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testigo

Testigo

Posted on 26 noviembre, 2018

Carlos Guevara Meza
 
 
Texto leído en la presentación del libro Testigo de Humberto Chávez Mayol, México, INBA-Cenidiap, UASLP, Instituto Campechano, Centro de las Artes de San Luis Potosí, El Museo Latino de Omaha, Centro Contemporáneo de Educación Artística, Áncora MT, Paso de Gato, 2018.
 
 
Me parece difícil hablar de un libro que incluye su propia hermenéutica y su propia explicación metodológica. Que, literalmente, testimonia su misma forma de producción. Que no me deja como investigador mucho misterio por resolver (siempre me ha gustado la idea de mi trabajo como el de un detective de novela negra, con gabardina, sombrero y eterno cigarrillo en la boca, sujetando a un libro por las solapas hasta lograr la siguiente pista o la confesión definitiva, aunque ya no es lo mismo ahora que los libros son electrónicos y nadie en su sano juicio andaría zarandeando su propia tablet, además de que está mal visto fumar), aunque en ese orden de imágenes el libro promete: bellamente impreso, delgadito pero no frágil y con unas hermosas solapas de las cuales asirlo en caso de resistencia.
 
 
Pero este Testigo es uno involuntario, por lo visto, que no tiene interés alguno o razón para ocultar la verdad del “caso”. Que se abre tranquilamente, incluso con cierta ingenuidad, para decir su palabra y mostrar sus imágenes dejando a este reseñista impedido de “revelar” su secreto. ¿Qué decir del libro? Resultado de un proceso de investigación artística práctica que busca integrar campos teóricos y artísticos, todo lo cual está debidamente planteado en un protocolo puesto al final del texto, escrito con la formalidad propia de lo académico incluyendo sus hipótesis, sus aplicaciones analíticas, sus planteamientos semióticos y hasta su bibliografía (en la que aparece El almirante flotante, la famosa novela colectiva realizada por Chesterton, Agatha Christie, Dorothy Sayers y otros clásicos de la literatura de detectives británica, que bien podría ser el modelo de este Testigo y la inspiración para mis humildes metáforas policiacas), dejándome el papel del directivo de una institución académica de arte que no tiene más que celebrar la urgente, y lograda, articulación de las prácticas de investigación “científica” (por decirlo así, con sus rigores, sus “laboratorios” y sus computadoras) con las prácticas de producción en arte con sus imágenes (visuales y literarias en este caso), cosa que por supuesto, como directivo que en efecto soy, celebro y apoyo.
 
 
¿Debería terminar aquí? ¿O extenderme un poco más, enumerando las diversas acepciones de “testigo” que el libro utiliza y que se expresan con claridad a lo largo del texto? ¿Insistir en alguna imagen literaria o visual particularmente llamativa (para mí, claro) como la idea de que todos y todo (personas y objetos) siempre somos testigos, a fin de cuentas, de algo, que todos y todo a fin de cuentas miramos sin participar en la historia de los otros, que todos y todo nos mira (de alguna manera, alguna vez, sesgadamente), involuntarios, inconscientes de nuestro dolor, de nuestro deseo, de nuestro placer, mirando sin mirar, sólo estando ahí, lo que para ellos es insignificante y para nosotros trascendente o viceversa? ¿No pensaríamos, al leer el libro, en todas las veces en que, por casualidad y sin darnos cuenta, asistimos a la ruptura de dos enamorados, el cierre del gran negocio o a la intriga mortal mientras nos fijábamos más bien en un cuerpo hermoso que pasaba, la forma de las nubes, el meme de Facebook o nuestras propias obsesiones?
 
 
¿O hablamos de las imágenes del libro? ¿Las sugerentes sábanas revueltas de Luciano Sánchez Tual? ¿El baño de vapor de Mina Bárcenas con su inquietante mancha en el piso, líquido raro que se dirige al desagüe? ¿De cómo el baño de vapor más bien aparece en el texto “A Eduardo”, calificado de “sórdido”, mientras la imagen de Eduardo Ampacúm aparece aun más sórdida y perturbadora? ¿O la de Jorge Basurto, llena de testigos que no miran su mirada (y la nuestra) con esa bicicleta que cuántas cosas no habrá visto en su largo y evidente rodar? ¿El fantasma de Ygnacio Rivero? ¿El salón rojo y en tinieblas de Humberto Ríos, tan sobrio en contraste con el apasionado texto que lo antecede? ¿Los objetos de Gerardo Montiel Klint, testigos quizá de un recuerdo que no es nuestro? ¿La alusión de Alex Dorfsman a los testículos y el examen final para ser Papa (raro, ¿no? Lean el libro)? ¿Las nubes de Monte Cruze, como mis nubes cuando testifico sin saber la ruptura, el negocio o la intriga? ¿El collage surrealista (o más bien psicoanalítico) de Vera Mercer? ¿El cuerpo con órganos de Patricia Lagarde que cierra el libro junto a un sentido texto sobre la progresiva corporeización conforme se acerca la vejez?
 
 
Pero un buen investigador siempre es suspicaz y obsesivo, casi diría paranoico (en términos semióticos, alguien que ve en todo signos y significados). ¿No estará el misterio en otro lado? Pongamos por caso, a simple manera de hipótesis, que nuestro “sujeto de interés” no es el libro, ni el proceso, ni la metodología, ni las imágenes, sino, por decir, Humberto Chávez. Ese individuo nervioso, hiperactivo, siempre en movimiento de un lado a otro, de una ciudad a otra, de sonrisa fácil y buena charla, ¿no es el conspirador perfecto? ¿“El agente secreto”, el (sin duda lo es) “autor intelectual” junto a esos “cómplices” fotógrafos? Autor que se hace pasar por testigo, simple relator de los hechos y de las nociones, para ocultar su protagonismo, para ocultar mejor otra cosa. Como en la escena final de aquella película con Orson Welles y Rita Hayworth, en la que los culpables se esconden en la casa de espejos de una feria no ocultándose sino multiplicando su imagen, su presencia (imagen de cierre perfecta para una historia llena de vueltas de tuerca), en la que el protagonista descubre únicamente que nunca lo fue, que no es sujeto sino objeto de una trama tejida a su alrededor ajena a su voluntad y a su conocimiento donde, sin embargo, es la pieza clave para que todo funcione. ¿No somos nosotros (ustedes, yo, yo el investigador, el detective, el reseñista, el lector) el ingenuo marino que cayó en la trampa de ser no sólo testigo sino cómplice también, secuaz, “coautor”? Ustedes dirán, si leen el libro.
 
 
Museo Tamayo, 24 de octubre de 2018.
 
 
 
 

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