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Una aproximación a la neuroestética: creación y expresión artística

Posted on 22 marzo, 2018

Blanca Estela Lamadrid Palomares
 
 
¿Por qué se dice que la creación y la apreciación del arte se producen en el cerebro? En la última década se cuenta con más información sobre este órgano que la que se había recabado en toda la historia de la investigación científica sobre su funcionamiento. Hoy, el interés por investigar el arte y las conexiones neuronales que tienen origen en el cerebro y son necesarias para dar lugar a la creación artística se extiende por numerosos ámbitos culturales y científicos. Biólogos, antropólogos, psicólogos, arquitectos, matemáticos, físicos y neurólogos abordan el fenómeno de la estética.
 
 
Leonardo da Vinci, en el siglo XVI, con la ley estética de la proporción áurea introdujo a la física y a la matemática como disciplinas que nos ayudan a percibir nuestra sensibilidad. En la actualidad se aplican los avances de la imagenología,[1] con toda la riqueza de sus medios de investigación, para construir una estética experimental que de cierta manera permite comprobar las propuestas de pioneros en relacionar el arte con el funcionamiento cerebral.[2]
 
 
Se concibe al arte como parte de la naturaleza humana, y tiene como base los distintos tipos de percepción necesarios para la construcción de ideas y abstracciones. Estas acciones son procesos mentales que se originan en el cerebro, que tiene como función procesar la información del mundo (Semir Zeki, 2000).
 
 
El cerebro sistematiza información y la ordena para proceder a través de la utilización de reglas, construcción de conceptos y la producción de representaciones abstractas. J. J. Campos Bueno (2010) asegura que resulta evidente que las actividades del humano para satisfacer sus necesidades básicas van más allá de lo meramente biológico, aunque todas ellas estén determinadas por la actividad cerebral. En ese mismo sentido, Raúl Milone (2015), citando a Hipócrates, afirma: “en el cerebro, y nada más que en el cerebro, está el origen o la causa de la alegría, el placer, la risa, el ocio, las penas, el dolor o el abatimiento”.
 
 
Si el arte es un producto cerebral, conforme entendamos el funcionamiento mental a través de las bases neuronales del cerebro también podremos entender el proceso de creación artística, total o parcialmente. ¿Cuál es el sitio en el que se generan dichos procesos?
 
 
El cerebro es un órgano muy grande que tiene múltiples funciones. Cuando hablamos de desarrollo de procesos artísticos podemos decir que son actividades complejas del sistema nervioso central. Pensemos en los movimientos gruesos que intervienen en el acto de dibujar. Podemos dibujar gracias a que nuestro cerebro envía las señales para que se lleve a cabo la coordinación motora para iniciar el movimiento. En el cerebelo se originan las señales, viajan a través de los axones a los músculos e indican a la mano cuándo iniciar el movimiento del trazo.
 
 
Otra tarea fascinante es nuestra memoria; la tenemos gracias a las conexiones neuronales que se dan en el área del hipocampo. Esto quiere decir que lo que hoy vivo —memoria a corto plazo—, si realmente es importante, lo paso a la memoria a largo plazo. En el hipocampo, durante la noche cuando liberamos la hormona llamada de crecimiento, se puede consolidar el recuerdo. Cuando un artista inicia con la producción de su obra a menudo recurre a ideas imágenes almacenadas en su memoria de manera consciente o inconsciente.
 
 
Pablo Picasso dijo una vez que el cerebro hace todas las escenas con las que se ha familiarizado; se convierte en una idea que se ha transformado en un lienzo. Zeki (2000) confirma está intuición a partir de los experimentos, al comprobar que el cerebro hace un registro de todos los objetos que ha visualizado, dependiente de una multiplicidad de percepciones concretas y a partir del cual es capaz de sintetizar una idea del objeto que se quiere crear.
 
 
Si nuestro sistema nervioso central es fundamental para todas nuestras acciones, ¿cómo participa en la creación y apreciación artística? Los procesos creativos comienzan al poner en acción todos los sentidos; por medio de la percepción sentimos placer o displacer. Entiéndase placer como cualquier elemento que refuerza nuestra conducta. Si estoy triste y tomo una sustancia psicoactiva que me ponga contento, eso me va a dar placer. Si estoy muy estresado, tomar una pastilla me puede relajar y eso me va a dar placer. Una de las zonas principales del organismo que trabajan con el placer es el área mesolímbica, que es la que nos hace sentir bien cuando tenemos actividades biológicas que nos dan gusto: comer, dormir, hacer ejercicio, inclusive la actividad sexual. También es el área responsable de que al tener una emoción gustosa se sienta placer. Por ejemplo: si soy un artista visual y mi obra tiene una excelente recepción voy a sentir placer; si además soy una buena maestra, doy bien mi clase y mis alumnos entienden, me da placer. Si soy madre de familia y mis hijos me abrazan, eso me produce placer. Si se trata de un niño al que le dan un chocolate para premiar una conducta, eso le va a dar placer. Todo esto se siente en el área mesolímbica. Ahí se generan las conexiones neuronales en las que se inicia el proceso creativo. Pero además esta área está conectada por un zona que se llama mesocortical —al área del juicio—, que es donde le otorgamos algún valor a nuestras actividades. Por ejemplo, si hago ejercicio que me puede dar placer, el juicio me dice “ya no más porque llevas más de una hora y eso te puede lastimar”. Si estoy en el proceso creativo, el impulso para la producción de la obra surge del placer que me genera la creación, en el desarrollo del trabajo se conecta la corteza prefrontal para hacer una evaluación, o el juicio estético que me indica qué caminos tomar o cómo resolver los problemas que se me van presentando en la creación.
 
 
MoraC de Asmat (2014) comenta que las neuronas de recompensa intervienen en esa conducta que, al repetirse, puede escapar al control de la voluntad y volverse una adicción: “Estas conductas adictivas son el resultado de una disfunción de las neuronas de recompensa, en beneficio de acciones orientadas hacia la obtención de la sustancia adictiva, ya sea un agente químico o un objeto de deseo por más simbólico que sea”. Por su parte, Louise Bourgeois decía: “Soy una persona proclive a las adicciones, y la única manera de que deje una es contraer otra adicción que me resulte menos dañina”. Es decir, muchos artistas enfocan su energía hacia su arte evitando así problemas mayores (D. Goleman, 2013), lo que es un indicador del buen funcionamiento de su corteza prefrontal.
 
 
Así, pues, el cerebro siempre estará buscando cómo sentir un mayor placer. ¿Pero qué pasa en los procesos de creativos? Es aquí donde interviene la mencionada zona mesolímbica, constituida por dos elementos principales: núcleo acumbens y el área ventral tegmental, que se comunican por un neurotransmisor bioquímico llamado dopamina. La dopamina, cuando se tiene una actividad placentera, se libera y adhiere a su neurona, a sus receptores y produce una respuesta. ¿Qué tipos de respuesta? Todas las que me causan placer, siento bonito, me da gusto, me río, lloro. Se producen conexiones sinápticas que liberan los neurotransmisores dopaminérgicos que generan cambios, los llamados “cambios plásticos”, que se traducen en que si empiezo a estimular esta zona continuamente con la práctica que incita a la imaginación y la creatividad, va a cambiar y se va a volver un área más gruesa debido a que aumenta el número de receptores. A este fenómeno se le llama supra regulación de receptores.
 
 
El cerebro de un artista que continuamente esté produciendo tiene cambios en el área mesolímbica, por lo que se sienter estimulado para practicar más y más, así hasta conseguir nuevamente el placer que le genera el acto de crear. Estos cambios se han demostrado científicamente y se sabe que modifican el funcionamiento del cerebro. El cerebro de un artista es diferente al cerebro de una persona dedicada a otra profesión (O. De Juan-Ayala, 2012).
 
 
MoraC de Asmat (2014) describe cómo se gestan estos cambios en el cerebro según la personalidad del artista plástico contemporáneo y los distintos momentos en la producción artística:
 
 

  1. La elucubración en el cerebro del artista: se genera en el sistema dopaminérgico del estriado ventral que recibe fibras de los siguientes sitios: hipocampo, amígdala, cortezas entorrinal y peritrinal, corteza de la porción anterior del cíngulo, corteza orbitofrontal medial y sitios dispuestos dentro del lóbulo temporal.
  2. La realización o el placer de conseguir lo que se había imaginado: persistencia, corteza prefrontal conectada al sistema límbico y otras partes involucradas en la tarea visual y motora. También tiene que ver con las endorfinas y con la oxitocina, soportar el dolor del fracaso y nuestro apego a determinadas manifestaciones.
  3. El placer de ser reconocido: tiene que ver con la noradrenalina y lo que se denomina dependencia de la recompensa y con la serotonina y nuestro sistema del miedo o evitación del daño relacionado con el sistema límbico.
  4. El placer de comunicar: la autotrascendencia y la cooperatividad enlazadas con la espiritualidad (lóbulos frontales y temporales) y la empatía (neuronas espejo).

 
En esta descripción podemos observar que en la creación y apreciación de las artes visuales intervienen todos los sentidos, pero es la visión el primero al que se alude. Podríamos pensar que nosotros vemos con los ojos, pero no es cierto. A través de los ojos entra la luz que incide en la retina, en ésta se transmite al nervio óptico y terminamos viendo con el área occipital, que es donde se integra la visión.
 
 
Semir Zeki (2000) en “Esplendores y miserias del cerebro” argumenta que aunque percibimos el color como una propiedad de los objetos, es en realidad la interpretación que el cerebro hace de tal propiedad física de éstos. Citando a Kant, señala que “la mente no deriva sus leyes de la naturaleza a priori sino que es ella quien las dicta”.
 
 
Los hallazgos de Zeki, gracias a los avances tecnológicos en imagenología, indican el centro neurálgico del cerebro, el complejo V4, o córtex de asociación visual, que es donde esta operación tiene lugar. La localización del complejo V4, una zona relativamente pequeña que se ubica en el cuerpo fusiforme del cerebro, es la encargada de la construcción del color; se descubrió gracias a los casos descritos sobre pacientes con cromática resultantes de lesiones que afectan precisamente esa zona (Zeki, 2000).
 
 
Contar con estos descubrimientos permite identificar y conocer de manera exacta cómo se da la construcción del hecho artístico a partir de la descripción de la actividad neuronal y los circuitos que están implicados, y no sólo desde la reflexión conceptual y desde el mundo de las ideas. El estudio del cerebro puede dar mayores pistas sobre su funcionamiento en el campo de las artes; aunque apenas comienzan, se han hecho diferentes acercamientos desde la neuroestética que muestran resultados interesantes.
 
 
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Conclusiones
 
Los investigadores tratan de dotar de evidencia científica, desde la neurobiología, a los procesos artísticos, y aseguran que la percepción de la belleza puede estar registrada en la corteza cerebral.
 
 
Las emociones que surgen en la creación y en la apreciación artística son estímulos que poseen propiedades sensoriales y desencadenan conexiones neuronales susceptibles de ser observadas mediante distintas tecnologías de la imagen.
 
 
Los estudios han demostrado que las emociones son comportamientos universales;[3] ahora se está investigando si también se puede afirmar que la expresión artística y la capacidad de emocionarnos con el arte son universales, dado que ambos procesos tienen su origen en las diferentes emociones que se detonan al producir o entrar en contacto con la obra artística.
 
 
La región involucrada en los procesos artísticos es el sistema límbico, misma área relacionada con la sensación de placer.
 
 
La creación y la apreciación artística son actividades humanas en las que se experimentan emociones compartidas entre productores, críticos, galeristas, museógrafos y público.
 
 
Se puede intentar comprender al artista plástico contemporáneo y su comportamiento a partir de conocer más del sistema dopaminérgico, ya que se encuentra profundamente involucrado en la personalidad; cada sitio de este circuito del placer produce conexiones neuronales en los momentos de la producción artística.
 
 
La neuroestética, lejos de ser un término neutro para designar al proyecto general de estudiar las bases cerebrales de la apreciación y creación artística, es un programa específico con presupuestos ontológicos y epistemológicos concretos sobre qué es y cómo debe estudiarse al arte.
 
 
Algunos investigadores argumentan que para darle fundamentación científica a los procesos artísticos es necesario, al igual que las ciencias exactas, dotarla de leyes de la experiencia artística, ya que los artistas las aplican, conscientemente o no, para inducir un estímulo óptimo de las áreas visuales del cerebro, en particular del sistema límbico. Se proponen diez leyes: 1) hipérbole, 2) agrupación, 3) contraste, 4) aislamiento, 5) resolución del problema de la percepción, 6) simetría, 7) aversión a las coincidencias, 8) repetición, 9) ritmo y orden, 10) equilibrio y metáfora.
 
 
Las investigaciones neuroestéticas apenas inician, por el momento hay más preguntas que respuestas. Por ejemplo, saber qué hace que el cerebro clasifique a una obra como maravillosa o desastrosa o entender qué hace a algunos artistas más innovadores que otros.
 
 
 
Referencias
 
Campos Bueno, J.J., “Neuroestética: hacia un estudio científico de la belleza y de los sentimientos estéticos compartidos en el arte”, 2010, ˂http://eprints.ucm.es/11724/1/Campos-Bueno_CAPITULO3.pdf˃. Consulta: 15 de febrero, 2018.
 
De Juan-Ayala, O., “Neuro Beethoven: el concierto de las neuronas. La Pictomusicadelfía y el potencial neuroexperimental de la música”, Artseduca. Revista electrónica de educación en las artes, 2012, ˂http://www.e-revistes.uji.es/index.php/artseduca/article/view/2142/1832˃. Consulta: 10 de diciembre, 2017.
 
Freeman, A., “El arte tiene su ciencia”, El Correo de la Unesco, junio de 1999, ˂http://unesdoc.unesco.org/images/0011/001162/116241s.pdf˃. Consulta: 20 de febrero, 2018.
 
José María Segovia de Arana (eds.), 2000. Ciencia y sociedad: nuevos enigmas científicos. Madrid, Fundación Santander Central Hispano, ˂http://neuroesthetics.org/pdf/esplendores.pdf˃. Consulta: 10 de diciembre, 2017.
 
Milone, Raúl, “Neuroestética: modelos empíricos de la experiencia de belleza”, en Guillermo Cuadrado, Juan Redmond y Rodrigo López O. (eds.), Conceptos y lenguajes en ciencia y tecnología, 2015, ˂https://www.researchgate.net/profile/Rodrigo_Lopez-Orellana2/publication/285417715_Conceptos_y_lenguajes_en_ciencia_y_tecnologia/links/565e15bd08ae1ef92983a7eb/Conceptos-y-lenguajes-en-ciencia-y-tecnologia.pdf#page=170˃. Consulta: 10 de diciembre, 2017.
 
MoraC de Asmat, M., “Reflexiones sobre neuroestética. Arte e investigación”, Mana Tukuk Illapa. Revista del Instituto de Investigaciones Museológicas y Artísticas de la Universidad Ricardo Palma, núm. 11, Perú, 2014. Onians, J., “El ‘ojo de la época’ de Michael Baxandall: de la historia social del arte a la neurohistoria del arte”, Quintana. Revista de Estudos do Departamento de Historia da Arte, núm. 4, Santiago de Compostela, 2005, pp. 99-114.
 
Zeki, Semir, “Esplendores y miserias del cerebro”, en Francisco Mora Teruel y José María Segovia de Arana (eds.), Ciencia y sociedad: nuevos enigmas científicos, Madrid, Fundación Santander Central Hispano, 2000, <https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2082704>. Consulta: 13 de marzo, 2018.
 
 
 
 
Notas
 
[1] Según el Diccionario de la Lengua Española, imagenología es el estudio y utilización clínica de las imágenes producidas por los rayos X, el ultrasonido, la resonancia magnética, etc. ˂http://dle.rae.es/?id=L030v32˃.
 
[2] Ernst Heinrich Weber (1975-1978) estudió la relación cuantitativa entre la magnitud de un estímulo físico y cómo se pierde dicho estimulo. Esta relación fue reelaborada por Gustav Theodor Fechner (1801-1887) y actualmente se conoce como Ley de Weber Fechner. Dicha ley establece que el cambio mínimo perceptible en la magnitud de un estímulo es proporcional a la magnitud de ese estímulo.
 
[3] Paul Ekman demostró que la percepción de las emociones es universal: la tristeza, la alegría, el enojo, la compasión presentan los mismos rasgos conductuales y se registran en las mismas conexiones neuronales.
 
 
 
 

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