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ESPECULARES – cuarta serie

Posted on 12 abril, 2016 by cenidiap

Crítica ficción

Alfredo Gurza

Imágenes del invaluable acervo que resguarda el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) en diálogo con fabulaciones e invenciones, ejercicios de imaginación a manos libres, a manera de espejos en recíproco reflejo, que así revelan afinidades y contrastes inesperados, entrelazamientos bajo las superficies, sugerentes resonancias. Una propuesta de recirculación de este patrimonio para contribuir a la generación de nuevos públicos y al fortalecimiento del Cenidiap como referente para la comunidad nacional e internacional de investigadores, documentalistas y creadores.

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Tarjeta manuscrita con firma de Diego Rivera, México D. F., 24 de septiembre de 1954, Fondo Diego Rivera Cenidiap/INBA.

“A manera de complemento de la intimidación judicial, se articula en los medios una estrategia de golpeteo de baja intensidad en columnas de opinión y notas (des)informativas con la doble intención de desprestigiar a la víctima —para restarle credibilidad y hacer que sus derechos elementales parezcan indignos de ser defendidos— y de presentar una versión confusa de los hechos, subvirtiendo el orden causal e introduciendo diversos factores sin fundamento en evidencia alguna, que contribuyen a enmarañarlo todo como supuesta complejidad ininteligible. Así se endurece el prejuicio que aparta al ciudadano común de los asuntos de interés colectivo. Cada incidente de amedrentamiento va acompañado de lo que no son, para efectos prácticos, sino inserciones pagadas cuyo propósito es ablandar a la opinión pública, abonando al descrédito.

Resulta sintomático que para hablar de esa modalidad de la corrupción mediática se eche mano de la jerga policial: así, se habla de columnistas madrinas y reporteros meritorios en alusión a los sujetos que rondan las cloacas de las corporaciones de seguridad pública, donde se encargan de la gestión extralegal de la delincuencia con golpizas y delaciones. De manera análoga, los columnistas madrinas están al servicio de los grupos de poder, para hostigar, calumniar y ridiculizar a quienes quieran hundir o apartar del camino, a cambio de dinero, prebendas y acceso privilegiado a la información, todo lo cual les reditúa prestigio e influencia y los posiciona mejor para seguir en el juego. Los reporteros que se prestan a esparcir rumores e infundios hacen méritos a los ojos de los poderosos, dando muestras de su potencial de servilismo para futuros encargos. Y si a alguno le reclaman por el daño causado, siempre podrá encogerse de hombros y decir con cinismo obsceno, como todo golpeador que se respete: ‘No fui yo, se tropezó solito y se cayó por la escalera’. Este esquema se reproduce -ajustando las gradaciones de intensidad en razón del asunto de que se trate – en todos los procesos de subsunción al capital, para cuya reproducción en esta fase histórica es indispensable la corrupción generalizada, y por lo tanto resulta terriblemente ingenuo plantear una supuesta excepcionalidad del ámbito cultural, artístico o deportivo. No se necesita hurgar mucho para hallar funcionarios, administradores, representantes, promotores, agentes, galeristas y demás mediadores madrinas y meritorios, criminalmente obsequiosos con sus amos inconfesos”. Guillermo Tavera, Manual para desinformados inconformes, Textos vivos, Monterrey, 2009.


 

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Carta de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros al CC del PCM solicitando su reingreso, 14 de mayo de 1946, Fondo Frida Kahlo, Cenidiap/INBA.

“Más que constelación, diría yo que es una nebulosa de problemas por lo indiscernible de los contornos y las imbricaciones. Las contradicciones del proceso histórico produjeron esta situación en que el hecho de ser comunista sin partido fuese rodeado en ciertos círculos de un aura de superioridad moral y de tácito encausamiento de los camaradas que militaban en el PC. En estricta perspectiva teórica, esto es inconcebible. Se puede ser muchas cosas sin partido: obrero, maestro, pintor, tendero, y lo que usted guste. Pero ser comunista implica —en el plano teórico, insisto— la participación activa y disciplinada en la construcción de la vanguardia de las masas trabajadoras. Siempre se está en obra, en proceso de edificación organizada del partido. Fuera de esa praxis, la adscripción de comunista es un sinsentido. Ahora, la cuestión se complica enormemente —como siempre ocurre— al momento de vérnoslas con entreveros de determinaciones históricas concretas, coyunturas específicas cuya trabazón cobra dimensiones gordianas. Demasiado a menudo se ha prescindido de la pausada elucidación crítica en favor del tajante ‘tanto monta’, con consecuencias desastrosas. Piense usted en la valía de tantos camaradas honestos que sintieron el deber no sólo de distanciarse del partido, sino incluso de combatirlo, convencidos de la imposibilidad de encauzarlo desde el interior, negándose desde luego a renunciar al honor de llamarse comunistas. ¡Cuánto talento desperdigado, cuánta experiencia extraviada de la meta común! Y esto es sólo un aspecto. Hay mucho por precisar con mira a futuro, para que no sea sólo un desperdicio. En lo personal, por vivencias y por disposición de ánimo (para echar mano de esa vieja expresión de curiosa belleza), no me avine nunca con la noción de un comunista sin partido. Al precio de cierta obsolescencia por decreto en la percepción pública, de cierta marginación o exclusión, persevero en la obra, mantengo mi militancia en el PC”. Vitali Rajacic, Entrevistas con Josif Stankovic, Kampfplatz Verlag, Berlín, 1971.


 

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Participación del matrimonio de Isabel Villaseñor y Gabriel Fernández Ledesma, 15 de noviembre de 1933, Fondo Gabriel Fernández Ledesma, Cenidiap/INBA.

“Pienso en las ‘misericordias’, aquellas ménsulas añadidas a la sillería del coro de algunas iglesias medievales. Los asientos eran plegadizos para que los feligreses pudiesen levantarse con facilidad durante la celebración de la misa, pero como había que estar de pie durante largos periodos se pensó en un sencillo expediente que brindara discreto alivio —como instancia de misericordia práctica y efectiva—, sobre todo a los miembros más ancianos o achacosos de la comunidad: en el anverso del asiento, la cara que queda expuesta al plegarlo hacia arriba, colocaron una saliente a manera de soporte para la parte baja de la espalda. Así era posible cantar, orar y escuchar el sermón de pie sin tanta fatiga, ligeramente reclinados hacia atrás. Esto también es la compasión en acto, parte de una cultura misericordiosa que transforma el entorno de vida por la salud del alma. Y como no concebían la reducción a lo estrictamente utilitario, acompañaron estas ‘misericordias’ con exquisitas tallas en madera que suelen figurar alegóricamente y en muchos casos con ejemplar buen humor las asechanzas del pecado a lo largo del camino de los justos.  De modo que tenemos aquí una más de esas prácticas ideadas para zanjar la brecha con el prójimo; para abrirse a sus flaquezas, no para juzgar sino para contribuir a subsanar comedidamente; para acomodar y acompañarse en el diario empeño por reconciliar, depurar, propiciar. Es decir, y a esto queríamos llegar, una de las infinitas alegrías del amor que nos revelan y completan en el dialógico encuentro con nosotros en los otros”. Franca Seghetti, “Reflexiones tras el sínodo”, Pastorale della Misericordia, núm. 4, Bari, 2015.


 

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Esquela de Frida Kahlo escrita por Diego Rivera, México D. F., 12 de julio de 1954, Fondo Frida Kahlo, Cenidiap/INBA.

“Sin el trabajo constante de la memoria que reconfigura y vivifica, la muerte se extiende indefinidamente en el tiempo como enervante reiteración de la ausencia, allanando el camino a la expropiación dolosa, a la evocación melodramática, a un esteticismo fofo y cursi, al ‘moco marmóreo’, a la consagración de la obra y la persona en el ara de lo yerto. La memoria es linfa viva, enriquecida en su tenaz circulación por los intersticios del tejido de la historia. Nos revela las líneas de fuerza de lo posible frente a la tozudez de la desesperanza y el descaecimiento que provoca aquel incesante elogio de lo inerte”. Zbigniew Rodionov, Memoria y transfiguración, Academe Books, Topeka, 1994.


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Juan O’Gorman, Historia de la aviación, (detalle), 1937, archivo fotográfico Cenidiap/INBA.

 

“La barbarie es el excipiente de la ley del valor mundializada. En la materia que nos ocupa —la crítica de las artes—, la devastadora reproducción ampliada del capital se vehicula también mediante ideologías de la indiferenciación, combinatorias arbitrarias de vocabularios y tradiciones teóricas para bordar filosofemas y narraciones estériles, cuya indigesta sensiblería debería bastar para alertarnos de su toxicidad. Todo es susceptible de significar lo que sea, hasta transmutarse incluso en lo opuesto de aquello que manifiestamente representa. En esta reducción de todo a la condición de pura alegoría de todo y nada se plantea la labilidad semántica como hazaña de la libertad y triunfo de la voluntad. Se desaira el detalle significativo, la especificidad reveladora de nudos de relaciones sociales, la configuración histórico-concreta, para abismarse en lo cursi-banal inoperante. Y en tanto, el entumecimiento de la razón crítica engendra esperpentos para estetizar el advenimiento de la bestia. Críticos y artistas exhiben la inopia de su imaginación y de su lengua para hacer frente a esta fase histórica de la guerra antipopular prolongada. ‘Yo no he de llorar sus duelos’, piensa cada uno, sin advertir su miseria. En el pecado llevamos la penitencia: ¿por qué insistir en acudir a ellos, cuando nada de provecho pueden brindarnos? Como bien lo asienta la sabiduría popular, ‘si no las quieren con rebaba, no las pidan de a tostón’. Hay que buscar en otra parte, en otros corazones, los pertrechos para combatir al imperio de lo grotesco-obsceno aniquilante. Aún no los sabemos nombrar, pero intuimos su acuciante necesidad: ut imbecillitatis nostrae adminicula sint”. Severino Carraovejas, Crítica o barbarie, Mérida, 2001.


 

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Carta de Trotsky a Diego Rivera desde Turquía, 2 de junio de 1933, Fondo Diego Rivera Cenidiap/INBA.

 

“Robert Kuzmin llegó al mundo en barco de carga. Al menos así se lo decía su abuela. Era el preámbulo invariable del recuento de las vicisitudes de la familia que doña Ignatia estaba siempre dispuesta a acometer. La abuela era puntillosa hasta la exageración. Robert sólo había consignado en todo ese tiempo dos variaciones en la epopeya de los Kuzmin en labios de la matriarca. En una ocasión, en 1939, la oyó decir que el padre de Robert, el profesor Alexander, había obtenido los pasajes de barco para emigrar a Holanda a cambio de los dos tomos de poemas de Pushkin ilustrados por Chierin, siendo que la versión estándar era que los billetes que salvaron a la familia de las purgas habían sido obtenidos al precio, altísimo para su padre, de desprenderse de su colección de poemarios zaum de Jlebnikov y Kruchenij hechos a mano. La segunda interrupción desconcertante del terso discurso repetido con precisión milimétrica por la abuela tuvo lugar en 1945, cuando dijo que su nieta Natalia había sido amante de Kamenev, lo cual resultaba a todas luces fantástico visto que la pequeña estaba en mantillas cuando la ejecución del dirigente. A fuerza de oír el ritornello, Kuzmin aprendió a vivir bajo la piel del enorme reparto del fresco de tragedias y disparates que envolvía su existencia. Hijo de trotskistas en fuga, vio la luz primera en el Atlántico durante la accidentada travesía hacia Nueva York. Su abuela y sus padres habían tenido ocasión de comprobar el dicho de Mayakovsky de que en los trasatlánticos los de primera clase vomitan sobre los de segunda y éstos a su vez sobre los de tercera. Su madre dio a luz entre las viscosidades propias de su modesto pasaje. Decidieron llamarlo Robert porque, en palabras del profesor, “así llegará aclimatado a América”. Su infancia en el rincón de Brooklyn reservado a la inmigración ruso-judía de extrema izquierda le dejó un arcón de recuerdos imborrables. A la muerte de dos recién nacidos se sumó la fuga de su tía María con un anarquista español y la conversión a la fe en la revolución permanente de una secretaria del sindicato de estibadores, Joan Witherspoon, inflamada de amor por el primo Sasha, quien a pesar de la lealtad de la rubicunda nebrasqueña llevó la palabra del profeta desarmado y su propia semilla subversiva hasta los confines de Harlem. Al término de la Segunda Guerra, Robert decidió ir en peregrinación al calvario de Trotsky en Coyoacán. Viajó en autobús y fue matando el tiempo con apuntes acerca de la insurrección posible en el sur de Estados Unidos, como introducción a la epopeya del México revolucionario que esperaba conocer. Grande fue su desilusión al llegar al edén de la lumpenburguesía alemanista. Esto marcó lo que sus biógrafos, dos o tres despistados del posmarxismo, han dado en llamar su “giro lingüístico”, concretado en un cuaderno de doble raya lleno de tapa a tapa con magníficas acuarelas y delirantes poemas en ruso, inglés y español —todos a una— que cuentan la triste historia del naufragio de los Kuzmin, intransigentes ilustrados, en las heladas aguas de las ideologías prácticas. Apenas alguno de sus versos circula entre los enterados: ‘Hay hombres que amamos ceñidos por la piel de generaciones desastradas…’. Robert murió anciano en las afueras de la Ciudad de México, en Contreras, pueblo cuyo apropiado nombre le arrancaba siempre una sonrisa”. Luisa Márquez, Nómadas y náufragos, Ediciones Batiscafo, Mérida, 2003.

 

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