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Un instante en el camino, la exposición de Alejandro Gómez de Tuddo en el Cenart

Posted on 20 junio, 2018 by cenidiap

Rubí Aguilar Cancino
 
 

La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene.

Jorge Luis Borges

 
 
En su segunda edición, el Festival Internacional de Fotografía FotoMéxico tuvo como tema principal Latitudes, con el que se convocó a explorar la pluralidad geográfica, antropológica y disciplinaria de la producción fotográfica actual. Dentro de este marco los trabajos se exhibieron en cuatro ejes: Política y sociedad, Paisaje y territorio, Huellas y memoria y Cuerpo e identidad.
 
 
El Centro Nacional de las Artes (Cenart) participó el rubro Paisaje y territorio con dos muestras fotográficas: Dislocating surfaces (fotografía escandinava) y una exhibición de Alejandro Gómez de Tuddo integrada por dos series tituladas KIII y Pantonecrópolis y la instalación Columbarium, en las galerías Central y Arte Binario de octubre de 2017 a febrero de 2018.
 
 
Gómez de Tuddo abordó el tema de la vida y la muerte. En conjunto, su propuesta sumó fotografías de vistas panorámicas de cementerios y ciudades, imágenes de detalles de algunos cementerios de diferentes lugares y una instalación integrada por retratos funerarios y un féretro, en una sala ambientada con sonidos alusivos a estos espacios.
 
 
KIII consistió en imágenes de objetos y construcciones que se pueden encontrar en los panteones; fotografías tomadas durante los viajes del artista por distintos países para documentar este proyecto. Monumentos funerarios y esculturas que mostraron la manera en que las familias rememoran a las personas que se han ido; ángeles, querubines y cristos que adornan las tumbas. Las imágenes también daban cuenta del paso del tiempo en esos sitios, pues se resaltaba el deterioro de algunas capillas, lo que generaba un sentimiento de abandono mucho mayor, gracias al excelente trabajo del claroscuro.
 
 
La segunda serie, Pantonecrópolis, a través de imágenes panorámicas, se enfocaba a la relación existente entre el cementerio y la ciudad. Resultó evidente la fascinación del autor por los cementerios: en todas las tomas aparecen en primer plano, y al fondo otros edificios de las metrópolis. Utilizar la técnica del blanco y negro le permitió borrar la línea tácita que separa a la urbe del cementerio, pues unificó visualmente los dos espacios. En esas fotografías se despliega una riqueza de grises para crear ricas texturas en contrastes, formando con ellas paisajes urbanos dotados de belleza.
 
 
La instalación Columbarium se centró en un acontecimiento inherente a todos los seres humanos desde que nacemos: la inevitabilidad de la muerte. Ante ese hecho, no importa edad, etnia, sexo, clase social ni nacionalidad; no en balde se ha llamado a la muerte “la igualadora”. El autor abordó el tema desde el dolor de la pérdida, la ausencia de los que ya no están presentes y el recuerdo. Como preámbulo a esta sección, la sala estuvo precedida por las fotografías de cuatro fetos; ello para subrayar que la muerte toma a algunos por sorpresa antes de ver la primera luz.
 
 
La pieza estuvo integrada por 490 retratos funerarios,(1) realizados en blanco y negro y distribuidos en las cuatro paredes del recinto. Al centro, el artista colocó un féretro simulado forrado por dentro con espejos. El montaje se complementó con iluminación que provenía de la parte inferior de las paredes, y un audio omnipresente en el espacio de exhibición.
 
 
La selección de los retratos que integraron la obra hablaba de la muerte en sentido muy general, es decir, como algo determinante en nuestra vida, pero sin relación con algún tiempo o lugar. La colección de rostros simplemente mostraba que todas esas personas existieron. La inmersión en ese espacio saturado de rostros producía una sensación estremecedora como consecuencia del hecho de saberse rodeado por cientos de miradas de personas que ya no están vivas, sensación que se agudizaba al escuchar, de fondo, el sonido de campanas, un melancólico trinar de pájaros y lo reiterativo de los rezos. Todo ello hacía inevitable que uno recordara la pérdida de algún ser querido.
 
 
Elegir en esta pieza el retrato fotográfico para reflexionar sobre la muerte cumplió, de manera doble, con dos postulados que Roland Barthes(2) plantea sobre este medio. Para este autor, el retrato constituye ese momento en que un sujeto se vuelve objeto, se da una muerte en persona, se convierte en espectrum. En el retrato funerario esto se cumple de manera literal y, adicionalmente, manifiesta la función del “retorno de lo muerto”, es decir, de alguna manera, la resurrección del individuo: hacerlo vivir nuevamente en nuestra memoria. Los retratos que integraron la instalación hablaron del fuerte arraigo existente en todas las culturas por conservar recuerdos de las personas que ya fallecieron. Pero eso no es todo. El artista, además, nos hizo recordar la finitud de nuestra propia existencia.
 
 
Desde el ingreso a la sala, un féretro ubicado al centro nos conectaba de manera inmediata con la muerte: el ataúd se encontraba, pudiéramos decir, “de cuerpo presente”. Una oquedad en su parte superior nos obligaba a asomarnos a su interior y a ver. La sensación resultante era de estremecimiento, un relámpago interior: se veía nuestro propio rostro reflejado en los espejos que cubrían la caja por dentro. La impresión era inevitable porque esa identificación (nuestra cara ahí, adentro) aludía a cualquiera de los retratos funerarios que se encontraban colgados en las paredes. ¿En algún momento el nuestro formará parte de esa colección? Con seguridad.
 
 
Había dos temporalidades presentes en la instalación: el tiempo de vida que nunca fue, representado por las fotografías de los cuatro nonatos expuestas en el espacio preliminar de la sala, y el tiempo de vida ya terminada, que se evidenciaba con los retratos de los difuntos adultos. Ambas se relacionaban con el tiempo mismo de la vida, sin importar el momento en que cada persona hubiese vivido o dejado de hacerlo.
 
 
Hablar de la muerte en la actualidad resulta escalofriante y amenazador, no sólo por la inseguridad a la que estamos expuestos diariamente sino, también, por la fuerte exposición a imágenes de muertes por asesinatos o accidentes que circulan diariamente, tanto en Internet como en otros medios de comunicación masiva. Por estas razones, aludir a la muerte se ha convertido en un tema de interés para muchos artistas, quienes lo han abordado como asunto central representado desde diferentes puntos de vista y en distintos medios expresivos, sea en las artes plásticas, el cine, la literatura, el performance y otras.
 
 
Tratar el tema como algo natural, que nos atañe a todos los seres vivos, es lo que Gómez de Tuddo presentó en esta exposición. Vinculó la muerte muy estrechamente con la vida, obligándonos a ver lo que queremos evitar ver: el hecho insoslayable de su terminación. Traumático pero incuestionable. Nos impuso un orden discursivo, nos constriñó a vernos desde la última morada en donde hemos de descansar.
 
 
Pese a que la muerte es un hecho común y universal, en nuestro país existe una relación muy particular con ella y en especial con los cementerios; estos sitios tienen una fuerte carga simbólica dentro del imaginario colectivo mexicano. Es una tradición que cada año, durante el festejo del Día de Muertos, en noviembre, muchas personas realicen el ritual de limpiar, pintar y adornar con flores y velas las tumbas de sus deudos, además de acompañarlos en el cementerio durante toda la noche con música, alimentos y bebidas alcohólicas. También es común que, en casa, colguemos en las paredes o coloquemos sobre escritorios y repisas los retratos de algún familiar que ya no está presente.
 
 
Sólo pensar la muerte es un hecho dramático por sí mismo, una reflexión que nos conflictúa; pero lo es aún más por el nivel de violencia en el que nos encontramos inmersos en la actualidad en el país, lo cual nos hace sentir continuamente vulnerables. Este contexto de violencia, muerte y vulnerabilidad, como hemos anotado, se encuentra presente en algunas representaciones en el arte contemporáneo que pueden ser calificadas como grotescas o terribles, crudas o irónicas. En contraste, la manera en que Gómez de Tuddo desarrolló el tema me pareció una propuesta distinta y refinada. Las fotos que mostró en Pantonecrópolis (edificios al lado de cementerios) operan como figuras retóricas de contraste pues muestran construcciones, podríamos decir contrapuestas, donde se dan dos maneras distintas de “habitar”: en un momento estamos allá, en un departamento; en otro estamos acá, en la tumba. Por otro lado, fotografiar cementerios de distintos lugares también evidenció su valor cultural y la importancia que tienen en su contexto histórico, ya que muestran, voluntaria o involuntariamente, características específicas de las ciudades a las que pertenecen.
 
 
La instalación tuvo la cualidad de conectar al espectador con el tema “de principio a fin”, comenzando por una fotografía colocada a la entrada, cuyo inquietante punto de vista (tomada desde el interior de una fosa, en contrapicada) mostraba unas plácidas nubes; enseguida, las imágenes de los cuerpos de los nonatos nos conmovían fuertemente al evidenciar la fragilidad de la vida; la atmosfera toda, cuya cualidad inmersiva se potenció por la iluminación y el sonido lúgubre, invadía el espacio para producir una experiencia integral.
 
 
Gómez de Tuddo creó un ambiente propicio para una vivencia estética que nos hizo reflexionar sobre la vida y la muerte a través de la memoria. Pero no cualquier tipo de memoria, sino aquella experiencia dolorosa de la pérdida que ha transitado por la sutura del trauma tras el duelo.
 
 
La propuesta en su conjunto, las series fotográficas y la instalación, no sólo mostraron solidez conceptual e impecable factura, sino también una narrativa convincente. Se hizo palpable la habilidad del artista para hacernos recordar lo efímero de nuestra propia existencia.
 
 
 
Referencias
 
Acha, Juan, Arte y sociedad. Latinoamérica: el producto artístico y su estructura, México, Fondo de Cultura Económica, 1980.
 
Barthes, Roland, La cámara lúcida, España, Paidós, 1990.
 
Kabakov, Ilya, Sobre la instalación total, México, COCOM, 2014.
 
“El Cenart presenta obra del fotógrafo Alejandro Gómez de Tuddo y una colectiva de foto escandinava”, 25 de octubre de 2017, <https://www.gob.mx/cultura/prensa/el-cenart-presenta-obra-del-fotografo-alejandro-gomez-y-una-colectiva-de-foto-escandinava?idiom=es>.
 
Alejandro Gómez de Tuddo-FotoMéxico 2017, <http://www.fotomexico.cenart.gob.mx/es/alejandro-gomez-de-tuddo>.
 
 
 
Rubí Aguilar Cancino es investigadora del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas. El presente texto es uno de los trabajos elaborados para el seminario Discurso Visual. Estudio y Análisis de la Experiencia Visual Contemporánea y su Relación con las Prácticas Artísticas, impartido por el doctor Alberto Argüello Grunstein de marzo de 2017 a mayo de 2018.
 
 
 
Notas
 


[1] “El Cenart presenta obra del fotógrafo Alejandro Gómez de Tuddo y una colectiva de foto escandinava”, 25 de octubre de 2017, https://www.gob.mx/cultura/prensa/el-cenart-presenta-obra-del-fotografo-alejandro-gomez-y-una-colectiva-de-foto-escandinava?idiom=es.

 

[2] Roland Barthes, La cámara lúcida, España, Paidós, 1990.

 
 
 
 

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