Segundo Encuentro de Estéticas de Ciencia Ficción. Perspectivas de la ciencia ficción en América Latina
Posted on 15 enero, 2020 by cenidiap
Amadís Ross
Texto leído el 27 de noviembre de 2019 durante la inauguración del Segundo Encuentro de Estéticas de Ciencia Ficción en el Aula Magna José Vasconcelos del Centro Nacional de las Artes, Ciudad de México.
Gracias a todos por estar aquí, bienvenidos sean. Este segundo encuentro es producto del trabajo iniciado hace casi cuatro años por el Seminario Estéticas de Ciencia Ficción. Este grupo de investigación académica multi y transdisciplinario ha colocado al Cenidiap, y por lo tanto al INBAL, como pionero en este campo de conocimiento: la ciencia ficción, que, hoy más que nunca, demuestra ser una herramienta para comprender nuestro presente y los temores y esperanzas del futuro que pensamos.
Es necesario agradecer el esfuerzo de los miembros del seminario y de las autoridades y personal del Cenidiap para que existiera este segundo encuentro. Gracias en especial a nuestra coordinadora de difusión, Virgina García, y a su equipo, sin ustedes esto no hubiera sido posible.
Dedicamos este segundo encuentro a las perspectivas de la ciencia ficción en América Latina porque, hace algún tiempo, en el seminario nos preguntamos qué significa crear, estudiar y consumir ciencia ficción en y desde México y América Latina. Y es que, en su gran mayoría, este género se ha desarrollado bajo otras lógicas, otras visiones y, en especial, otras estéticas, ajenas o de plano antagónicas a nuestra realidad. ¿O nunca se han preguntado por qué el vastísimo Imperio Galáctico descrito en la trilogía de la Fundación se parece tanto a Estados Unidos y Europa incluso en sus zonas más oscuras?
La ciencia ficción nació a la par de la Revolución Industrial, se nutrió de su estética mecanicista, tecnofílica y occidental que rendía culto al progreso, o mejor dicho, culto al proyecto impuesto por los países que desarrollaron la producción mecanizada y en masa. Como toda manifestación artística y cultural representa el inconsciente de su época, el gemelo atrás del reflejo en el espejo. Aplaudida a veces, negada a veces, la ciencia ficción en ocasiones se viste de fanático adolescente que sueña con viajar a otros planetas y conquistar chicas de piel verde —porque no se atreve a conquistar a las de la Tierra—, o como sesuda estudiosa de la ciencia que entiende el desarrollo tecnológico como un avance siempre positivo que nos lleva —supuestamente— de las tinieblas hacia la luz, o como escritora hastiada de la modernidad que describe mundos con reglas distintas que nos parecen disruptivas y nos motivan a preguntarnos sobre nuestro mundo, o como filoso crítico del consumismo y el control mental que ejerce el aparato propagandístico capitalista.
La ciencia ficción es esto y es más que esto, y es también, en su carácter de espejo negro que refleja la modernidad, un poderoso vehículo del proyecto occidental, de las visiones anglosajonas en las que el resto de las culturas son exóticas y explotables, del culto capitalista al crecimiento económico como dogma de fe, de la estética protestante en la que no cabe un habitante de Chimalhuacán a menos que sea el albañil que construye las instalaciones desde las que se lanzará el cohete estadunidense que conquistará Marte.
Debemos reconocer que el muro que nos aprisiona es, en realidad, la incapacidad para imaginar nuestra propia estética triunfante, independiente del discurso de la blanquitud para el que las invasiones extraterrestres sólo pueden ocurrir en Nueva York. ¿Acaso no ha sido suficiente tiempo de soñar sus sueños usando los rostros de sus actores?
“No puede haber ciencia ficción en un país que no genera ciencia ni tecnología” es una frase que los que nos dedicamos a esto hemos oído tantas veces que podría ser un mantra. Esta frase no habla en realidad de la carencia de producción tecnocientífica nacional sino de la escaza confianza que tenemos en nosotros mismos, en lo ridículo que —pensamos— nos vemos usando el lenguaje estético de la ciencia ficción porque es la lengua de “naciones serias” que “sí progresan”, lo cual nosotros —creemos— no hacemos, o al menos no según los parámetros establecidos. Esta no es la única forma de minimizar la ciencia ficción, también se le tacha de mero divertimento, de género menor y escapista, de ser incapaz de incidir en la realidad ya que —solamente— se queda en lo imaginario. Como si lo imaginario no importara. Al contrario, la lucha por el imaginario es tan importante como la lucha por el modelo económico, la democracia o la igualdad, porque es en el imaginario donde nos sentimos capaces o incapaces, donde decidimos nuestros límites y nuestros horizontes, donde nos conocemos y nos planteamos ir hacia donde brilla un nuevo sol o hacia la negrura de la desesperanza. No desdeñemos esta lucha porque es la forma en que nos imaginamos otros, y sin esa imaginación no hay capacidad de cambio.
En México y América Latina hemos tenido suficiente tiempo para consumir las estéticas y visiones que nos vienen del norte, digerirlas, adaptarlas, mofarnos de ellas o intentar emularlas. Hoy nos queda claro que nuestra incipiente ciencia ficción no imita, no es una copia barata “región cuatro” —como decimos cuando queremos desvalorar algo gestado aquí—, sino una reverberación creada en el margen, un discurso nacido de particularidades propias, únicas, sin parangón en el planeta, una estética cocinada desde la resistencia barroca que lleva cinco siglos encontrando su voz mestiza. Es que caray, de cierto modo no nos hallamos en la fría y límpida estética hegemónica en la que no caben los grises, los desfaces ni la ambigüedad. Para ellos, los de allende las fronteras septentrionales, todo debe ser claro y preciso, delimitado y blanquinegro; en cambio nosotros danzamos entre capas de máscaras, retruécanos, albures, comidas con quince tipos de condimentos, “síes” que son “noes” y “noes” que son “síes”, rituales que simulan ser una cosa pero nunca son lo que dicen que son. Nosotros estamos acostumbrados a hablar con ruido de fondo. Nosotros somos distintos. Sin embargo aún nos da peno decirlo.
A los chinos, por ejemplo, ya no les da pena, si no cómo explican que la ciencia ficción de vanguardia hoy en día venga de ese país, que se ha convencido a sí mismo que será el siguiente imperio mundial. Pero no sólo en el lejano oriente se está cambiando, hoy América Latina está convulsa. Si ya acordamos que la ciencia ficción actúa como el inconsciente de la modernidad, ¿qué nos dicen las proclamas que enarbola la gente en Chile, Ecuador, Bolivia, Colombia o Nicaragua? ¿Por qué es relevante mencionar esto en un encuentro dedicado a la ciencia ficción? Si atendemos a que este género condensa nuestros miedos y esperanzas acerca del mundo que nos rodea y, especialmente, hacia dónde creemos que se dirige, lo que sucede al sur del continente indica que el proyecto occidental se tambalea. Hace agua el concepto Elysium, en el que a nosotros nos corresponde Iztapalapa mientras a los Dueños del mundo les toca una versión orbital de Huixquilucan-Interlomas. Está en crisis el reino de las máquinas, para quienes somos pilas desechables que alimentan un sistema que no es el nuestro. Nos reconocemos perdidos pero furiosos, hambrientos y desesperados pero con el valor y el impulso para cambiar esta dictadura que nos echa en la cara la frase de Fredric Jameson: “es más fácil imaginar el final del mundo que el final del capitalismo”. Perdonen por insistir tanto con esto, cuantimás cuando los zopilotes desde sus púlpitos en periódicos y universidades nos dicen que aunque el modelo esté en ruinas “nadie sabe por qué otro cambiarlo”.
Nadie, tal vez, pero es posible que la clave esté en la ciencia ficción.
Dice Fernando del Paso en su ensayo sobre el Quijote que América Latina le arrebató la patente del castellano a España hace más de medio siglo, con todo lo que ello implica: nuestra realidad mestiza es hoy el motor generador de la hispanoesfera sin siquiera habérselo propuesto. Y hoy vivimos un proceso similar con la ciencia ficción. Será tal vez desde la ciencia ficción otra, desde la América Latina otra que nazca esa capacidad para no sólo imaginar sino construir ese futuro otro, el nuestro, a nuestra imagen y semejanza.
De nosotros depende si iremos a Marte, construiremos estaciones orbitales al amparo del campo electromagnético de Júpiter, combatiremos a la flota trisolariana más allá del Cinturón de Kuiper, nuestras naves se llamarán Moctezuma Ilhuicamina o Katún, y el siguiente Túpac Amaru luchará entre las nubes de gas cósmico en las inmediaciones de las Pléyades, que como todos ustedes saben en náhuatl se llaman tianquiztli, es decir, tianguis, ágora, reunión, encuentro, encuentro como este que, lo espero de corazón, continúe abriendo espacios al género que tanto amamos.
Gracias.
Escribe el primer comentario