El legado mural de la Secretaría de Educación Pública
Posted on 13 enero, 2022 by cenidiap
Guillermina Guadarrama Peña
Hablar de los murales de la SEP, nos remite al proyecto educativo de José Vasconcelos, Rector de la Universidad y primer Secretario de Educación Pública, quien fuera el deux ex machina del movimiento mural en los años 20. Si bien los murales en la sede de la SEP no fueron los primeros de ese movimiento, si forman parte de una producción artística que ha sido emblemática para México hasta la actualidad.
Los más conocidos murales en el edificio son los que pintó Diego Rivera entre 1923 y 1928, porque abarcan la mayor superficie, pero también hay otros autores que participaron en la etapa vasconcelista y en la posterior. En los murales de Rivera se ven reflejadas las dos líneas ideológicas que se desarrollaban paralelamente en esos años: la identidad nacional que se impulsaba desde el aparato de gobierno, y su militancia política en el recién fundado Partido Comunista Mexicano.
El giro identitario nacionalista lo desarrolló en sus primeros murales, ubicados en la planta baja del llamado Patio del Trabajo, cuando Vasconcelos era secretario de Educación. En La entrada a la mina y Salida de la mina representó las inhumanas condiciones laborales de los trabajadores durante el porfiriato, impuestas por las empresas que pertenecían en su mayor parte a extranjeros, como indica la presencia del un rubio capataz en uno de los páneles; obras que pueden considerarse como de denuncia. Como antítesis, señaló el cambio social que prometía la posrevolución, en los murales La liberación del peón y La maestra rural, relacionadas con la entrega de tierras y maquinaria para su cultivo, por un lado, y la alfabetización y las Misiones culturales, por el otro; iniciativas promovidas y financiadas por el Estado.
En los muros del Patio de las Fiestas, representó las tradiciones populares, como en Día de muertos, así como las danzas de diferentes estados del país: La danza de los listones, La danza del Venado, La zandunga, que bien conoció durante los viajes que hizo con Vasconcelos por el país, cuando éste buscaba la aprobación de las cámaras de diputados estatales para rehabilitar la Secretaría de Educación Pública Federal.
Amado de la Cueva y Jean Charlot, que también pintaban sus murales en ese edificio, siguieron esta línea. De la Cueva optó por escenas de actividades que se desarrollaban en las festividades religiosas patronales, La quema del torito y La danza de los Santiagos, significantes del mestizaje ideológico. Las obras de De la Cueva se distinguen por sus figuras alargadas. Por su parte, Charlot pintó La danza de los listones, obra que Rivera mandó retirar para dar paso al panel central de su tríptico titulado Día de tianguis; luego, el mismo Rivera pintó una danza de los listones, como si quisiera sustituir el mural que había destruido. Ante esa situación, Charlot cambió su temática y optó por representar los duros trabajos de la vida cotidiana que la población de bajos recursos hacía para subsistir, como se puede ver en los murales Cargadores y Lavanderas. En ambas obras se distingue su trazo geométrico cubista, en figuras y objetos.
Otros murales hacen referencia a los trabajos artesanales que se desarrollaban en diversas poblaciones de la República, y que Vasconcelos conoció durante sus giras ya mencionadas, así que trató de recuperarlas como identidades regionales que conforman la nación. Para esa actividad designó a Roberto Montenegro, uno de sus acompañantes asiduos en aquellos recorridos, quien conformó la colección de arte popular que lleva su nombre, con la cual México participó en importantes exposiciones internacionales.[1]
A Diego Rivera le correspondió mostrar visualmente los procesos artesanales, que representó en Hilanderos, Alfareros, Fundición, Tinteros, entre otras, que hizo en los muros del denominado Patio del Trabajo. En resumen, se puede afirmar que los primeros murales de la SEP tuvieron como objetivo dejar memoria de las expresiones populares del país.
Rivera pintó El Corrido de la Revolución en el último nivel de la SEP, en la zona correspondiente al Patio del Trabajo, entre 1926 y 1928, etapa que denominaré post vasconcelista, cuando José Manuel Puig Cassauranc lo había sucedido como titular de la Secretaría. La iconografía del artista se había tornado radical. En esa serie de páneles reflejó su postura comunista, acentuada después de su viaje a la Unión Soviética, a donde fue invitado para conmemorar el 10º aniversario de la Revolución de Octubre. Su estancia se prolongó ocho meses, desde octubre de 1927 hasta junio de 1928. Era inevitable que pintara su entusiasmo por la revolución rusa y la utopía de una sociedad igualitaria en construcción, plasmándolo con las imágenes del soldado, el obrero y el campesino como los protagonistas del movimiento social, y el soldado ruso como unificador. El Corrido de la Revolución termina con El arsenal, mural interpretado por algunos críticos como un llamado a la rebelión armada.
En el mismo piso, pero del lado del Patio de las Fiestas, Rivera representó una especie de santoral laico con Cuauhtémoc, Zapata y Carrillo Puerto, el gobernador yucateco recién asesinado, a quienes vistió con túnicas rojas, color indicativo de su pensamiento de esa etapa; postura que reafirmó cuando pintó poco después, el retrato de Carlos Marx en Palacio Nacional y que continuó con la imagen de Lenin en el mural destruído del Rockefeller Center en Nueva York y posteriormente en el Palacio de Bellas Artes. Es pertinente señalar que desde los primeros páneles de la SEP, Rivera marcó su afiliación al Partido Comunista, pintando la hoz y el martillo en miniatura junto a su firma, como también lo habían hecho Amado de la Cueva y algunos otros muralistas en la Escuela Nacional Preparatoria. Era el símbolo de un sistema económico utópicamente ideal y contrario al establecido en México. Ese imaginario estuvo basado en el deseo y la esperanza.
Es importante mencionar a los otros autores que pintaron durante la etapa vasconcelista en el edificio de la SEP, siguiendo las indicaciones temáticas del Secretario. A Carlos Mérida le asignó la Biblioteca Infantil, primera en su tipo, la cual fue decorada con la historia de Caperucita Roja, de Charles Perrault. Vasconcelos le pidió a la poeta chilena Gabriela Mistral, que se encontraba en nuestro país, que versificara el cuento para escribirlo en la parte alta del mural. Mistral no hizo grandes modificaciones literarias respecto al cuento original, y dejó la frase “rizos rubios” que indican la raíz europea de la Caperucita. Mérida por su parte, la recreó como una Caperucita americana, que cubre su negra cabellera con un gorro rojo, y viste un traje tradicional de Guatemala; en tanto que el lobo parece un coyote americano en un paisaje cezanniano. Un híbrido de la simbología de los pueblos originarios de América y las vanguardias europeas que el artista conoció.
Vasconcelos encargó a Montenegro la decoración de la Biblioteca Iberoamericana. Él había sido el autor del primer mural del movimiento muralista mexicano, así como de las obras en el despacho del Secretario y de una Sor Juana pintada en un estrecho pasillo del segundo nivel. También lo había acompañado en su gira por Brasil, Argentina y Chile, de manera que Vasconcelos lo consideró el indicado para interpretar plásticamente la unidad latinoamericana, la cual era a su juicio indispensable para hacer frente al Norte enemigo, por lo cual este mural se considera la síntesis del pensamiento vasconcelista.
En el mural pintado en 1924, el artista trazó un enorme mapa del continente que abarca de México al Cono Sur. Su diseño tiene similitud iconográfica con los mapamundi del siglo XVI: Montenegro plasmó referencias a la navegación propias de ese siglo, tales como la rosa de los vientos, las naves españolas y Eolo, dios griego del viento, junto a símbolos que identifican a los países latinoamericanos. Por ejemplo, en el lugar correspondiente a Perú, pintó sobre una puerta las iniciales H de la T, como homenaje a Ramón Haya de la Torre, quien le había solicitado asilo a Vasconcelos debido a que fue expulsado de su país por luchar contra el dictador Augusto Leguía. En la zona de Brasil hizo referencia al Amazonas, con una mujer que vierte agua de un cántaro; y para Argentina, pintó al clásico gaucho. El oleaje marítimo representado con finísimas líneas, fue trazado por Gabriel Fernández Ledesma.
La inclusión de la hoz y el martillo, que porta la monumental mujer que simboliza a Iberoamérica, es un gesto aparentemente ajeno al pensamiento de Vasconcelos y Montenegro; sin embargo, son elementos recurrentes también en la masonería y el hinduismo, significaciones más cercanas al pensamiento de ambos. El mural cierra en la parte inferior con personajes históricos distintivos del continente: los descubridores y conquistadores, o según la denominación actual, los invasores y depredadores. En el lado opuesto, los libertadores de nuestra América: Miguel Hidalgo, José de San Martín, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre y José Gabriel Tupac Amaru.
La Biblioteca, el mural y la Sala de Banderas fueron inaugurados el 25 de abril de 1924 por el presidente Álvaro Obregón, acto al que asistieron los miembros de su gabinete, así como los representantes de todos los países de Latinoamérica y el encargado de negocios de España. Este mural fue el último que encargó Vasconcelos antes de su renuncia; no obstante, es pertinente mencionar otro mural planeado para la Biblioteca, que debía de realizar Emilio Amero en un muro lateral, cuyo título provisional era Razas, y que no se llevó a cabo por la renuncia del Secretario.
El proyecto mural vasconcelista incluyó los dos Centros Escolares que mandó construir durante su gestión, el Belisario Domínguez, ubicado en la colonia Guerrero, y el Benito Juárez en la Roma Sur. En el primero compartieron espacio Carlos Mérida y Emilio Amero. El Secretario les indicó que la temática tenía que ser apta para niños. De acuerdo con las fotografías que existen, Mérida pintó en los muros de los corredores del primer nivel un paisaje de un barrio semiurbano, trazado con pinceladas cubo-impresionistas, y dos escenas que hacían referencia a la vida de los niños en una ciudad en crecimiento. En la primera representó un pequeño carrusel observado por dos niñas; y en la segunda, a una niña, con pelo corto y un enorme moño en la cabeza, y un niño con pantalón corto que sostiene un aro rodante, que charlan junto a una fuente; su vestimenta indica su origen citadino.
Complementó su decoración con un pequeño friso de minúsculas casas estilo maya, intercaladas de manera simétrica con árboles más pequeños, de colores fauves, y mujeres de gran tamaño con vestido rojo, bombachas y calzado infantil, con expresión adulta, imágenes que entrelazó con inmensos tallos florales. Remató en la bóveda con un enorme rombo y pequeños cestos con flores de llamativos colores en las columnas, tonalidades que sugieren la paleta postimpresionista.
Emilio Amero pintó en la planta baja del mismo patio, de acuerdo con las fotografías localizadas, al menos tres escenas de Alí Babá y los cuarenta ladrones, cuento de Las Mil y una noches, que también se difundía en las publicaciones de la SEP. Una fotografía muestra un paisaje de árboles de trazo simple, con Alí Babá frente a dos burros que cargan leña y los ladrones delante de una cueva; todos con vestimenta tradicional árabe. Debajo de la escena escribió lo que se representaba. Amero pintó otro mural en el cubo de la escalera de ese centro escolar. El tema, a petición de Vasconcelos, debía tener sentido latinoamericano. El artista lo tituló Sentencia bolivariana. No se conserva ninguna imagen de esta obra. Los murales y la escuela fueron inaugurados por el Secretario en octubre de 1923.
Lamentablemente, hacia los años 40 las obras fueron recubiertas con pintura, seguramente por deterioro; no fueron restauradas porque aún no se fundaba el Laboratorio de Restauro, antecedente del actual Centro de Restauración del Patrimonio Mueble del INBAL. En los 50, sus muros empezaron a ser nuevamente usados para obras realizadas por alumnos de diversas generaciones de la ENPEG La Esmeralda, para su práctica escolar de la materia de pintura mural. En el lugar donde estaba Sentencia bolivariana hoy se encuentra Homenaje a Belisario Domínguez, pintado por la performancera Maris Bustamante. De los murales de Mérida sólo quedan el friso, los cestos y el rombo. Los trabajos de restauración efectuados en 2017 por el CENCROPAM, permitieron encontrar minúsculos fragmentos de la obra de Amero, como lo que parecen ser los pies morenos y pantalón bombacho de los personajes del cuento, pero se necesitarían muchos recursos para rescatarlo, si es que se puede.[2]
El único autor de los murales de la Biblioteca Lincoln del Centro Escolar Benito Juárez, fue Roberto Montenegro. Vasconcelos lo designó para pintar Aladino y la lámpara maravillosa, otro cuento de Las mil y una noches. Escuela y mural fueron inaugurados por el Secretario cuando aún no estaban concluidas las obras, debido a que renunció el 2 de julio de 1924. Esto trajo como consecuencia la cancelación de los contratos de pintores y escultores que estaban en activo, por indicaciones de Bernardo Gastélum, Subsecretario de Educación Pública, quien quedó a cargo del despacho. Los artistas cesados fueron Siqueiros, Orozco, Fermín Revueltas y Máximo Pacheco quienes aún pintaban en la Preparatoria, y Amero, quien empezaba a pintar en la Biblioteca Iberoamericana; así como los escultores Arnulfo D. Bello, Ignacio Asúnsolo y Germán Cueto.[3] Se salvaron del cese, Rivera y Montenegro.
Hasta ahí llegó la primera etapa del muralismo, la convocada por Vasconcelos, la que inició con el objetivo de educar en el arte, conforme a su línea filosófica, y para la unidad e identidad latinoamericanas. La continuidad del muralismo siguió otra línea, como lo muestran las obras de Rivera y Montenegro, quienes siguieron pintando con apoyo de Gastélum. Éste le pidió a Montenegro otro mural en el Centro Escolar Benito Juárez, ya no con tema de cuentos infantiles, sino con personajes históricos, similar a lo que había realizado en la Biblioteca Iberoamericana de la SEP. Terminó el mural en 1925 y lo tituló El ángel de la Paz. Rivera continuó en el edificio de la SEP. El arte mural ya había echado raíz y era un atractivo para artistas, gestores y promotores, sobre todo de Estados Unidos.
El proyecto mural en el edificio de la SEP lo continuó José Manuel Puig Cassauranc, cuando nuevamente fue Secretario de Educación en la administración de Pascual Ortiz Rubio. Contrató en 1931 al pintor danés Eric Mose y al escultor mexicano Federico Canessi, recién llegados de Estados Unidos, para que pintaran un friso en la parte alta del entonces Teatro de Orientación, situado a un costado de la Biblioteca Iberoamericana, hoy Auditorio Miguel Hidalgo, espacio que había sido Teatro de Arte Libre de la Secretaría de Educación, de acuerdo con las notas periodísticas. El tema fue Las ciencias, artes y oficios, en el que unieron las raíces prehispánicas con las influencias europeas; los rasgos de algunos personajes y su tono de piel parecen hacer alusión a grupos originarios, pero sus cuerpos siguen las líneas del arte clásico y sus vestimentas no indican pertenencia a una época o lugar especial. La obra fue trazada con una paleta de suaves colores.
Por último, mencionaré otros momentos en que la SEP contrató obra mural para su edificio. En 1991, durante la gestión de Manuel Bartlett, José Chávez Morado realizó el mural Fray Bernardino de Sahagún y su rescate de la Historia de la cultura mexicana en el vestíbulo de la Sala de Prensa. A Luis Nishizawa le correspondió, ese mismo año, hacer un mural en la antesala de la antigua Biblioteca Iberoamericana, actual Salón Nishizawa, realizado en cerámica a la alta temperatura, que tituló La imagen del hombre.
En la administración de Fernando Solana, en 1993, Raúl Anguiano hizo el mural Encuentro de dos culturas, en el vestíbulo del Auditorio Miguel Hidalgo. Anguiano y Chávez Morado siguieron en la línea nacionalista y Nishizawa trazó una visión cosmogónica de nuevo enfoque.
Para la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, el secretario Alonso Lujambio contrató a Manuel Felguérez, representante de la llamada Ruptura, para que hiciera un escultomural o escultura de pared, como el artista la llamó, pero a diferencia de otras instituciones que festejaron con un mural histórico para sus instalaciones, la obra encargada por la SEP, Ecuación en acero, no tiene discurso celebratorio, se trata de una visión ajena a estos acontecimientos.
La obra fue colocada en un espacio al lado del mural Patricios y patricidas de Siqueiros, que se encuentra en el cubo de la escalera central, de lo que puede denominarse la zona ampliada, porque cuando este artista lo realizó en los años cuarenta, el espacio funcionaba como Tesorería y después fue sede del Tribunal Superior de Justicia; es decir, no fue contratado por la SEP, sino por el entonces Departamento del Distrito Federal, para el sitio donde se planeaba instalar el Museo de la Revolución.
El mural siqueiriano fue iniciado en 1944 y terminado en 1972, cuando el edificio pasó a ser propiedad de la SEP. El largo tiempo de producción se debió a que el artista tuvo una serie de desencuentros con las autoridades y una estancia en la penitenciaría de Lecumberri. Por esa razón se pueden ver en la obra dos líneas expresivas de su producción, una más figurativa que la otra, lo cual permite en cierto sentido hacer “diálogo”, con la obra de Felguérez. Dos épocas, dos estilos, dos formas ideológico-plásticas.
Quiero cerrar esta narración recordando a la SEP de los años fundacionales, que con Vasconcelos a la cabeza, planteó dentro de su proyecto educativo la realización de murales en su sede y en las escuelas que construyó; el cual fue continuado en otros centros escolares principalmente de los años treinta del siglo XX, por artistas adscritos a la Sección de Dibujo y Artes Plásticas del Departamento de Bellas Artes, convertidos en profesores y funcionarios. Sin embargo esos murales posteriores no han tenido la atención necesaria por parte de la SEP para su conservación, lo cual sería importante para homenajear a una institución que cumple 100 años en el proceso educativo y artístico.
[1] Xavier Guerrero y Montenegro fueron Comisarios en exposiciones de arte popular que Vasconcelos envió a los Pabellones de México en las ferias internacionales de Estados Unidos y Brasil.
[2] Renato Robert Paperetti, restaurador del CNCROPAM, encargado de uno de los equipos de restauración de esa escuela, hizo calas en diferentes zonas para encontrar las obras de los años veinte, pero no hubo recursos para continuar.
[3] “Los pintores estridentistas que fueron ya cesados”, El Universal, 16 de julio de 1924, 2º sección, p. 8.
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