El jadín como casa
Posted on 6 noviembre, 2017 by cenidiap
Carmen Gómez del Campo
Gracias a todos por acompañarnos esta tarde en la presentación del catálogo El jardín como casa, la trayectoria de la creación en cerámica de Mariana Velázquez. Agradezco al INBA, al Cenart y al Cenidiap por abrirnos este espacio y poder mostrarles cómo en torno a un jardín una casa se convierte en un lugar cálido, acogedor, habitado por la naturaleza entrelazada con piezas de cerámica creadas por Mariana. Gracias a ella, también, por permitirnos adentrarnos en su jardín fantástico.
Hace años, como parte de nuestro trabajo en tanto responsables de formar el Archivo de Cerámica Contemporánea en México, visitamos en La Pitaya, Veracrúz, el taller de Mariana, para conocerla en persona, para palpar su entorno, para respirar su atmósfera.
Quienes conocen este sitio, enclavado en una pequeña cañada entre Xalapa y Coatepec, saben de la exuberante naturaleza que lo rodea. Hacia su casa, envuelta en hojas verdes, nos dirigimos. Un rostro serio nos abrió la puerta, como si estuviera molesta de que extraños irrumpieran en ese su espacio privado, su rincón paradisiaco. Cautivadas por lo que se podía entrever entre la puerta medio abierta y el fondo de la casa, entramos como si a un lugar sagrado lo hiciéramos. Las habitaciones, todas con ventanales, estaban ordenadas en torno a un pequeño patio donde convivían la verde vegetación y piezas en barro a ésta entrelazadas. Cestas de barro tejidas por las manos de Mariana hacían las veces de avisperos y nidos que protegían pequeños embriones por ella cultivados. Altos bambúes serpenteaban el espacio, cuencos guardaban el agua de la lluvia, semillas germinando convivían con vulvas floreciendo. Todo un edén ante nuestra sorprendida mirada. Poco a poco su semblante fue cambiando hasta tornarse amable y amistoso entre generosas tazas de café que fue disponiendo frente a nosotras, cada una distinta, con orejas que calzaban en la mesa. De ellas nos hablaba y de su tienda recién abierta. Era como si de ese jardín brotara la vida y envolviera la casa en formas y figuras diversas: el café, la jarra, el agua, las tazas, los cuencos, la luz, la tersura, la ternura; después comenzaron a fluir las palabras, las risas, las miradas de acogimiento.
En esa atmósfera cálida que nos fue envolviendo pudimos descubrir que esa casa, hecha jardín, Mariana la había convertido en una especie de laboratorio donde día a día presenciaba el surgimiento de miles de formas, provenientes de la naturaleza en movimiento que, ante su mirada, se transfiguraban a cada momento. Cambios imperceptibles cocinados por el tiempo, el agua, la tierra, el aire, que sus manos, hechas ojos, y su mirada, hecha tacto, observaban sin premura.
Siguiendo el ritmo y la cadencia de los tiempo de la naturaleza, la artista ha aprendido a emularlos y recrearlos en su trabajo de tierra y fuego, como una alquimia en la que, con sabia paciencia, conjuga su aguda percepción de la movilidad de las formas vivas con el “halo desconocido” que antecede y sostiene a la creación, como bien evoca Beatriz Sánchez Zurita a Merleau-Ponty en la presentación del catálogo. Eso que intuye, más no conoce, eso invisible que sostiene el movimiento y su forma, Mariana lo toca con sus ojos y modela con sus manos bajo tiempos diversos, como nos indica Sánchez Zurita. Sí, porque pareciera que el devenir del tiempo habita en sus piezas, de ahí que podamos apreciar en su obra la suspensión, por un sutil instante, de los gestos arrebatados e irrefrenables de la vida en movimiento. Vaya alquimia la realizada por la artista entre lo invisible y la materia, entre lo desconocido y todas las posibles figuraciones que puede recrearle. En ese mundo invisible y desconocido que sostiene y antecede a las formas, Mariana parece quedar seducida y sumergida en la sutil movilidad de las metamorfosis de la tierra: una semilla germinando, un tronco descomponiéndose, una balsa deslizándose suavemente, un capullo floreciendo, un falo turgente, un nido colgando; formas suaves, tersas, que la artista teje entre sus dedos con la fluidez del agua, la calidez de la tierra, la sutileza del aire y luego, la fuerza del fuego.
Beatriz Sánchez Zurita nos propone ver en la obra de Mariana la “configuración y representación” de un mundo íntimo que cobra forma y es habitado desde una posición femenina. Pareciera que esa intimidad nos es revelada por la artista en un umbral, que es su jardín, donde lo animado transita hacia lo inanimado y viceversa. Ahí, en ese quicio, ocurre un continuo fluir entre lo orgánico y lo inorgánico, entre la movilidad y la fuerza y su sutil suspensión en gestos que parecen estar sostenidos por la agitación del deseo, por los despliegues y repliegues del cuerpo y por la cadencia y ritmos de la naturaleza.
En su obra se percibe una potencia a la espera de ser realizada, la expresión de una sensualidad exuberante, que se muestra y se recoge. La sensualidad de las formas orgánicas animadas por un soplo, un aliento que suspende los gestos arrebatados, irrefrenables de la vida en movimientos animan sus piezas como umbrales donde se está a punto de asistir a las revelaciones de la vida y sus cultivos: ramas secas a manera de delicadas manos llevadas por el viento ejecutando una sensual danza, una semilla a punto de germinar, falos irguiéndose gozosos o bien, una vulva de la que brotan los pistilos de una flor. A ese instante, sustraído del tiempo y pletórico de vida, asistimos atraídos y seducidos por la sensualidad de cada pieza porque en cada una de ellas su intimidad se insinúa sin revelar, jamás, sus secretos.
La obra de Mariana aparece figurando las metamorfosis de la naturaleza, los “halos de lo desconocido”, o el ombligo del sueño, como lo nombra Sigmund Freud, de donde surgen todas las infinitas figuraciones de la materia sostenidas a partir de un inasible y de un indeterminado. Como esas barcas flotando y circundando las aguas de un río suspendido por los aires, trazando sutiles sombras, inatrapables, que pautan la transitoriedad de las formas bellas, es la alquimia que la ceramista realiza para introducir a su obra el tiempo, como un quinto elemento. Como bien nos indica Beatriz Sánchez Zurita, la artista ha sabido reconocer las estaciones y los ritmos de la naturaleza y a conjugarlas en su obra: latencia y espera, presencia y creación, irrupción de formas efímeras e inéditas; Mariana sabe que sin esta condición, lo transitorio y fugaz, la belleza no podría aparecer, ni sostenerse. Materia y tiempo así parecen ser dos dimensiones en las cuales su obra se desliza y despliega: tierra, agua, aire serán la materialidad que palpa, amasa, reúne, acaricia, desenvuelve; conoce de las vetas del barro, su textura, su color, sus secretos, su condición de materia germinal; del agua, su tersura, su humedad, el ingrediente que da la suavidad y la vida y, del aire, el soplo que anima los gestos de sus formas y figuras. Abrirse a la dimensión del tiempo es permitir que éste transite en sus piezas, las vaya formando, las inunde, las habite a través de los ritmos del amasado, de la cadencia del torneado, de la impresión de texturas, del vaivén del tejido, de la pausa del secado; más el tiempo de paciente espera ante el fuego, que impone siempre el abrirse al por-venir y a sus avatares, le develan y nos revelan, lo inasible de eso desconocido y transitorio, los sustratos de toda creación artística.
El jardín como casa, publicación dentro de la colección Miradas, es la reunión de una obra en metamorfosis y acerca de las metamorfosis, las que el tiempo pauta, las que la materia impone. Es un catálogo que supo sobrepasar los límites presupuestarios que padecemos en el campo de la cultura y de la producción y difusión de las artes, hasta lograr reproducir con cuidado y trasmitirnos con viveza la vida en movimiento que habita y recorre la obra de Mariana Velázquez. La impecable y sugerente presentación que de él hace Beatriz Sánchez Zurita es una invitación a seguir sus guiños. Para aquellos a quienes nos apasiona la creación artística en cerámica es un catálogo imprescindible por su sencilla belleza, y para quienes se acercan a conocerla es una guía que orienta en la sensualidad de sus formas y texturas.
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