ESPECULARES – octadécima serie
Posted on 7 diciembre, 2016 by cenidiap
Crítica ficción
Alfredo Gurza
Imágenes del invaluable acervo que resguarda el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) en diálogo con fabulaciones e invenciones, ejercicios de imaginación a manos libres, a manera de espejos en recíproco reflejo, que así revelan afinidades y contrastes inesperados, entrelazamientos bajo las superficies, sugerentes resonancias. Una propuesta de recirculación de este patrimonio para contribuir a la generación de nuevos públicos y al fortalecimiento del Cenidiap como referente para la comunidad nacional e internacional de investigadores, documentalistas y creadores.
“No infinita sino ingente,
La combinatoria metabólica
Irrefrenable
Desorganiza tu materia
En el paroxismo de lo informe.
La albarrada del deseo
No soporta la embestida
De tu cuerpo
Que da tumbos
Por la pendiente sin rellanos.
Turbamulta de partículas
Excéntricas y ácratas,
Barahúnda de órdago:
Sujeto a la fiera reducción eidética,
A la extremada inoperancia,
Apenas queda de ti un asomo,
El detrito,
El tristísimo caput mortum
de tu humanidad en extinción”.
Gil de la Aragona, Mejunjes funerarios, Libros del Catacaldos, Murcia, 2011.
“Que el destino es socarrón nadie lo duda; que siempre se las ingenia para retorcer un poco más la daga en la herida de por sí mortal, es cosa probada. Tal ocurrió con el maestro y nada pudimos hacer para impedirlo quienes lo quisimos bien. Es difícil imaginar un giro tan afrentoso, tan a propósito para soliviantarle las quisquillas. Que él tan discreto con sus cosas, tan avaro en confesiones, tan renuente a intimar y a mostrarse con la guardia baja, haya exhalado el último suspiro sin tomar providencias respecto de Fermín, su mozo boquiflojo que no sabe de pudor, es testimonio de la saña de la vida. Amparado en los largos años de servicio, en el privilegio de la cercanía cotidiana (que es su prerrogativa excluyente), hoy se erige en autoridad última e inapelable sobre la vida del maestro, cuya secrecía se vuelve en contra de su propia ambición de tener la última palabra acerca de sí mismo. Pocos como él han sentido tan en lo vivo ese horror a los fisgones, esa náusea de saber que hay quien escruta, esa convicción de que no hay error más grave que el de dejar algún testigo. Y sin embargo… Como no descalificó a Fermín en vida (pues seguramente nunca imaginó lo que sobrevendría a su deceso), ni permitió que otros echáramos una mirada en su día tras día más personal, hoy no puede hablarse de él sino a través del filtro ferminiano, y no hay manera de precisar la distorsión; vamos, ni siquiera podemos saber a ciencia cierta si la hay. No contamos con el arquetipo para hacer la recensión; no nos queda sino darle vueltas al apógrafo y andar muy a las vivas para pescar las enmiendas, los tachones y las contradicciones que se vaya permitiendo improvisar según su ingenio el incierto celador de esta semblanza singular”.
Ramón Raya, Ensayo de ecdótica biográfica, Jaén, Fundación Olivia Valdivia, 1977.
“El materialismo plástico se desprende de las taras del ilusionismo naturalista para construir el objeto autónomo, como genuino Gegenstand frente al torrente de lo real, al que se incorpora por derecho propio. Para ello, el artista (y a partir de ahora habrá que decir el constructor) se apropia con tendencia del acervo de saberes productivos para contrarrestar la indigencia estética que es el apabullante efecto de la reproducción incontestada de la tradición romántica; saberes productivos contra las supersticiones del genio, de la creación inefable, de la contemplación arrobada, de la historiografía de las artes curiosamente ayuna de historia, y tantas otras más. El camino no ha sido fácil, desde luego; las propuestas que parecían más radicales en un primer momento se revelaron enseguida cautivas de prejuicios gremiales y de vejestorios filosóficos que había que disolver aún en el ácido de la crítica. Así, por ejemplo, aquella noción indemostrable de la primacía ontológica de la tridimensionalidad sobre el plano; del vidrio, la madera o el metal sobre los pigmentos; de la perspectiva poliangular sobre la frontal, etcétera. Su validez relativa como parte de un proceso de deslinde respecto del discurso dominante quedaba comprometida al absolutizarse a la vieja usanza idealista. Y en tanto, la ambición de producir el último cuadro, el punto final de esta larga historia, para dar inicio a la nueva edad, parecía deslegitimarse con cada esperanza frustrada. Piénsese en el Cuadrado negro sobre fondo blanco de Malevich (1915) o en los Colores primarios de Rodchenko (1921): el incendio que había de hacer tabla rasa del arte pictórico no pasó de ser un fuego fatuo. Resultó que en estos callejones sin salida, tan meditados, tan deliberadamente construidos, quedaron algunos intersticios por donde la presa royó su escape. Temiendo la imposibilidad de la empresa, en su confusión los constructores anduvieron largo tiempo como el hombre aquel de quien nos cuenta Alcuino de York en sus Propositiones ad Acuendos Juvenes, que debía trasladar a salvo de una orilla a otra del río a una gallina, una zorra y un costal de grano, con la limitante de no poder llevar consigo cada vez sino a dos de ellos y el consiguiente peligro de que al dejarlos desatendidos la zorra se comiera a la gallina o ésta devorase el grano. De manera similar, nuestros vanguardistas iban y venían, sin dar con el arreglo idóneo de materialidad, estructura formal y volumen, sucumbiendo a cada tanto a la tentación del representar. (Alguien más audaz que yo podría decir que así también andan los militantes, de una orilla a la otra, balanceando combinaciones desafortunadas —de dos de tres, claro— de la llamada ciencia económica, la historia y la dialéctica. No seré yo, ciertamente.) De ahí la importancia capital, a nuestro juicio, de la pieza más reciente de Darja Pääsuke, constructora temeraria que, si se me permite el juego de palabras, sí hace verano. Hoy culmina la titánica labor de sus maestros, por el sencillo expediente de eliminar al intermediario y prescindir de toda elaboración (y de los quebraderos de cabeza que la acompañan). Es nuestra firme convicción que Nota de remisión por un lienzo de 3 X 4 es el verdadero grado cero de la plástica al que aspiraban las vanguardias. En las páginas siguientes propongo un primer abordaje, tentativo, irresoluto por necesidad, e invito a los lectores a aportar precisiones que hagan justicia a este parteaguas de la estética”.
Age Öpik, “¿Por fin, el último cuadro?”, en Faktura, vol. IV, Tartu, 1928, pp. 76-97.
“Estimado maestro, decir que me sorprende su misiva es tan poco que resulta casi obsceno. No sólo el tono, ya de suyo inusitadamente querelloso, sino la insidiosa manera de entreverar medias verdades con tanto y medio de mentiras. No lo hacía yo de aquellos que se valen de un mazo para cascar un huevo, cuantimás cuando en su caso se esmera tanto, con fingida cortesía que mal oculta su rencor, en hacer pasar por humilde huevo duro una omelette de envidias y rencillas que demeritan a mis ojos su persona. ¿Qué le pica más la cresta, que me ocupe de sus obras como crítico o que un comité (del que no está de más insistir yo no formo parte) decida no colgar sus cuadros en la galería? ¿De cuándo a acá el artista es juez y parte? ¡Es una enormidad! Piense usted en el daño que le hace a su trabajo con esa actitud de mandarín de opereta. No es sólo posible, sino bastante más que probable, por así decirlo, que me equivoque al emitir un juicio, pero cortar de tajo la conversación nos empobrece a todos. Ilumíneme, maestro, no amenace con vetarme. Me parece que siempre he justipreciado su pintura, y eso quiere decir precisamente que ni la alabo por reflejo ni la denuesto por deporte, como hacen muchos: procuro aquilatarla con razón, porque la juzgo digna de tal esfuerzo. Cuando me senté a escribir esta respuesta había decidido pasar por alto la disimulada afrenta con que cierra su carta, pero es a tal punto soez que llegado al término de la mía no puedo sino decirle que no busque migas donde dan porrazos, no vaya a ser que descubra usted que tengo más picos que una guanábana. Le deseo clara reflexión y enmienda, por su bien y el nuestro”.
Carta del bachiller Ubieta al maestro Borunda, Celaya, 14 de febrero de 1967.
“Por sutil arte de diplomancia
Se entremira cuanto resta
Del enjambre de pasiones,
Arrebatos, aciertos y omisiones;
Cuanto puede entresacarse
De las señas generales
De allegados y de cómplices,
Sus edades, direcciones,
Y dolor correspondiente.
Numeralia y filiación,
En este sepulcro de hoja,
Denudan al ausente:
Aleves lo despojan
De la brasa del recuerdo
Que rescuelda quien lo llora,
Para tronchar lo inabarcable
Y rellenar el formulario
Con astillas indistintas.
Una mano casi ágrafa,
Una rúbrica ilegible,
Da fe del cataclismo,
Anotando puntillosa
La hora exacta, el mes y el día,
Y al lugar transfigurado
Por el cese del amado
Da asiento desabrido
Como a un sitio de tantos.
Queda el poso de aquel mar,
Mas en vano se pretende adivinarlo
En el acta pertinente del registro de difuntos.
Es letra muerta sobre muertos.
La lectura se interrumpe al borde de lo vivo:
Caetera desunt”.
Rodrigo Calleja, Quebranto, una novela en elegías, Veracruz, Ed. El Mono Lírico, 1926.
“La flor agradece a su manera
A quien conduce
El grano de polen al estigma.
Si bien no es obligado,
Merece más cumplidos
Si lo hace con modestia,
Con solícita atención,
Y sin tasar la recompensa de antemano.
¿Y si no rinde ese servicio
A una sino a todas
Las que halla en su camino?
El macizo de corolas
Le hace la reverencia,
Colorida y perfumada,
Y le da gracias cumplidas
En la profusión de sus primores.
Sucesión a perpetuidad de los prodigios,
Por obra y gracia del convite de las afinidades
Del viento, las aves y las flores”.
Biruta Baranauskas, Guirnaldas para niños, Moscú, Progreso, 1963.
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