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Cultura hiperpalatable y domesticación de lo subversivo

Posted on 6 abril, 2022

Amadís Ross
 
 
Este texto es un fragmento del artículo “Pluralidad estética y ciencia ficción mexicana: primer acercamiento”, que próximamente se publicará en el libro Infiltración disruptiva. Aportaciones desde el Seminario Estéticas de Ciencia Ficción vol. 4, editado por el Cenidiap.
 
 
Los países que conforman Occidente, en especial los anglosajones, han regalado al mundo dos siglos de excelente ciencia ficción, desde Mary Shelley y H. G. Wells hasta Philip K. Dick y Margaret Atwood. Naturalmente, también han producido toneladas de basura, obras de consumo rápido e insustancial, narrativas superficiales y personajes y situaciones estereotípicas que sólo refuerzan cánones y prejuicios. Tal vez por ello fue un autor de ciencia ficción, Theodore Sturgeon, quien acuñó la conocida frase “el noventa por ciento de la ciencia ficción es mierda”.(1) Debido a que este género se ha mantenido entre los que más interesan al gran público, la industria cultural, en especial el cine, los cómics y los videojuegos, lo han explotado sin misericordia apuntando a romper récords de ventas, enrolar a las audiencias en sagas que garanticen su fidelidad a lo largo de los años, patentar ciertas narrativas y ciertas estéticas que sean indisociables de sus productos, y estar atentos a que nunca, ni por error, se cuestione el statu quo.
 
 
Con el avance del llamado capitalismo neoliberal, hoy transformado en tecnofeudalismo, la industria cultural fue afilando sus herramientas de sujeción y alineación de públicos. Al mismo tiempo, los productos fueron perdiendo la poca profundidad que llegaron a tener mientras se hacía énfasis en la forma. Hastiado de esta tendencia, el laureado director japonés de ciencia ficción Hideaki Anno se ha expresado así de la audiencia actual: “masas que sólo pueden responder con halago a detalles superficiales y habilidad técnica; con lágrimas, ri­sas, miedo u otras emociones simples; o con una identifica­ción primaria […] mientras que la deshonestidad intelectual y el afán por detalles triviales de parte de los creadores sólo refuerza esta estructura”.(2)
 
 
Podríamos decir que este tipo de ciencia ficción forma parte de la cultura hiperpalatable, concepto que toma prestado el término “hiperpalatable”, usado en la industria alimenticia para referirse a productos industrializados preparados para que generen la sensación de no poder dejar de comerlos.(3) A estos alimentos ultraprocesados se les diseña meticulosamente para darle preponderancia a los carbohidratos sin fibra, el sodio, las azúcares y los lípidos, dejando a un lado proteínas, vitaminas y minerales. Se busca adicción, satisfacción momentánea pero nunca completa, explotando la memoria genética de la especie, que durante los largos milenios de la llamada prehistoria sólo tenía acceso en contadas ocasiones a los gloriosos productos de la caza, la miel o la sal. El inconsciente miedo a la escasez funciona como resorte que abre la puerta a un consumo desregulado que lleva a la inmovilidad y la obesidad, tanto física como mental.(4)
 
 
La cultura hiperpalatable regurgita productos culturales chatarra, principalmente audiovisuales, diseñados de forma que generen la sensación de no poder dejar de consumirlos gracias a combinaciones muy estudiadas de narrativa, ideologías travestidas, elementos estéticos y eficientes campañas publicitarias que activan los circuitos neuronales de recompensa cerebral y los mecanismos de control que indican cuándo estamos saciados. Conducen a un pensamiento inconscientemente acrítico al frenar o enturbiar las aproximaciones analíticas, absorber y resignificar expresiones antiestablishment, empobrecer la aproximación a ideas complejas, reproducir comportamientos afines al Capital, volver asépticos los elementos estéticos e impedir cualquier interpretación que escape del propósito del producto. Son, como lo advertían Adorno y Horkheimer a mediados del siglo XX, “porquería que producen deliberadamente”(5) casas productoras, grupos de interés y demás miembros del Gran Capital. En resumen, son dispositivos de control y pastoreo de masas.
 
 
Durante muchas décadas la industria cultural hiperpalatable echó mano de un viejo recurso narrativo: la compulsión por la repetición, presente en el ser humano desde hace decenas de miles de años. La dimensión narrativa ha sido siempre vehículo de esta necesidad de escuchar, ver o leer las mismas historias, con variantes mínimas o cosméticas. La literatura, el cine y la televisión no tuvieron empacho en utilizar el principio narrativo de la repetición para vender los mismos productos una y otra vez cambiando sólo detalles nimios. Pero con el llamado capitalismo neoliberal, en consonancia con la necesidad del Capital por acelerar la destrucción de las particularidades regionales y volver transparente la interioridad de los sujetos, la estrategia se modificó. Hoy, la cultura hiperpalatable fabrica mercancías que suelen no concluir, narraciones que no cierran por completo para que los públicos sean incapaces de abandonar el punto de consumo y aguarden con ansia el siguiente producto, indistinguible del anterior.(6) Al enganchar de esta forma a los espectadores se consigue vender a través del tiempo, pero se debilita el poder de la narrativa de funcionar como ancla temporal que otorga sentido al mundo; las historias adquieren el carácter de la información en vez de la narración.(7) Este debilitamiento de la dimensión narrativa, huelga mencionar, es uno de los tantos vehículos de uniformidad que criba nuestra existencia hasta volverla un polvo informe, incoloro y sin ninguna característica especial.(8)
 
 
Los productos hiperpalatables funcionan como vehículos no sólo de las ideologías de la modernidad, sino como amortiguadores y digestores de expresiones contra el statu quo. Corrientes de pensamiento que podrían amenazar los basamentos del tecnofeudalismo son absorbidos, transformados y reempaquetados de manera que los públicos puedan usarlos de forma inocua aun cuando su presentación sea de rebeldía, furia, justicia y transformación.(9) Esta habilidad para traducir cualquier amenaza en mercancía que satisfaga el ansia revolucionaria de los seres humanos que vivimos el inicio de la Gran Crisis es, sin duda, uno de las artificios más ingeniosos y pérfidos que ha desarrollado la modernidad.
 
 
Por si fuera poco, el aparato cultural hiperpalatable universaliza la visión occidental de las ideas rebeldes (ya domesticadas), disolviendo o volviendo impracticables las versiones locales de ideas con similar carga subversiva. De esta forma, la protesta domada se vuelve sólo viable a través de las vías de la modernidad, tal como ocurre con la experiencia estética del “arte” y la “artesanía”: sin importar la región de origen, se mide con los cánones occidentales. Por ejemplo, a países como México se ha importado sin traducción alguna el modelo principalmente estadunidense de «culpa blanca», que es, como lo afirma Slavoj Žižek, otra forma de universalidad de Occidente(10) al colocar a los caucásicos en el centro de la discusión y, por lo tanto, establecerlos como medida para hablar del resto de la humanidad. Los mexicanos somos una sociedad multiétnica muy diferente a la estadunidense, y el racismo y el clasismo que padecemos funcionan con otros resortes y poleas. Sin adaptar, naturalizar, traducir y modificar lo necesario de estas ideologías amaestradas por el Capital, únicamente permaneceremos dentro de la ciega homogeneización de la modernidad.
 
 
 
 
 
Notas
 

[1] La frase completa, llamada “Ley Sturgeon”, dice algo así como: «90 % de la ciencia ficción es basura, pero también 90 % del resto de la literatura es basura. Una vez aceptado esto hay que reconocer que el restante 10 % de la ciencia ficción puede ser tan bueno como lo mejor del restante 10 % de cualquier otro género literario».

 

[2] Citado en Amadís Ross, “La transfiguración de Shinji Ikari: el Tlacuache inverso”, en Loreto Alonso y Amadís Ross (coords.), Historias, mitos y ritos: ciencia ficción desde América Latina. Aportaciones desde el Seminario Estéticas de ciencia ficción vol. 1, México, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, 2019, p. 47.

 

[3] “Cómo identificar los hiperpalatables, los alimentos que una vez que los pruebas no puedes dejar de comerlos”, BBC Mundo, noviembre de 2019, https://www.bbc.com/mundo/noticias-50573628. Consulta: 16 de noviembre, 2021.

 

[4] Bolívar Echeverría señala que uno de los hitos del capitalismo fue volver la escasez real (o absoluta), vivida durante toda la historia de la especie, en una escasez gestionada (o relativa). Gracias a los adelantos técnicos se producen suficientes bienes para todos, sin embargo la acumulación capitalista obliga a reproducir artificialmente la escasez para mantener una relación de oferta y demanda que convenga a sus intereses. Bolívar Echeverría, Modernidad y blanquitud, México, Era, 2019, pp. 24, 24, 96 y 97.

 

[5] Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Madrid, Trotta, 1998, p. 166.

 

[6] Aunque para los adeptos que se hayan prendados por el producto, cada entrega de estas narraciones inconclusas parezca muy distinta de las demás.

 

[7] “La narración es una forma de cierre. Tiene comienzo y final. Se caracteriza por un orden cerrado. Las informaciones, por el contrario, son aditivas y no narrativas. No se fusionan en una historia, en un canto que genere sentido e identidad. Solo permiten una inacabable acumulación”. Byung-Chul Han, La desaparición de los rituales. Una topología del presente, Barcelona, Herder, 2020, p. 25.

 

[8] “El capitalismo no es narrativo. No narra. Sólo cuenta. Priva al tiempo de toda significación. Profana el tiempo reduciéndolo a tiempo laboral. Así es como los días resultan todos iguales”. Ibidem, p. 35.

 

[9] Compañías transnacionales como Nike o Procter & Gamble han echado mano sin sonrojo alguno de temas feministas, de equidad de género, racismo o diversidad sexual para vender rastrillos, tenis o desodorantes. “Desde la armonía comunitaria hasta la igualdad de género, las marcas adoptan cada vez más temas progresistas y provocativos para destacar y ganar clientes”, Sonam Joshi, “How your detergent got woke”, Times of India, 18 de marzo de 2019, https://timesofindia.indiatimes.com/home/sunday-times/how-your-detergent-got-woke/articleshow/68443462.cms. Consulta: 16 de noviembre, 2021.

 

[10] Véase “Slavoj Zizek — White Guilt & Victimhood Culture”, https://www.youtube.com/watch?v=e_N_vesQigY. Consulta: 16 de noviembre, 2021.

 
 
 
 
 
 

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