mural alude a una zona árida de piedra caliza que recibe su nombre por la gran cantidad de mezquite que produce. El Mezquital abarca parte del estado de Hidalgo y algunos municipios del Estado de México; en la década de 1960 era considerado como una de las regiones más pobres del país debido al suelo calcáreo que lo circunda y su clima extremoso. Algunos iconos plasmados en ambos paisajes, además de ser comunes tanto en esas localidades como en gran parte del país, han sido prescritos como un signo de nación por ser originarios de México. En el caso de Juchitepec el maíz y el maguey pulquero, y para el Mezquital, diversas especies de agave, el mezquite y la distintiva piedra caliza.
 
 
Juchitepec está formado por mesetas inclinadas que descienden suavemente y por lomeríos, zanjas y hoyancos, como atinadamente pintó el artista en el mural; en uno de ellos ubicó un pequeño islote lleno de diminutos brotes de color rosado para aludir al significado del nombre de esa población. Delineó, asimismo, extensos cultivos de maíz,[2] que es uno de los cereales que se producen en mayor cantidad en ese municipio debido al clima templado subhúmedo de la región durante gran parte del año gracias a las dos microcuencas que lo atraviesan, el río Amecameca y el Amacuzac, y los conductos de temporal y escurrimientos acuíferos de poca precipitación llamados ameyales,[3] donde se almacena agua, uno de los cuales está reproducido en el mural. Junto a la larga y espesa milpa trazó una línea horizontal de magueyes debido a que en esa zona la abundancia de este agave es similar a la del maíz. Las copiosas y densas nubosidades grisáceas, signo de tormenta, indican que el mural fue pintado en agosto, fecha en la que llegan las lluvias a esta localidad. Debajo de ellas, se encuentra la vertiente de colinas que forman parte del campo volcánico Chichinahuatzin, o del Ajusco, y dividen el Valle de México de la Sierra Nevada.
 
 
Para dotar al paisaje de las características étnicas y el contexto social solicitados, el autor pintó dos típicas casitas campesinas hechas con adobe y tejado rojizo, una cercana al espectador y la otra situada al otro lado de la milpa, así como un pequeño sembradío rodeado por un cercado de piedras encimadas que delimita la propiedad, y junto a ella un árbol de pirú, muy común en México. También se pueden ver algunos árboles originarios de esa zona como el pino y el encino. Las casas rompen con la visión naturalista y las diversas tonalidades de verde generan la percepción de un paisaje romántico e idílico, intensificado por la luz solar que se filtra a través de las nubes en algunas zonas y proporciona otros matices a la vegetación secundaria arbustiva y herbácea de pradera.
 
 
El caso del Valle del Mezquital es diferente. Se trata de una amplia zona integrada por cinco subregiones de gran diversidad geográfica, una semidesértica y otra de riego. La delimitación pictórica del mural indica que se trata de la primera, pero resulta un tanto difícil localizar el sitio donde el artista se inspiró debido a que los límites del Valle no son estrictamente geográficos, a veces son etnográficos, otras botánicos o geológicos; se mueven de acuerdo con la especialidad de los autores que lo trabajan. Para este caso me quedo con la delimitación que hacen los habitantes del área menos seca del valle, quienes aseguran que la zona árida se encuentra entre Actopan e Ixmiquilpan,[4] la cual también asumen algunos investigadores del Mezquital, quienes redefinen que la región árida comprende 12 municipios, entre los que se encuentran, además de las poblaciones mencionadas, Alfajayucan, Cardonal y Chapatongo.[5]
 
 
Sin embargo, debido a la amplitud del territorio, se puede especular que el artista captó esta escena en cualquiera de las localidades más conocidas de Ixmiquilpan, o tal vez en poblaciones pertenecientes al municipio de Alfajayucan como Gundhó, donde en los años cincuenta del siglo pasado se estaban haciendo investigaciones antropológicas, o quizá se trate de Taxhié, lugar donde se desarrolló la trama de la novela La nube estéril escrita por el crítico de arte Antonio Rodríguez en esa misma década. En este libro se relata literariamente la situación de extrema pobreza, era una forma de llamar la atención sobre esta condición. Pero también puede ser algún pueblo o ranchería cercana a la antigua Escuela Rural del Mexe, situada en ese Valle, donde Nicolás Moreno impartió clases hacia finales de los años cuarenta. En resumen, puede ser cualquiera de las antes mencionadas u otra debido a que toda esa región parece muy similar.
 
 
El valle del Mezquital es escalonado, circundado por montes, cumbres, llanuras, lomeríos, mesetas y sierras que se encuentran representadas en el mural, por lo que parece que el artista se basó en la delimitación del biólogo Lauro González Quintero; para él, al norte está la Sierra de Juárez, en el que se encuentra el cerro del mismo nombre —así llamado porque supuestamente se ve el perfil acostado del rostro de ese personaje, lo cual se puede observar claramente en el mural—; al este la serranía que va desde el Cerro Los Frailes, también conocido como Los Órganos, hasta el Cerro del Águila y la Sierra de Actopan; al sur la serranía del Mexe, y al oeste la serranía de Xinthé,[6] todos pintados con un claro tono caliche.
 
 
En el mural destacan en primer plano las pequeñas lajas y piedras calcáreas en forma de gravilla que hacen referencia al suelo de sedimentos calizos en esos extensos y semidesérticos campos de blanco colorido que inundan el espacio, propios de las entonces llamadas llanuras tristes del Valle del Mezquital. En esos campos nacen agaves de múltiples tipos que pueblan la zona, principalmente el conocido como lechugilla, que es una especie pequeña[7] de esa familia, la cual era empleada por sus habitantes para hacer productos de uso cotidiano, como los ayates. También sobresale una rala alfombra de matorral desértico arbustivo conocido como mezquite, así como enormes y clásicas cactáceas propias de esos lugares: nopaleras y garambullos que cumplen con la función de dar sombra. Jacques Soustelle afirmaba que la vegetación en las zonas altas era de coníferas, mientras que hacia la altitud de Actopan e Ixmiquilpan “los bosques desaparecen, las montañas se convierten en cerros pelados y las llanuras se cubren con una vegetación xerófila y crausicaule con cactus, órganos, nopales, garambullos, biznagas y magueyes”,[8] algunas de las cuales se pueden ver en el mural.
 
 
La presencia étnica está marcada con las humildes chozas que los otomíes construían con materiales orgánicos de la región, lo cual enfatiza la miseria del Mezquital. Sus características constructivas diferían levemente entre desierto y serranía. En la primera, la estructura se hacía con armazón de palos de arbusto, las paredes se forraban con quiote, que es la flor que sale del maguey, y el techo se recubría con la penca de ese agave; en las chozas de las zonas altas los muros se revestían con penca de maguey amarradas con xixi, una fibra que sale de la corteza de las mismas pencas, y para techar se empleaba pasto,[9] por lo que se puede deducir que el autor tomó como modelo este último tipo de casa.
 
 
Plasmó los climas extremos de la región por medio de las tonalidades blancas y grisáceas de las nubosidades y los suelos. La nubes negras, signo de lluvia, mezcladas con las blancas y estériles, se avistan sobre la grisácea serranía, pero lejos de la zona árida del Mezquital, confirmando plásticamente que la región tiene una precipitación pluvial muy baja o nula. Las nubes se presentan principalmente entre mayo y septiembre, por lo que se puede conjeturar que el paisaje fue pintado en esos meses porque durante la mayor parte del año sus cielos son transparentes.[10] La luz que ilumina la escena se filtra por las nubes y se refleja sobre la zona caliche que parece llegar hasta la serranía debido a la sombra que las nubes proyectan. Representar esa zona fue un reto para el artista, quien logró soslayar la tristeza que genera un paisaje yermo y lo transformó en un agradable panorama que llega a los sentidos; no evitó, sin embargo, poner el dedo en la llaga sobre las desigualdades sociales al reproducir las humildes viviendas.
 
 
Como se ha podido ver, los paisajes de Nicolás Moreno a los que me he referido han quedado como un recurso de memoria histórica, como ya se ha hecho mención, aunque haya posturas que afirman que la pintura de paisaje no es testimonial, pero los intensos cambios que han sufrido esos lugares por la mano del hombre les ha adjudicado dicha función. Se puede afirmar, asimismo, que si bien los artistas no reducen los paisajes a su realidad física, sino que los elevan estéticamente, en este caso el autor ha articulado lo anterior con las realidades botánicas y mineralógicas de cada lugar, reflejando a la vez sus sentimientos, en ocasiones dramáticos, otras veces serenos.
 
 
En Paisaje de Teotihuacán, Moreno destacó la grandiosidad de las culturas precolombinas, por lo que evitó mostrar las modificaciones que ha sufrido esa región a través de los siglos, y proporciona una mirada estética sobre un lugar donde una vez existió una gran civilización. En Paisaje de Juchitepec y Valle del Mezquital, interesaba destacar el sentimiento de nación, sin folklore, sólo el territorio, lo que se requería era mostrar un paisaje que señalara las raíces de la historia nacional desde una visión etnográfica. La intención era proyectar simbólica, cultural e identitariamente las regiones, dar una mirada para despertar asombro y emociones, mirar el espacio que se necesitaba ser mirado para que con la intervención del artista fuera destacado y valorado estéticamente. En ese sentido se asume al paisaje como una construcción social y cultural porque, como afirma Ernst Gombrich, primero se produce la revelación del paisaje en el arte y en segundo lugar se produce su percepción en el mundo real.
 
 
La pregunta final sería: ¿los murales cumplieron con el objetivo que les indicaron? La respuesta la tiene el espectador, que es quien dota de identidad con su mirada a un territorio determinado.
 
 



[1] Alicia Bonfil Olivera, “Otomíes, matlatzincas y mazahuas en el siglo XVI. Un acercamiento a través de las Relaciones geográficas”, http://www.iifilologicas.unam.mx/estmesoam/uploads/Volúmenes/Volumen%205/otomies_matlazincas_alicia_bonfil2.pdf. Consultado el 28 de agosto de 2014.

[2] http://www.edomex.gob.mx/legistelfon/doc/pdf/gct/2004/ago043.pdf. Consultado el 6 de agosto de 2014. Se producen cereales y hortalizas.

[4] Fernando López Aguilar, “Las distinciones y diferencias en la historia colonial del Valle del Mezquital”, en Dimensión Antropológica, vol. 9-10, enero-agosto de 1997, pp. 27-70. http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=1418#footnote_12_1418. Consultado el 9 de agosto de 2014.

[5] Beatriz Canabal y Carlos Martínez Assad, “Explotación y dominio en el Mezquital”, Acta Sociológica 3, UNAM, 1973, pp. 9-12, citado en López Aguilar, “Las distinciones…”, op. cit. Otras poblaciones son Huichapan, Santiago de Anaya, Tasquillo y Zimapán, entre las más conocidas.

[6] Lauro González Quintero, Tipos de vegetación del Valle del Mezquital, Hidalgo, México, Departamento de Prehistoria INAH, 1962.

[8] Jacques Soustelle, La familia otomí-pame del México central, México, CMCA, FCE, 1993, pp. 26-29.

[9] Richard M. Ramsay, “El maguey en Gundhó, Valle del Mezquital (Hidalgo, México): variedades, propagación y cambios en uso”, p. 58. http://www.asociacionetnobiologica.org.mx/mx2/administrator/Rev.%20socios/Rev%204%20Art%205.pdf.

[10] González Quintero, op. cit.

 
 

Lo que otros están diciendo

Responder a maria luisa Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *