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Mi breve e intenso nexo con el colectivo SeMeFo. Primera parte.

Posted on 11 julio, 2023 by cenidiap

Carlos-Blas Galindo

 

 

Antecedentes

El colectivo o proyecto SeMeFo[1] fue una agrupación artística mexicana, integrada por personas provenientes de diversas disciplinas, que estuvo activa desde 1990 y hasta 1999. Entre los asuntos que abordó se encuentran la impunidad ante la comisión de delitos, la puesta en evidencia de la corrupción en no pocos ámbitos de la burocracia –con énfasis en lo que concierne a los restos de personas muertas, cuerpos que son llevados a las morgues, y a las pertenencias que aquéllas tuvieron cuando vivían–, así como a la doble moral social que, por una parte, dice horrorizarse ante imágenes de cadáveres cuando un porcentaje mayoritario de la humanidad se alimenta (ya sea de manera cotidiana, frecuente o esporádica) con carne de animales muertos y, además, no se inconforma con suficiente valor y constancia ante los más que frecuentes hechos de violencia que se padecen y nos agravian.

 

No pretendo abordar esta vez la obra del citado colectivo, pues aun cuando me he referido a SeMeFo en algún momento anteriormente, existen trabajos académicos en los que se examina su producción.[2] Me propongo, en cambio, dar cuenta de mi nexo profesional con el mencionado proyecto, como performancero, crítico de artes plásticas, visuales y conceptuales, amén de curador independiente, artista visual y conceptual.

 

En este sentido, a partir de 2008 sistematicé mi estudio de los paradigmas sobre los que han sido erigidas las artes de la segunda mitad del siglo XIX, así como las vanguardias y las neovanguardias del XX, y con anterioridad indagué al respecto en repetidas ocasiones. Fue así como, al inicio de los 80 de la pasada centuria, durante el arranque de la fase postvanguardista (la cual también es nombrada como posmoderna) de la historia del arte, , advertí que quienes practicaban las artes de las postvanguardias apoyaban únicamente la visión occidental y global de su quehacer, que no se inmutaban ante la persistencia de la dupla patriarcado-capitalismo, que exaltaban el relativismo y la impostura, que enaltecían la banalidad y la vacuidad en pos de conseguir resultados superficiales sin mayor intención que la de contribuir al entretenimiento; que subrayaban el carácter intelectivo de su labor (vía la legitimación curatorial y los statements), que recurrían al eclecticismo estilístico, a la apropiación y a la cita; que aspiraban a la homogeneización del arte en Occidente y sus múltiples áreas de influencia, que rehuían de la originalidad, que favorecían la producción individual, o bien la corporativa en su versión de marca registrada; que se conducían de manera acrítica con respecto a los roles impuestos desde el poder global sobre lo generacional, -la última oleada de Baby Boomers y la primera de la Generación X, de suyo apática en cuanto a lo político progresista-, que practicaban el nomadismo o al menos ansiaban hacerlo, que se conducían de manera cínica y ejercían la simulación, que con sus obras recalcaban el carácter autonegador de lo artístico que caracterizaba a las postvanguardias, y que se dirigían de manera exclusiva (y por ende excluyente) a públicos especializados.

 

Ante tal ambiente –que consideré nefasto– decidí que, como performancero, basaría mi trabajo en la comisión de delitos, con miras a erosionar, en la medida de mis capacidades y alcances, y únicamente al interior del campo artístico, al statu quo.

 

 

Mi nexo con SeMeFo

No recuerdo cuándo presencié por primera vez alguna acción de SeMeFo (sus exintegrantes tampoco se acuerdan cuándo nos conocimos). Fue, tal vez, en La Quiñonera (que empezó a albergar trabajos artísticos de avanzada desde 1986) o, quizás, en alguna de tantas galerías “de autor(a)”, o asimismo es posible que haya sido en un “espacio alternativo”. Lo cierto es que, en 1993, cuando me conmocioné ante Larvarium en el Museo de Arte Carrillo Gil (MACG), obra que ese colectivo expuso como parte de la selección del Encuentro Nacional de Arte Joven del año anterior, el número XII –pieza que, en aquel certamen, fue reconocida con una mención de honor por parte de las personas que integraron el jurado: Juan Castañeda, Roger von Gunten, Gabriel Macotela, Sylvia Pandolfi y José de Santiago, por lo que se infiere que fue considerada como premiable–, confirmé que SeMeFo trabajaba, como yo lo hacía, con base en la comisión de delitos, pues esta obra suya consiste en un ataúd exhumado de manera ilegal mediante actos de corrupción, féretro que, cuando fue expuesto en el MACG, contaba con materia orgánica en su interior y afuera del mismo, tenía tanto ganchos como cadenas de metal –elementos con los que había sido complementado con acierto– y del cual caía tierra al piso (que no era retirada del suelo).

 

En 1988, usurpé las funciones de juez del Registro Civil y celebré el matrimonio que contrajeron Marisa Lara y Arturo Guerrero (como parte de la apertura de su exposición Esta noche corazón, de la serie Amantes del Circuito Interior, que presentaron en el coyoacanense Centro Cultural Los Talleres, en la capital de México).Un año después, realicé mi performance Conversación explosiva (que fue parte de la mesa redonda del mismo título, en la que conmigo participaron Silvana Cenci, Melquiades Herrera, César Martínez y José Manuel López) en la Galería Metropolitana dependiente de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), ocasión en la que repartí entre la audiencia toques de mota y pequeños cohetes, invitándola a utilizarlos tomando, en caso de hacerlo o no, una postura frente al prohibicionismo, al que caractericé como “terrorismo de Estado”. En aquel entonces estaba penado transportar marihuana y también lo era incitar a su uso, mientras que hacía poco, en el entonces Distrito Federal también había sido considerado ilegal el traslado y empleo de pólvora en sus variantes recreativas e incluso en las rituales; entre éstas, las de aquellos leves petardos. En 1990 fungí nuevamente como juez del Registro Civil, sin serlo, y casé a Mónica Mayer y Víctor Lerma en el Centro Cultural Santo Domingo, dependiente del INBAL, acción que efectué como parte de su performance Foto falsa, a diez años de la boda.

 

En 1993 impartí la asignatura Seminario de Arte Contemporáneo en el posgrado de lo que ahora es la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM en ausencia de su titular, mi amigo y mentor Juan Acha, quien entonces disfrutó un año sabático en Alemania, país que muy recientemente había sido “reunificado”. Al año siguiente me hice cargo de nueva cuenta de esa materia, mientras Acha se recobraba de problemas de salud (de índole cardíaca) y atendía otros compromisos, como el de un posgrado en educación artística para el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL). Al fallecimiento de Juan Acha, en 1995, devine el titular de aquel seminario. Fue entonces cuando invité a la gente de SeMeFo a participar en una sesión cada año lectivo (sin contraprestación alguna, según recuerdo), donde sus integrantes expusieron sus planteamientos y mostraron fotografías, lo cual hice hasta 1998, puesto que en 1999 el estudiantado consecuente de la UNAM inició una huelga como protesta ante el planeado incremento de cuotas en esa universidad, que es pública, movimiento que apoyé como docente, negándome a impartir clases “extramuros”, renunciando a esa prestigiada institución y yendo a vivir a la ciudad de Oaxaca. En ese mismo año, SeMeFo dejó de ser un colectivo.

 

También de 1993 data mi participación en el programa televisivo intitulado El performance que realizó Producciones Volcán (entonces liderado por Florisa Calderón y Jorge Prior) para el Canal 22 como parte de la serie Galería plástica y en el que, conmigo, y bajo la conducción de Fernanda Tapia, intervinieron Maris Bustamante, Melquiades Herrera y SeMeFo. La locación fue un deshuesadero en Coapa (mismo que ya no existe) y el llamado fue para el 21 de abril de aquel año. Lo recuerdo bien porque mi padre, el compositor Blas Galindo Dimas (nacido en 1910), había fallecido el día 19 y sus exequias en el Palacio de Bellas Artes y el entierro de sus restos en el Panteón Español en la capital mexicana acontecieron el 20. Ante mi duelo, integrantes de SeMeFo me ofrecieron, respetuosamente, que pospusiéramos la grabación del programa, propuesta que agradecí, pero no acepté. En aquella ocasión también cometí un delito: para realizar mi performance Muerte al arte del pasado porté y disparé un arma de fuego sin permiso para hacerlo. Se trató de una pistola Smith & Wesson de cañón largo que utiliza balas calibre .22 Long Rifle.

 

Mi trabajo consistió en denunciar verbalmente que subsisten rémoras que obstaculizan el avance de la cultura artística, las cuales constituyen lastres a los que hay que agredir hasta eliminarlos y, mientras esgrimía mis argumentos, lo que hice fue mostrar mi arma, colocarle el cargador lleno de municiones, desactivar el seguro, cortar cartucho (paso que no se ve en el programa), apuntar hacia una fila de automóviles accidentados y, al grito de “¡muerte al arte del pasado!”, disparar.

 

Aquella vez estuve a punto de cometer un crimen de mayor envergadura: un homicidio involuntario. Yo le había advertido a la conductora del programa y al personal de la empresa de producción que, en cuanto yo me pusiera de pie, debían alejarse de los vehículos inservibles que estaban frente a mí y a mi derecha, pues me proponía agredirlos; empero, nunca mencioné que estaba armado.

 

Según lo previsto, en cuanto me levanté nadie permaneció entre la chatarra y yo. Fue entonces que hice coincidir con mi vista el punto de mira de la pistola con el centro de su alza; a unos instantes de accionar el gatillo advertí que, a lo lejos, si bien a una distancia a tiro, Florisa Calderón, ataviada con una camiseta de un amarillo brillante –color que me facilitó distinguirla– se paseaba distraídamente, fumando.

 

Mi turbación fue mayúscula; volví a sentarme sin dejar de aludir al tema de mi performance y, cuando advertí que la productora se había movido del sitio en el que estuvo a punto de morir, concluí mi trabajo, apuntando prudentemente al parabrisas del auto más cercano a mí, sobre el cual, con gran consideración, gente de la casa productora (alguna de la cual aparece a cuadro en el programa) había colocado un par de parabrisas más, con la intención de que, en caso de que yo lanzara algo contra ese vidrio o lo golpeara, “no me lastimara”. Este programa para el canal cultural 22 de televisión ha sido visto en numerosas ocasiones, con mucho debido a los disparos que realicé.

 

Al respecto debo afirmar que no es sino hasta ahora que escribo acerca de la ocasión en la que estuve a punto de convertirme en asesino. A consecuencia de mi performance, mi cercanía con quienes participaron en el programa por parte de SeMeFo se estrechó. Tengo muy presente que, jocosos y una vez que la grabación terminó, Charly López y el Dr. Angulo tomaron del suelo, a modo de recuerdos, los casquillos de las balas que había yo disparado y no olvido que, entusiasmado, vacié el cargador del arma que llevaba y les obsequié a ellos dos las municiones que no había percutido, al tiempo que el resto de quienes intervinieron en esa etapa de la realización de El performance se recuperaban paulatinamente de su pasmo, como se advierte al final del programa que puede consultarse en: El performance – YouTube..[3]

 

 

[1] Al que también se le designa como grupo, aun cuando prefiero no utilizar este término debido a que, por sus connotaciones con relación a la existencia de los grupos artísticos que fueron protagónicos en la esfera cultural mexicana de los 70 del siglo pasado, pudiera generar confusión.

[2] Véase, al respecto, Mariana David (coord.) Semefo 1990-1999. De la morgue al museo. From the morgue to the museum. México, El Palacio Negro, Universidad Autónoma Metropolitana, 2011.

[3] Agradezco a Ricardo Ham el haberme compartido el dato del video.

 

 

 

 

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