Las siete décadas y media de Arturo Rivera
Posted on 4 noviembre, 2020 by cenidiap
Carlos-Blas Galindo
[Nacido en la Ciudad de México el 15 de abril de 1945, Arturo Rivera poseía una vasta obra frecuentemente admirada tanto por la crítica especializada como por los vislumbrados espectadores. Notimex convocó al reconocido crítico y curador de artes plásticas Carlos-Blas Galindo para celebrar su aniversario 75, texto que hoy reproducimos como un homenaje al maestro Rivera, recientemente fallecido.]
El artista mexicano Arturo Rivera cumple hoy 75 años de vida. Aproximarse a su obra resulta muy enriquecedor, ya que se trata de una producción amplia, compleja y rebosante de originalidad en la que este autor recobra y actualiza algunos de los procedimientos formales y técnicos de las tradiciones pictórica, gráfica y tridimensional occidentales. Él basa su sólido lenguaje individual —mismo que comenzó a erigir al término de la década de los setenta del siglo pasado— en un impecable virtuosismo figurativo con el que sacude nuestras sensibilidades estéticas. Y como la esfera de lo sensible está relacionada con los sentimientos y éstos, a su vez, lo están tanto con el pensamiento como con la moralidad (propuesta vigente planteada por Agnes Heller), es frecuente que tal zarandeo al que nos invita este autor genere reacciones que van de la franca e íntima excitación a un fingido repudio, aunque nunca a lo impasible; de la súbita apetencia a la simulada aversión, sin pasar por el desinterés; del estremecimiento, en fin, a un disimulo que jamás recobrará la tranquilidad. Esto sucede porque Rivera logra, con sus obras, que experimentemos una fascinación que es incompatible con la doble moral imperante. Y todo esto se complica porque, dada la intensa fuerza expresiva que él ha conseguido, experimentamos estas reacciones ya sea de manera simultánea o, bien, con una intermitencia en la que los lapsos entre la atracción y la socialmente inducida repulsa se suceden a una velocidad vertiginosa o, muy frecuentemente, llegan a superponerse. Para agitar de esta manera nuestras sensibilidades, este artista utiliza con gran solvencia recursos estéticos como los de lo trágico, lo terrorífico, lo sublime, lo siniestro, lo sentimental, lo sensual, lo placentero, lo nefasto, lo grotesco, lo grandioso, lo brutal, lo bello y lo abyecto. Es decir, un porcentaje de opciones sensibles que son tenidas por positivas y otro tanto de aquellas otras a las que públicamente se les escatima la aceptación.
El rostro, la visión, el pensamiento
Las temáticas que aborda Arturo Rivera en su producción están relacionadas con las invariantes de la conducta humana durante la historia de la humanidad, así como en la equivalencia de los sentimientos durante etapas diferentes de nuestro devenir como especie. Esa es la razón por la que, en ocasiones, realiza citas de la mitología de la Grecia antigua, o por la que en ciertos casos hace referencia a textos bíblicos, todo lo cual refuerza con los títulos de las piezas en las que esto ocurre. Y es que, quienes orbitamos en torno a lo occidental, aprendemos a sentir con base en los parámetros de Occidente y los de su clase hegemónica, aun cuando no todas las personas sintamos como lo hacen quienes integran esa clase. En las obras de Rivera campea lo sexual; no solo el impulso de esta índole sino (otra vez Heller) el afecto o sentimiento sexual. Y por supuesto que también están presentes el miedo, la vergüenza, la alegría, la tristeza, el sentimiento del dolor, y el sufrimiento. Amén de sus temáticas recurrentes, destacan las maneras como este artista aborda tales asuntos, las cuales resultan profundas, analíticas, altamente provocativas, de una clara persuasión y por supuesto que perversas. En lo tocante a su actitud artística acerca de la llamada realidad tangible, ésta es violenta, rebelde, testimonial y con una feliz combinación entre lo vital y lo mórbido. La iconografía a la que este artista apela es rica y extensa; en lo tocante a lo humano, si bien recurre a desnudos y a la representación de órganos sexuales femeninos y masculinos, cabe señalar que aun cuando no exacerba el carácter simbólico de algunos de los elementos que utiliza, tampoco desdeña la función comunicativa que tienen, entre otros, el rostro —asunto al que dedicó su exposición individual en el Museo del Palacio de Bellas Artes, en 2000, de la cual fui curador— como revelación parcial e instantánea, aunque de suma utilidad, de las personas. O el ojo —órgano del que se ha ocupado en una extensa serie correspondiente a la etapa temprana de su carrera— como símbolo de la percepción intelectual y, además, de la sensible. O, asimismo, el cráneo como contenedor del pensamiento y, a la vez, como símbolo tanto de nuestra condición mortal como de nuestra capacidad para trascender la muerte misma, pues los cráneos sobreviven, por así decirlo, a quienes les pertenecieron en vida.
Un neoacademicista disidente
Diestro en el manejo de su amplio repertorio técnico, decidido y audaz en cuanto al empleo de sus procesos de producción, Arturo Rivera es impecable en lo tocante a sus acabados y a sus decisiones de cuándo ha finalizado cada una de sus obras. En sus composiciones gusta de conseguir un claro dinamismo visual, así como de presentar y resolver tensiones; su deleite por lo compositivo lo ha llevado a hacer evidentes algunos de los trazos con base en los cuales organiza el acomodo de los elementos que representa. Es factible ubicar su obra como parte de los neoacademicismos, lenguajes que comenzaron a ser apuntalados en la década de los ochenta de la anterior centuria y que, por eso mismo, corresponden a las postvanguardias (o a la posmodernidad, como también se le denomina). Solo que Rivera es un neoacademicista disidente, pues mantiene una posición de intransigencia en cuanto a los paradigmas postvanguardistas. De éstos, recupera el eclecticismo iconográfico, así como las citas a la tradición artística de Occidente y también el carácter intelectivo del arte contemporáneo. Consumado melómano que cuenta, entre sus predilecciones, con la del blues; refinado anfitrión, sagaz y controversial polemista, Arturo Rivera impulsa decididamente, con sus obras, el desarrollo de nuestra cultura artística.
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