ESPECULARES
Posted on 22 febrero, 2016 by cenidiap
Crítica ficción
Alfredo Gurza
En cumplimiento de la misión fundamental del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) de producir y promover la investigación, la documentación y la información sobre artes plásticas en México y el resto del mundo, presentamos la serie “Especulares”, en la que hemos de publicar de manera periódica imágenes del invaluable acervo que resguarda nuestra institución, en diálogo con fabulaciones e invenciones, ejercicios de imaginación a manos libres, a manera de espejos en recíproco reflejo, para revelar afinidades y contrastes inesperados, entrelazamientos bajo las superficies, significativas resonancias.
Anclada en la difusión del rico material que resguarda el Cenidiap, es una propuesta de recirculación de este patrimonio, para contribuir a la generación de nuevos públicos y al fortalecimiento del centro como referente para la comunidad nacional e internacional de investigadores, documentalistas y creadores.
“Una dialéctica envolvente de los momentos de fuerza precedentes, desdeñosa de ñoñerías hegelianas, que revela tanto como encubre, embustera por necesidad creativa, insufriblemente apodíctica por deliberado afán provocador, cuajada en imágenes ofrecidas a las pupilas más feroces, cuya escrupulosa sumatoria ha de resultar en la precisa figuración de su sustancia como proceso de tumbos y vertederos sin fin(es)”. Zenaida Shaigulidina, «Fuegos fatuos para esta noche espesa», Prop-It Magazine, segundo trimestre de 2008.
“Pensábamos mucho en la vanguardia, en cómo debía ser aquello, ¿no? Y recuerdo que una compañera nos contó en una reunión un pasaje de Lenin, no recuerdo de qué folleto, y la cosa era más o menos así… Se lo cuento con mis palabras y según me acuerdo, aunque me gustó tanto la imagen que me parece que se la puedo platicar sin apartarme mucho de lo que escribió el camarada, ¿no? Está Lenin conversando con un ingeniero muy experto, muy así, pero que también es bolchevique y muy entregado, ¿verdad? Acababa de ser la derrota de 1905, del primer intento de la revolución allá en Rusia. No se dieron las condiciones, no participó el pueblo como se esperaba y tal, ¿no? Y dice el ingeniero este: ‘Camarada Lenin, qué lástima que la revolución no sea como los ferrocarriles alemanes, que siempre sabe uno a qué hora llegan, de dónde a dónde van y en cuánto tiempo hacen el trayecto. Con sus estaciones limpiecitas, sus maleteros muy atentos, todo funcionando como relojito, y los maquinistas muy profesionales, muy dedicados a lo suyo, muy conocedores de todo lo que necesita el tren para andar bien y con el mapa bien grabado en la cabeza’. Y Lenin namás se ríe y hace esta reflexión, palabras más, palabras menos: ‘Lo que quiere este hombre es sacar a la vida de la historia, y eso pues nomás no se puede. Y si se pudiera nosotros no lo querríamos. El tren de la revolución se atrasa o se adelanta, se desvía y se descarrila y hay que volver a echarlo a andar entre todos. De repente miramos atrás y ya nos faltan unos vagones, ¿y qué hacemos?, ¿nos regresamos por ellos o ahí luego que nos alcancen? O si no, unos ya pusieron el cabús delante de la máquina y tal… Y acá todos tenemos que meterle parejo, acá nada de pasajeros de primera namás viendo cómo se las arreglan los demás para que el tren llegue a su destino. ¿Y cuál destino? No, pues quién sabe. Hay que hacer el viaje cantando y trabajando, bromeando, bailando y paleando carbón. Así se hace la vanguardia, pero dándole todos, ¿no?’ Bueno, ahí ya fue mucho de mi cosecha, ¿verdad?, pero búsquese el folleto ese de Lenin y verá que no ando tan perdido (risas)”. Testimonio de Adalberto García en el documental El cielo es rojo, Planchuela Films, México, 1991.
“¿Es el ser del hombre sombra
esquiva,
casquivana,
cascarilla, casi nada?
¿Hay verdad acaso
en los surcos de la huella,
en las líneas que pergeña
ella
dac-ti-ló-gra-fa,
dac-ti-lós-co-pa,
poetisa de mi santo y seña
en el Buró de Identidad?
En vano mi mirada,
mi ademán,
mis lunares y solares,
mi jugosa manzana de Adán.
Mi filiación me subordina,
me reduce, me remplaza;
de mi ser hace sordina
y a mi esencia fija tasa.
Cercada por los sellos,
los membretes y los timbres,
mi lengua chista apenas:
‘¡Yo no soy el del papel!’”
Diego Luis Marchesi, “Cascarillas”, en Versos fáciles de un porteño difícil, Campeche, 1947.
“Ya es lugar común, y de los más gastados por los derrochadores de lo cursi-bello, la referencia a lo siniestro psicológico cuando se ensaya sobre los retratos de familia. El afán de lo chocante para generar un efecto de irónica distancia, el atizar brumas y temblores metafísicos, parece ir de la mano de esa manía poetizante de nuestros críticos, empeñados en sofocar las realizaciones del arte bajo el peso de sus alcanforados almohadones de plumas. No pueden sino decretar de manera sumaria que estas imágenes de padres, madres e hijos son mentiras más o menos aliñadas, más o menos deliberadas, toda vez que a su ojo agudo, a su sensibilidad clínica, no se escapa cierto asomo de inquietud, de malestar existencial, detrás de las poses convencionales, las miradas divertidas o cohibidas, el gesto adusto o las sonrisas. No me cabe duda alguna de que una vez recorridas las páginas de este álbum, los lectores compartirán mi íntima convicción de que lo que aquellos confunden, lo que esquivan y soterran, no es otra cosa que la universal y animal melancolía, la irrestañable nostalgia del ser feliz y uno en amorosa compañía, que nos deja exangües en la contemplación de estas fotografías”. Armida Vázquez-Crowley, de la nota liminar a El foto-estudio mexicano: un empeño contra la desidia. 1929-1947, México D. F., 1982.
“Y aquí habría que acometer una cuestión capital, visto que nos enfrentamos a un nudo de intenciones y ejecuciones que aspiran a la trascendencia en la inmanencia, al cruce de un umbral que no se abre sino sobre sí mismo. Así de estricta es la truculencia de la exhortación fúnebre, de la mascarilla mortuoria, del apunte a lápiz que se afana desesperadamente por capturar lo que de vivo conserva fugazmente el acto de la muerte. Atenazados por la indefensión que ese instante nos revela brutalmente, contemplamos al amigo sometido al proceso indefectible de su devenir ausente, ‘habiéndose purgado de la bastedad y feculencia de su ser terrenal’, como dice Dryden con humanísima majestad. Cerramos los ojos a la inepcia de nuestras artes y porfiamos en nuestro propósito de plasmar lo que perdemos para siempre. De esta tentación nos advierte el propio Dryden, ese poeta de los traductores a quien mi padre tanto amó: ‘Y ahora, con la típica vanidad de los prologuistas holandeses, podría recargar a nuestro autor con las alabanzas y conmemoraciones de otros escritores […] Pero atestar las páginas con materia de esa índole sembraría entre los lectores comunes la desconfianza, haciéndolos pensar que Plutarco las necesita’. Me parece que mi padre sonreiría al ver que decido valerme de Ovidio para concluir esta nota del día de su partida: ‘Lingua, sile; non est ultra narrabile quidqua’”. Evangelina Guerra, Un diario de pequeñas alegrías y pesares pasajeros, San Luis Río Colorado, 1896.
“Querido amigo, mucho he cavilado en torno a su comedida propuesta y ahora, un tanto por temor supersticioso y otro tanto por ánimo de cortar de una buena vez el hilo de estas inquietudes, me atrevo a hacerle llegar algunas de las consideraciones que me han rondado después de la lectura de su muy atenta del 20 de febrero. Nuestra ya añeja conversación sobre lo que alguna mente más dotada que las nuestras ha llamado el problema de una acaso emprendible fenomenología del discipulado nos ha conducido en más de una memorable ocasión al escabroso asunto del fin del trayecto individual. Visto por el lado amable, esto supondría —para efectos de las cuestiones que nos ocupan— el dulce tránsito una vez concluida la faena, el relevo con tersura, la puesta en manos del discípulo devoto de la estafeta pulida por los desvelos del maestro; pero muy grave sería ignorar por falta de arrestos o exceso de escrúpulos que el expirante no deja tras de sí sólo sus archivos y sus libros, sino su carne hecha despojos (‘alones, molleja, patas, pescuezo y cabeza’, como quiere la Real Academia), temible Nachlass que exige un albacea que no escurra el bulto. Así como el pupilo ha de hallar adecuado alojamiento para aquéllos, a éstos debe dar digna residencia. De modo que a la muerte del maestro, el discípulo habrá de convertirse en su sucesor (por default, si se me admite el galicismo) en el acto mismo de disponer de los restos, y del arte con que despache (¡Galia de nuevo!) esa encomienda podrá fijarse el rasero de su incipiente magisterio. Así las cosas, sea usted más preciso y cuénteme con todo pormenor ese proyecto suyo de erigir un gran mausoleo piramidal para mi última morada. Envíe bocetos de los conjuntos escultóricos y de los jardines que habrán de rodearlo. No se dilate, que en estas cosas uno nunca sabe. Por lo pronto le anticipo algunas sugerencias…”. De una carta del Dr. Ramiro Unzueta al Mto. Ramón Roces, fechada en Ciudad Universitaria, México D. F., 1 de abril de 1964.
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