Los Fridos: una experiencia compartida, cuatro individualidades
Posted on 27 septiembre, 2018 by cenidiap
Laura González Matute
Plática sustentada en julio de 2018 en la Sala Adolfo Best Maugard del Museo Nacional de Arte, Ciudad de México.
Un encuentro
Fue en 1943 cuando cuatro jóvenes artistas, Fanny Rabel, Arturo García Bustos, Guillermo Monroy y Arturo Estrada, inscritos en la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda, convivieron, disfrutaron y asimilaron las enseñanzas de vida y arte que les brindó su maestra, la pintora Frida Kahlo. Esta rica experiencia, al mismo tiempo que les permitió desarrollarse de manera autónoma, marcó su obra y personalidad y, por otro lado, les ofreció la oportunidad de establecer contacto con quien sería, a partir de los años ochenta del siglo pasado, un hito en la historia del arte mexicano.
Ese mismo año, Kahlo fue invitada por el pintor Antonio Ruiz El Corcito, director en ese momento de La Esmeralda, para que impartiera la clase de Iniciación pictórica. En un principio, la artista dudó en aceptar la propuesta, ya que, según rememoran sus alumnos, aseguraba que jamás había sido maestra, e incluso se dice que comentaba: “Voy a ser lo que se llama ´maestra´ pero no soy nada de eso”. (1)No obstante, arribó a la institución entusiasmada para iniciar esta práctica docente que le ofrecía su pasión por pintar.
La Esmeralda
En 1942 se fundó la Escuela de Artes Plásticas de La Esmeralda dentro de la Secretaría de Educación Pública, y en 1946 fue asignada al Instituto Nacional de Bellas Artes como Escuela de Pintura y Escultura (en 1964 se le dio su denominación actual: Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado). Se encontraba ubicada en un local inhóspito de la Colonia Guerrero, en la Ciudad de México. Consistía básicamente de un gran patio donde se habían habilitado los talleres; incluso, se dice que cuando llovía se inundaba y todos, discípulos y maestros, tenían que caminar sobre tablones.(2) El cuerpo de docentes contratado por Antonio Ruiz estaba conformado por artistas de gran renombre para aquel momento, como Agustín Lazo, Benito Messeguer, Francisco Zúñiga, María Izquierdo, Feliciano Peña, Germán Cueto, Carlos Orozco Romero, Raúl Anguiano, Miguel Covarrubias, Manuel Rodríguez Lozano, Julio Castellanos y Diego Rivera, entre otros.
El día en que Frida arribó a dar su primera clase, se presentó, como recuerdan sus alumnos, ataviada con un majestuoso traje de tehuana, adornada con vistosos moños, engalanada con su opulenta joyería y portando una canasta de frutos para que sus discípulos realizaran su primer ejercicio plástico.(3)
Sus métodos de enseñanza
Amante y respetuosa de la libertad de creación, Frida adoptó las enseñanzas que habían sido la pauta pedagógica en las Escuelas de Pintura al Aire Libre durante la década de 1920. Por lo mismo, no tocaba los bocetos de sus alumnos, los dejaba que dibujaran y pintaran de manera independiente, con el fin de que se apasionaran con sus obras; únicamente los orientaba para que continuaran con su creación. Con este sistema, trabajaban con flexibilidad, apartados de la rigidez que caracterizaba a las academias de arte, ya que, para Frida, la iniciativa en el aprendiz era prioritaria.
Así, les proponía salir al aire libre, conocer los alrededores, pintar a la gente de los barrios, y, sobre todo, les inculcaba la creación espontánea y el aliento por vivir el arte. No pretendía explicar nociones teóricas, tampoco impartir clases acartonadas, todo lo contrario, al ver las obras, los motivaba exclamando: “¡Qué bien pintaste esto!” o “Qué bonito te salió este maguey”, y agregaba: “si te fijas, el maguey, no es sólo verde, también hay algo de azul, de violeta, de rojo, ves cuántos colores hay sólo en esta planta?”, para concluir: “a ver, ahora, píntala con estos colores”.
De la misma manera, les proponía realizar cuadros inspirados en los objetos de la cultura popular, como judas, vasijas o figurillas prehispánicas. Fanny Rabel asegura que su maestra les enseñó cómo mirar artísticamente: “Frida […] abrió nuestros ojos ante el mundo”.(4)
La casa de Coyoacán
Las dolencias de Frida Kahlo debidas a su precaria salud, a raíz del accidente sufrido en la juventud, la tenían constantemente amenazada de abandonar su materia en La Esmeralda, mas el gusto que tenía por convivir con sus alumnos la motivó a proponer a El Corcito que le permitiera que éstos continuaran con sus estudios en su casa de Coyoacán. El director aceptó la propuesta. En un principio varios de ellos emprendieron la excursión hacia el sur de la ciudad, sin embargo, más adelante, quizás por la lejanía, únicamente continuaron asistiendo los después llamados “Fridos”, quienes diariamente acudían a las clase con su maestra.
La Casa Azul
Así se le conoció, y se conoce hasta el día de hoy, a la casa paterna de Frida. El lugar fungió como un oasis: el jardín desbordaba vegetación, había diversas plantas exóticas, además, los jóvenes convivían con innumerables animales, como perros itzcuincles, gatos, tortugas, monos araña, patos y pericos; este vergel se complementaba con una pequeña evocación de una pirámide prehispánica al centro del patio y monolitos mesoamericanos diseminados entre las plantas. Había además una fuente plena de peces. Era un ambiente paradisiaco y, de alguna manera, surreal, el que envolvía a los alumnos y los incitaba a fundirse con el paisaje. No siempre los acompañaba la maestra, ya que en general Frida permanecía dentro de la casa, pintando en su taller, y únicamente salía de sus habitaciones dos o tres veces a la semana para valorar sus avances.
A los alumnos día con día se les despertaba el entusiasmo por continuar con sus creaciones y su aprendizaje. No obstante que las clases eran informales, no dejaban de recibir consejos y enseñanzas de su mentora, quien los estimulaba a reflexionar o deliberar sobre diversos temas. Les informaba lo referente a empastes o equilibrios, sobre colores y texturas, al mismo tiempo que los ponía al tanto de las últimas tendencias del arte, como el expresionismo alemán, el constructivismo, la obra de Picasso y otras vertientes del arte del momento. Por otra parte, les hablaba de la política nacional, del Partido Comunista Mexicano o sobre la grave situación que se vivía con la segunda Guerra Mundial. Aunado a estos tópicos, enriquecía sus clases con canciones de corridos revolucionarios e invitaba a los alumnos a que compusieran otras melodías, con letras acordes al momento. En sus clases, se dice que en general permeaba el humor, la chispa, la risa y la diversión.
Si bien les permitía la total libertad para crear, también les proponía llevar a cabo comentarios y sugerencia entre ellos, con el fin de instituir la crítica, pero con un sentido solidario y de enriquecimiento para el grupo. Frida, con su enseñanza y experiencia de vida, los dotaba de la pasión y el entusiasmo por el arte. Esto se constata en el hecho de que los cuatro Fridos, hasta sus últimos años, han dedicado su vida a la plástica.
Salir al aire libre
Frida Kahlo, como maestra, inculcó en sus alumnos el gusto por abandonar las aulas, pintar los tipos populares, los paisajes, las formas de las culturas mesoamericanas y, sobre todo, la vida del México que los rodeaba. Coyoacán, al sur de la capital del país, fue un lugar idóneo para entrar en contacto con el pueblo, con sus callejones, con su mercado, sus iglesias y sus alrededores.
El Pedregal de San Ángel, o “el pedre”, como según rememora Guillermo Monroy era apodado por Frida, fue otro de los sitios promovidos por su maestra para que realizaran la práctica del paisaje. Sus paseos a las faldas del Ajusco los motivó para recrear diversas imágenes paisajísticas sobre los alrededores de la ciudad. Frida también tuvo la iniciativa de llevarlos a Teotihuacán, en donde recrearon las imágenes de las pirámides, que empezaban a ser restauradas. Complementaron su aprendizaje con varias visitas al Museo Nacional de Antropología, entonces en la calle de Moneda, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en donde realizaron copias de los elementos artísticos del recinto, experiencia que les ofreció la oportunidad para introducirse en las formas monolíticas de la cultura prehispánica.
Poco después, esta vivencia dio sus frutos. Diego Rivera invitó a los alumnos para que colaboraran con él en la decoración del interior del Anahuacalli. Los Fridos, entusiasmados, completaron uno de los techos de este espacio con una figura mesoamericana realizada en mosaico de piedra.
Este cúmulo de conocimientos y las pláticas de contenido social que Frida les aportaba, los dotó de un interés prioritario por la cultura nacional, prehispánica y popular y, por otro lado, despertó su conciencia social y los motivó para acercarse a los movimientos de izquierda que en ese momento predominaban. Así, algunos de ellos ingresaron al Partido Comunista Mexicano o se integraron al grupo de artistas que conformaban el Taller de Gráfica Popular (TGP), donde colaboraron con una obra meritoria.
Sus grabados han dado cuenta de su compromiso social y del desarrollo artístico que alcanzaron bajo las enseñanzas de la maestra Frida Kahlo y de los grandes grabadores del TGP, con los que trabajaron. Otra de sus inquietudes fue la de compenetrarse de las técnicas de la pintura mural.
Pulquería La Rosita
Acorde con el interés por pintar murales, Frida les propuso a sus alumnos retomar la costumbre de decorar los expendios de pulque de la ciudad. Con esta idea, seleccionaron un pequeño estanquillo a unas cuadras de la Casa Azul: la pulquería La Rosita, ubicada en la esquina de las calles de Londres y Aguayo. Así, Fanny Rabel, Guillermo Monroy, Arturo Estrada y otros compañeros como Tomás Cabrera, Erasmo Vázquez Landechy, Ramón Victoria, Lidia Briones y María de los Ángeles Ramos, iniciaron este inusitado proyecto mural. Monroy y Estrada presentaron cada uno sus temas, Fanny Rabel estuvo como ayudante y Arturo García Bustos no participó en el proyecto.
En varias entrevistas, los Fridos describen las temáticas plasmados en los muros de La Rosita. Desarrollaron el desayuno familiar, así como otros pasajes de costumbres populares, y resaltaron el hecho de que el lugar donde pintaban era una pulquería; también enfatizaron la ornamentación a base de pequeñas rosas, acordes al nombre del establecimiento, que como guirnaldas complementaban la decoración.
El colorido de los murales, realizados al óleo, según crónicas de la época, se destacaba por sus brillantes tonalidades en azul, verde, morado y amarillo. El conjunto plástico revelaba la presencia de su maestra, sobre todo, por el gusto de los radiantes matices colorísticos.
Inauguración en La Rosita
En una hoja volante se leía: “Sábado 19 de junio de 1943, a las 11 de la mañana, grandioso estreno de las pinturas decorativas de la Gran Pulquería La Rosita”. Resaltaban los nombres de los pintores así como el de la maestra Frida Kahlo, el del director de La Esmeralda, Antonio Ruiz, y el acompañamiento de la cantante popular doña Concha Michel. El evento resultó un extraordinario acontecimiento e incluso se le ha visto, con la mirada del tiempo, como un acto surrealista. Asistieron, además de los mencionados alumnos y maestros, un gran número de personalidades de la cultura, así como la gente de los alrededores de la Casa Azul. El acto se complementó con el estallido de cohetes, confeti, música, mariachis y la entonación de varios corridos populares y revolucionarios, coronados por uno que específicamente compuso el alumno Guillermo Monroy para esa ocasión.
Se sirvió barbacoa traída desde Texcoco y rociada con los pulques de las mejores haciendas de los alrededores. Frida, Concha Michel y las alumnas se presentaron vestidas de tehuanas y recibieron fuertes aplausos al entonar diversos corridos populares. Por su parte, Arturo Estrada también compuso un corrido que hablaba del pasado y presente de las decoraciones murales de las pulquerías.
Murales en el hotel Posada del Sol
Debido al gran éxito de los murales en La Rosita, en 1944 Frida consiguió otro proyecto para los Fridos, ahora en el hotel Posada del Sol, ubicado en la calle de Niños Héroes, en la colonia Doctores (edificio que hoy se encuentra abandonado y que ha sido objeto de un sinfín de historias y leyendas que circulan en diversos diarios de la capital).
El dueño del lugar era el ingeniero Fernando Saldaña Galván, amigo de la pareja Rivera-Kahlo, quien propuso a Diego decorar el salón destinado a los banquetes para bodas. El muralista accedió al encargo con la condición de que también se les dieran muros a los alumnos de Frida para complementar la decoración. Saldaña aceptó la oferta y propuso que los jóvenes realizaran temas alusivos a las grandes historias de amor de la literatura universal como Dafnis y Cloe, Tristán e Isolda y Abelardo y Eloísa. Los estudiantes, sin tomar en cuenta la petición del ingeniero, pintaron cada uno una trama amorosa dentro de la historia popular o revolucionaria mexicana.
García Bustos recreó a una pareja en medio de una selva exuberante, Monroy reprodujo una faceta de la Adelita revolucionaria de profuso colorido y Estrada un baile de Tehuantepec. Esto encolerizó al propietario del hotel y mandó cubrir los murales. Años más tarde (en la década de 1970), el restaurador Manuel Serrano llamó a Guillermo Monroy para comentarle que se encontraba en el hotel Posada del Sol y que habían encontrado unos murales encalados y que en uno aparecía su firma.
Fue así como estas obras fueron restauradas y se presentó una reproducción de ellos en el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo en 2004, cuando se llevó a cabo la exposición Frida maestra. Un reencuentro con los Fridos, curada por Magdalena Zavala, quien realizó un excelente rescate e investigación sobre el tema que nos ocupa.
Decoraciones en los lavaderos de Coyoacán
En 1945, Frida encontró otra alternativa para que sus estudiantes realizaran murales. El lugar fue muy adecuado a las inquietudes de maestra y alumnos: los lavaderos de Coyoacán, que habían sido construidos, al igual que en varias ciudades del país, como parte de un proyecto cardenista para apoyar a las madres solteras o viudas con el fin de subsanar su economía familiar.
A los lavaderos de Coyoacán se les conoció como Casa de la Madre Soltera Josefa Ortiz de Domínguez y se ubicaban en la calle de Tepalcatitla núm. 1, Barrio de la Conchita. Hoy es el Centro Ana María Hernández y funge como un espacio cultural y comunitario. Los lavaderos se encontraban a una cuadra de la pequeña iglesia del barrio de La Conchita, frente a la casa de la Malinche, que tantos años ha albergado a la pareja de los pintores Arturo García Bustos y Rina Lazo.
El tema que decidieron desarrollar los Fridos en los tres muros de la construcción fue la vida cotidiana de las mujeres que acudían ahí para complementar sus economías lavando y planchando ropa. El espacio reunía las características socializantes de la política cardenista, y se integraba por un cuarto de planchado, un comedor y una guardería, en donde podían permanecer los hijos de las lavanderas. Se contrataba a una maestra que impartía clases de alfabetización para los niños que, seguramente, no asistían a la escuela. Desafortunadamente estos murales fueron destruidos años más tarde, junto con la edificación.
En los muros, los pintores desarrollaron diversos temas alusivos a las lavanderas e incluso llevaron a cabo retratos de las mujeres. Uno de los frescos que más recuerdan los Fridos fue el realizado por Guillermo Monroy, que recreaba la imagen dolorosa de las mujeres que habían perdido a sus maridos. El tema presentaba un paisaje desolado con tumbas y varias mujeres llorando a sus muertos. El mural pintado por Estrada reproducía al comedor, los niños y las mujeres que lo asistían y, por último, el de García Bustos era una apología de la mujer emancipada en los años cincuenta del siglo pasado.
¿Quiénes nos explotan y cómo nos explotan?
Entre las obras más controvertidas pintadas por los tres Fridos, Estrada, Bustos y Monroy, se encuentra el cuadro mural ¿Quiénes nos explotan y cómo nos explotan? realizado en 1946. Con dimensiones de 2.60 x 1.80 metros aproximadamente, se presentó en una muestra para conmemorar el trigésimo quinto aniversario de la Revolución mexicana, durante un concurso en los pabellones de exposiciones que existían en la Alameda Central, frente al Palacio de Bellas Artes. Acreedor al primer premio, el tema cuestionaba de manera abierta a los capitalistas, al gobierno y al clero; mostraba a la Virgen de Guadalupe y al pueblo, siempre hambriento, depositando la limosna a la Iglesia. En esa noche, después de que se dio a conocer que la obra había sido galardonada, sufrió un atentado con ácido, que lo destruyó parcialmente. Éste fue retirado del certamen y más adelante, por gestiones de Diego Rivera y Frida Kahlo, se restauró. Cuando se llevó a cabo la mencionada muestra Frida maestra en el Museo Casa Estudio en 2004, se exhibió restaurado. Los pintores decidieron donarlo al INBA.
Otra vez La Rosita
Con relación a los murales de la pulquería La Rosita, poco a poco se fueron deteriorando. Así, nueve años más tarde, en 1952, Frida decidió removerlos. Para ello invitó nuevamente a los Fridos, proponiéndoles ahora que realizaran un proyecto utilizando la técnica del fresco. Esta vez la obra fue titulada Amamos la paz y el mundo de cabeza por su belleza. El motivo fue la celebración del 66 aniversario del maestro Diego Rivera. Frida decidió adaptar el tema a los gustos de Diego, así que envuelta en el apasionamiento por su marido, nunca exento de celos, propuso que se pintaran los retratos de dos amigas, amantes y modelos del muralista: María Félix y Guadalupe Amor. Según rememora García Bustos, él pintó en el primer muro entrando a la izquierda a María Félix sentada en una nube y a sus pies un mundo en donde todos los personajes estaban de cabeza, según aclaraba, “por su belleza”.
Pesadilla de guerra, sueño de paz
Otro mural controvertido que fue pintado por Diego Rivera, en el cual aparece retratado Guillermo Monroy, uno de los Fridos, fue Sueño de paz, pesadilla de guerra. Representaba una crítica a los aliados Francia, Estados Unidos e Inglaterra y se glorificaban las figuras de Mao Tsé Tung y Joseph Stalin. Debido al momento político que se vivía, después de la segunda Guerra Mundial y con la Guerra Fría en auge, cuestionando el bloque socialista, el mural no fue del agrado de las autoridades mexicanas y fue desprendido de su bastidor y retirado definitivamente del Palacio de Bellas Artes en donde debía ser exhibido, impidiéndole llegar a su destino, que era la exposición Veinte siglos de arte mexicano que itineró por varias ciudades de Europa.
Además de la crítica a los aliados y el cuestionamiento hacia los postulados comunistas, aparecía Frida en silla de ruedas portando cartas para ser firmadas en apoyo a la paz en el mundo. El poeta Enrique González Martínez, presidente en ese momento del Congreso Nacional por la Paz, estaba a su lado. Así también aparecían otros personajes, como Heriberto Jara, Ruth Rivera, Efraín Huerta y el discípulo de Frida, Guillermo Monroy. El mural fue enviado a Europa y hasta la fecha se desconoce su paradero.
Colofón
La trayectoria artística, política y social del grupo conocido como los Fridos no se reduce a su relación de alumnos. Todos ellos llevaron a cabo una obra individual de méritos plásticos innegables. Incursionaron en la pintura de caballete, en el grabado y en la práctica muralista. Sus nombres, además de estar identificados con la pintora Frida Kahlo, tienen un lugar meritorio y de trascendencia dentro de la historia del arte mexicano del siglo XX.
Notas
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