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9-parte 3

Hemos de volvernos perros

Posted on 24 abril, 2015

Yuri Herrera
 
 
Texto de la exposición La Pasión según Arte Huerco, expuesta inicialmente en Pachuca, Hidalgo, por la Fundación Arturo Herrera Cabañas en abril de 2014. Se Expuso nuevamente en abril y mayo de 2015 en las vitrinas de la estación Copilco del Sistema de Transporte Colectivo Metro, México, D. F.
 
 
Desde hace más de dos décadas Ricardo Delgado Herbert (Tampico, 1974) se ha dedicado a observar el mundo en el que se cruzan la ostentación y el sufrimiento; ha registrado las imágenes cada vez más frecuentes de la violencia, y en lugar de resistirlas les ha soltado cuerda para hacerlas entrar en crisis.
 
 
La obra de Ricardo Delgado aborda la aceptación, tácita o explícita, de que la violencia extrema es el precio que debemos pagar diariamente para rozar el cielo del primer mundo —así sea sólo de venas para adentro—. Éste es un cielo en el que, antes que nadie, tienen derecho de piso los criminales, tanto los de camisa estampada como los de cuello blanco, los letrados de ambas nóminas y sus cómplices aledaños. Es un cielo de virilidad desbordante, que se engolosina en sí misma: pululan querubines armados, hay una corona hecha de cuernos de chivo, cardenales burócratas custodiando al capo de capos y hasta una ascensión.
 
 
Para los que no forman parte de la corte celestial, los ciudadanos al margen de la complicidad político-empresarial con los criminales, la única parte del banquete de lujos y adrenalina a la que tienen acceso es el sacrificio. Promesa de santidad a través del dolor, pero de una santidad frívola: de tanto que se han repetido en las primeras planas y en las pantallas, las imágenes del dolor ya no aspiran sino a insensibilizarnos.
 
 
Sin embargo, Ricardo Delgado no se deja encandilar. Por eso las sombras que proyectan los personajes de sus pinturas son sombras densas, que parecen hechas de sangre. Ahí donde no cae el falso fulgor del festín de testosterona, ahí se atisban sus consecuencias.
 
 
Ésta es la pasión de la modernidad que critica Ricardo Delgado, la exhibición de la sangre llevada a un extremo en el que finalmente podemos restarle importancia, arcoíris artificiales a los que se les ven las costuras, individuos que ya no tienen fuerza si no es con un arma sustituyendo una extremidad. Si no hemos de volvernos cyborgs, hemos de volvernos perros: alertas, listos para detectar el olor a podredumbre que viaja por el aire.
 
 

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