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ESPECULARES – nonadécima serie

Posted on 13 febrero, 2017

Crítica ficción
 
 
Alfredo Gurza
 
 
Imágenes del invaluable acervo que resguarda el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) en diálogo con fabulaciones e invenciones, ejercicios de imaginación a manos libres, a manera de espejos en recíproco reflejo, que así revelan afinidades y contrastes inesperados, entrelazamientos bajo las superficies, sugerentes resonancias. Una propuesta de recirculación de este patrimonio para contribuir a la generación de nuevos públicos y al fortalecimiento del Cenidiap como referente para la comunidad nacional e internacional de investigadores, documentalistas y creadores.
 
 

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Roberto Montenegro, Árbol de la vida, ábside del Templo del ex Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, Ciudad de México, 1922, Fondo Roberto Montenegro, Cenidiap/INBA.

“Éramos muy jóvenes entonces y resultaba casi imposible sustraerse de la atracción magnética de aquel fatalismo triunfante, extático, cifrado en los apotegmas del desdichado filósofo de Röcken en torno del destino, la fuerza, la acción. Hágase cargo de que era una mezcla —como sigue siéndolo hoy, aunque con otros ingredientes añadidos más recientemente— garantizada para embriagar hasta el delirio a cualquier mente adolescente. Es filosofía para jóvenes, dicho esto sin menoscabo de la juventud. La fuerza en la impotencia, la grandeza en la nimiedad a escala cósmica, la voluntad en la red inabarcable de las causas que los otros llaman destino; todas estas contradicciones, dichas de manera tan sabrosa y sugerente, perfilan la autoaserción contra toda evidencia y razón, y se difunden en sintonía cabal con las peculiarísimas fuerzas psíquicas, anímicas, de los adolescentes, potenciando su sentido del propio valor, de la justicia, de la verdad, de cara al mundo adulto que aún les parece ajeno, hostil, monstruoso incluso. Imagine usted el efecto que tuvo sobre nosotros leer en esas páginas que la acción encierra magia, gracia y poder, que por obra de la voluntad lo incomprendido (uno mismo) se adueña de lo incomprensible (el mundo) y lo moldea según su saber, sus valores, sus fines y su belleza. Age quod agis, ¿no es cierto? Haz lo que haces. Empieza ya. Desafía tus propias fuerzas y desentiéndete olímpicamente, ¡como Goethe, como Beethoven!, de cuanto pretenda sujetarte. ¡Qué sensación tan maravillosa, qué manera tan hermosa y vital de ser jóvenes! Ya tengo más de 80 años, he participado de la vida, he visto mucho, cosas maravillosas y cosas espantosas, y aquí, en un recoveco de mi viejo corazón, arde todavía la brasa de aquella lección de Goethe: espero y sé, contra todo, que la rama de invierno habrá de reverdecer y florear magnificente”.
 
Dorothea Menter, entrevista radial transmitida por la SDR en la serie Mujeres de su siglo el 12 de noviembre de 1971.
 
 


 
 
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Exposición pública con motivo del 45 aniversario del Taller de Gráfica Popular, Alameda de Santa María la Ribera, Ciudad de México, 1982, Fondo Leopoldo Méndez, Cenidiap/INBA.

“Claro, ese es el punto clave. Una vez más contra la toxina que induce a la parálisis de la imaginación bajo la especiosa noción del imperio de las circunstancias, oponer la idea de que no son éstas sino el proceso lo que constituye la forma ontológica última. Quien produce imágenes con intención revolucionaria ha de tener siempre muy en cuenta que en el proceso de significación, como en todo proceso productivo alienado, la cosificación de lo aparente implica justamente la desaparición o el ocultamiento del proceso mismo. Y de aquí, en estética para no apartarnos demasiado del asunto, se nos vienen encima todos los “falsos problemas falsificantes” (como decía nuestra maestra Rosa Arruabarena) de forma y contenido, intención y realización, significado y significante, y demás aporías, sinsentidos y retruécanos que tantos dolores de cabeza siguen dando en nuestros días. Hay que estar duro y dale, con prodigalidad, atentos a la crítica del grupo, del colectivo, de los compañeros y del público, pero antes que nada a la autocrítica, produciendo sin cejar hasta dar con la imagen 720 o la 1 300 que ha de ser la que encienda la llama, la que dé consistencia sentimental, afectiva, imaginativa, al movimiento en alguna hora decisiva. No podemos saber cuál imagen logrará irrumpir del otro lado, por eso digo que hemos de ser pródigos, pero también muy tenaces y pacientes. Y muy machacones con el oficio, con la destreza y el dominio de los recursos, por supuesto. A esto me refiero cuando digo que debemos cimentar con mucha diligencia esta base háptica de nuestro trabajo, cultivar la mano como lo hicieron nuestros maestros ejemplares. De otro modo, bien mereceremos que se nos increpe, como en aquel pasaje del Cid: ‘Lengua sin manos, ¿cómo osas hablar?’”
 
Nuria Garrigues, entrevista radial transmitida por la SDR en la serie Mujeres de su siglo el 22 de noviembre de 1971.
 
 


 
 
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Roberto Montenegro, s/t, s/f, grabado, Fondo Roberto Montenegro, Cenidiap/INBA.

“Churritan los cerdos por todo y por nada. Lo sé bien, pero con todo me irritan. Dicen que un águila no caza moscas, pero de ahí no se sigue que no la saquen de quicio. Me atosigan con sus burlas, con su sarcástico escardar mis líneas hasta no dejar sino un ‘por tanto’ y un punto y coma. Me tildan de triste hagiógrafo del Laureado; como le tienen tirria, me alcanza a mí también su ojeriza. Dicen que lo ando alcahueteando ya difunto, que le cuelgo más milagros a sus versos que los que él mismo se afanó tanto en procurarles. Se ríen de él, de mí, de cuanto fueron hace tanto glorias suyas, y un poquito mías. El aristocrático privilegio de la mirada, el fino discernimiento de lo Otro, la adusta admonición sobre el peligro de desleír los altos valores de la estética, el embeleso de quien descubre la poética potencia del nombrar; en fin, todo lo revuelcan en su sorna y lo devuelven en sus reseñas de las obras del maestro y de mis ensayos biográficos, convertido en ‘ínfulas de novicio’, ‘perplejidad de provinciano’, ‘alevosía de sicario mantenido por el Estado’, ‘bellaquería de quien se allega ideas ajenas a hurtadillas y encima las difama al enredarlas con su prosa inepta, atrofiada por esa cursi afectación de hondura que lo hace titubear a cada paso con sus ‘acaso’ interminables, sus incisos hipotéticos y su pospretérito perpetuo’. Cito de memoria, acaso sería injusto tomar la parte por el todo. Dejemos eso de lado. Lo que quiero mostrarles hoy es lo que aquellos no comprenden, lo que ni siquiera se imaginan, sesgadas como están todas sus consideraciones. Pongan atención, se los suplico. A continuación, la verdadera historia de cómo fui a dar con mi destino singular de convertirme en biombo para ocultar la desnudez de mi deidad, para honrar no su figura, sino mi única virtud: la de saber elogiar al mar sin apartarme nunca de la orilla”.
 
Francisco Xavier Rueda, Amor de lejos es de poetas, comedia a la antigua en tres actos. Acto I, escena primera. Ciudad de México, 2007.
 
 


 
 
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Roberto Montenegro, La fiesta de la Santa Cruz, ex Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, Ciudad de México, 1924, Fondo Roberto Montenegro, Cenidiap/INBA.

“1. La fusión de lo orgánico y lo inorgánico, de la carne y la máquina, la yuxtaposición de órdenes incompatibles, de lo escatológico y lo espiritual, son otras tantas afinidades del grotesco y el carnaval. En la plaza simbólica se construye parte a parte el cuerpo grotesco en toda su gozosa materialidad, que es a la vez una siniestra e insalvable otredad.

  1. La plaza donde se celebra el carnaval es el locussimbólico del trato humano, de la conversación entre iguales liberados. Lo marginal se vuelve centro; con plenitud de sentido, ‘la piedra que los constructores desecharon ahora es la piedra angular’.

[…]

  1. El carnaval abre un espacio social alternativo, donde la vida se configura como juego, como despliegue sin trabas de las potencialidades genuinamente humanas. En medio de la monocromía y el monologuismo de la vida cotidiana, sujeta a los imperativos económicos, políticos, sociales y culturales del capital, articulados en aparatos ideológicos que se imponen temibles como signos de sí mismos y del error (es decir, de cualquier esbozo de vida sin explotación), el carnaval es un estallido de colores y de polifonía. La fiesta popular genuina es también un ejercicio de la memoria que vivifica modos humanos de ser, de darse y de decirse, que desde el pasado y el futuro denuncian el atroz achatamiento de este día tras día saturado de viscosa eternidad.

[…]

  1. A la distopía del imperialismo realmente existente se oponen las utopías carnavalescas, donde efectivamente los últimos son los primeros. Dando rienda suelta a la procacidad se exhibe la majadera obscenidad de la opresión. Es el mundo al revés, pero resulta ser el mundo al derecho, el mundo justo. En el carnaval todo se vale, todo se revuelve y todo se exhibe en su contingencia radical. Así se revela que el orden de la dominación no es ni necesario, ni natural, ni eterno, y se imaginan y experimentan fugazmente relaciones sociales nuevas, libres y liberadoras.

[…]

  1. Por su naturaleza placera, el carnaval es el espacio abierto donde confluyen todas las clases, todos los géneros. La plaza, el ágora, el mercado: el espacio público recuperado.

[…]

  1. El carnaval es episódico, como todo tiempo destinado al juego en un mundo regimentado por la ley del valor. Es materia lábil, amorfa, en constante devenir, empeñada en no cristalizarse. La de malas, desde luego, es que las grandes y pequeñas insurrecciones aisladas son fácilmente cooptables y la ‘orgía perpetua’ es una absoluta imposibilidad. Semel in anno licet insanire: sólo una vez al año es lícito enloquecer. El resto del tiempo, la aquiescencia con el vasallaje es el correlato inevitable de la desconexión efímera. Después del carnaval, las aguas retoman su nivel y la vida cotidiana se reanuda. La cuaresma secular se configura así bajo el signo de una post coitum tristiasocial”.

 
Ekaterina Dolgopolova, Notas a los descendientes para la puesta en escena de El día que se derrama, Fábrica de Rotomartillos Escénicos, Colectivo Zinaida, Yakutsk, 1951.
 
 


 
 
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Exposición pública con motivo del 45 aniversario del Taller de Gráfica Popular, Alameda de Santa María la Ribera, Ciudad de México, 1982, Fondo Leopoldo Méndez, Cenidiap/INBA.

“Entre los chulyuts, avecindados en las colinas de la península en pequeños grupos relativamente aislados entre sí, el imperativo de supervivencia ante los embates de los xhor, un pueblo mucho más numeroso, a cuya extraordinaria cohesión contribuye su asentamiento en el valle, en un nicho muy fértil entre el pinar de Gaoesian y el caudaloso Yrgurt, ha dado origen a una estremecedora costumbre que tuve ocasión de presenciar en el otoño de 1868. Advertido de una nueva incursión enemiga, el cacique Oon’kha envió mensajeros a las comunidades para alistar la defensa. Asistirse mutuamente en caso de agresión es una ley no escrita entre los chulyuts, y toda omisión en el cumplimiento de esta responsabilidad conlleva la pena extrema: todos se vuelven contra la comunidad culpable hasta borrar todo rastro de ella. Sin embargo, los sabios antiguos dispusieron un penúltimo recurso para conjurar la matazón y devolver a sus cabales a los infractores. Habiéndome acogido Oon’kha en su toldería, estaba yo a su lado cuando volvió un mensajero con la noticia de que el cacique Fulghal negaba la ayuda de los suyos, aduciendo la precaria situación en que se hallaban desde la primavera. El rostro de Oon’kha se endureció y enseguida dio órdenes a sus bravos. La ferocidad de su expresión y las dolidas interjecciones entreveradas con sus palabras habrían colmado de pavor aun a quien no conociese esa lengua monosilábica, incisiva y gutural. Nos pusimos en marcha hacia las tierras de Fulghal. En el camino se nos unieron otros clanes. Llegados frente a las tiendas de los reacios, quienes habían salido a nuestro encuentro y nos miraban espantados, desmontamos y, sin mediar palabra, actuaron todos en concierto para escenificar el espectáculo más estrujante que Dios me ha concedido admirar. Una mujer trepó por un peñasco y prorrumpió en un prolongado alarido que parecía querer hendir las nubes a golpes de desesperación. Girando en un pie sobre el endeble suelo de terrones y azotando la cabeza con violencia hacia atrás y hacia adelante, arrojó piedras en todas direcciones y después quedó postrada, sacudida a intervalos por suspiros desgarradores. En lenta y severa procesión, con Oon’kha al frente, avanzaron desnudos y en silencio los demás, cubiertos el torso y la cabeza de una mezcla de ceniza, tierra y sangre de gallina. Uno tras otro, al pasar frente a Fulghal, se llevaba la mano izquierda a los genitales, luego al corazón y por último a los ojos. Un horror nunca antes sentido, una vergüenza opresiva, me atenazaban el corazón al ver a esas pobres gentes sujetas a tal humillación, tanto más por cuanto el cacique temblaba de pies a cabeza, se mordía los labios hasta sangrar y hacía un penoso esfuerzo por mantener en alto la mirada; y a sus espaldas, las mujeres escupían sobre sus propios pies y se estrechaban unas con otras en un esfuerzo tan triste como inútil por ocultar a nuestra vista a los hombres y los niños acuclillados detrás de ellas. Y entonces la comadrona Dandoka, la chulyut más sabia y anciana, colocó delante de Fulghal tres ollas de cobre y las volcó de un puntapié para revelar su contenido: en una, ceniza, tierra y sangre; en otra, los huesos de los Primeros, los ancestros legendarios, casi reducidos a un polvo asombrosamente blanco y fino; en la tercera, los muñecos, los trompos, los lazos y los carretes dejados atrás por los niños raptados por los xhor a lo largo de los años. Dandoka miró a Fulghal con profunda desazón y le escupió estas palabras: ‘No digas que no los viste, que no fuiste de su sangre, de su risa y de su llanto, en aquel tiempo ido en que fuiste hombre’. Le dio la espalda y se alejó. Por más vida que me conceda el Creador, nunca he de olvidar el rugido que estalló, casi podría jurarlo, desde cada fibra del cuerpo del cacique al desplomarse”.
 
Sir Cuthbert Woosnam, Viajes sin paraguas, Stoke-upon-Trent, 1897.
 
 


 
 
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Leopoldo Méndez, 5 de febrero de 1917, grabado realizado en 1934, Fondo Leopoldo Méndez, Cenidiap/INBA.

“—Por enésima vez, abogado, las constituciones son la hoja de parra con que los poderosos se cubren para aplacar a los pudibundos. Por eso se insiste tanto en la prístina pureza del documento, presentado como el motor inmóvil que antecede por necesidad metafísica a la historia que de él habrá de originarse. Deshistorizar es encubrir, recuérdelo. Yo sé bien que usted no iba a mi cátedra a roncar.

—Peca usted de cínico, Don Wulfrano. Admita al menos la posibilidad de que sean el fíat del ordenado curso de la cosa pública, el gesto de magnanimidad sublime de algún benemérito colegio de ilustrados que mire lo presente con ojos de eternidad.

—¡Válgame! ¿Pero es que sigue usted en mantillas? Su dicho linda con aquella ingenuidad bienintencionada que tan peligrosa es para las repúblicas. A no dudarlo, dirá a continuación que redactar constituciones es arte de cartógrafos que trazan los contornos de la isla de Utopía. ¿Y qué hay de las enmiendas, las suspensiones y las leyes de excepción? ¡Otros tantos accidentes del terreno que se habrían olvidado de anotar, seguramente!

—Maestro, nunca sé si lo que dice va de veras o es sólo por embromar. Una constitución identifica y agrupa; consolida lo ganado y marca la ruta a seguir; plasma lo esencial de la raza y de su tierra en folios que las generaciones venideras habrán de venerar como el precioso legado…

—Habrán de venerarlos, por supuesto, una vez exaltados al sagrario de las quimeras. Y después de venerarlos, harán lo que les venga en gana. Así fuese fruto del ingenio más sutil, una constitución que se hace con los ojos vendados es tan útil como un arma cargada que se guarda bajo siete candados. Hay que sujetarse bien los pantalones y mirar la realidad tal como es, sin anteojos color de rosa y sin encomendarse a fetiches ni amuletos de papel.

—Aun admitiendo sin conceder su visión tan deprimente, tan brutal, ¿no serán las constituciones una boya en mar bravío, un faro para navíos al garete, el fiel de la balanza, el mediador solícito entre intereses en pugna…?

—¡Pare ya, joven amigo! ¡Cómo irrita esa manía suya de brincar sin reparos en sus símiles de un registro léxico a otro! ¿Cómo acomoda usted al mediador de marras en el faro, sujetándose a la boya y alzando la balanza! ¡A fe mía, qué confusión! Dice de las constituciones lo que en todo caso —y para mayor abundancia de ingenuidad nociva- correspondería decir del Estado. Pero no se amilane, ¡venga! Le sigo el juego y le repongo que si bien la Ley Fundamental no es ni puede ser el fiel de la balanza, sí puede, sin embargo, ser imaginada como un fiel, pero de lides.

—¿Fiel de lides?

—Aquel amigo o conocido a quien tocaba la muy escabrosa tarea de delimitar el terreno donde habría de tener lugar un duelo, “partir el campo” lo llamaban todavía en mis mocedades, revisar las armas de los contendientes y asegurarse de que todo se condujera con la mayor igualdad pro forma, no pudiéndosele por supuesto cargar el lomo con la responsabilidad de garantizar la igualdad real en términos de destreza, complexión y disposición anímica. Una vez despachada la tarea, el fiel de lides se hacía a un lado y dejaba que los duelistas se encargaran del resto.

—¡Mecachis! Pero entonces…

—-Nunca me ha agradado inferir per analogiam, pero creo que esta vez he dado en el clavo. Estabilizar las desigualdades, neutralizar las contradicciones, en el papel, y hacerse a un lado para que se libren las luchas de clases en la realidad…

—¡Ya lo veo! Podría ser también que la constitución fuese como una alfombra mágica que vuela muy alto, sin tocar tierra jamás…

—Abogado, deje de poner a prueba la paciencia de la diosa de las analogías. Mejor pasemos a la mesa”.
 
Felipe Urquiel Bonsella, A estragos de jurista, bondades de corista, comedia en tres actos, estrenada en el Teatro Popular de Ávila el 12 de febrero de 1927. Acto II, escena primera.
 
 
 
 

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