Beatriz González: la muerte se reproduce, la paz también.
Posted on 10 julio, 2024 by coordinv
Emilia Amezcua
Todo ser humano busca la inteligibilidad de la violencia que le rodea. Querer encontrar un porqué a la violencia es la reacción primaria ante hechos que nos atraviesan con tanta insensatez. El panorama violento necesariamente crea una explicación de la boca de quien lo vive. No podríamos aceptar con brazos cruzados que eso fue todo, que toda la crueldad fue en vano. Necesitamos, al menos, esa mítica razón que permita a uno dormir más tranquilo de noche. Necesitamos tener la certeza de algo, así como la certeza de que llegará otra vez la primavera, que habrán nuevas flores.
Cuando parece que la violencia deja de tener un porqué que la acompañe, Beatriz González no acepta la vileza de ese acto al apropiarse de la figura y el cuerpo como una herramienta comunicativa sensible. La artista recupera la consecuencia máxima de la violencia, que es la muerte, pero nunca la banaliza. González encontró una forma de tomar la violencia y voltearla contra sí misma.
¿Cómo retratar lo que muchos no se atreven a ver, eso que las cámaras parecen olvidar con conveniencia milagrosa? ¿Cómo retratar donde nadie sostiene la mirada? ¿Cómo acercarle a la gente lo trágico sin hablar el dialecto de la crueldad, sin banalizar lo horroroso? ¿Qué rostro tiene el duelo? ¿Cómo descansan los pies de alguien fallecido? ¿Cómo se pinta a una persona muerta sin degradarla ni vejarla? ¿Qué se le ofrece a quien solamente le queda el duelo y una muerte que se repite? Estas son algunas de las preguntas con las que Beatriz González dialoga en su obra.
González expuso Guerra y paz: una poética del gesto en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Las obras exhibidas de la artista colombiana muestran cómo utiliza a la figura y a los gestos como vehículos para establecer puentes de comunicación emocionales con el espectador. González se apropia de imágenes populares y del fotoperiodismo, no para reproducir el espectáculo y el arte-mercancía, sino para generar una “pintura de provincias”, lo que otros han llamado un arte pop del Sur. Las obras de González recogen la violencia y la vida pública de Colombia con una metodología inusual para su campo: pocas veces se ha utilizado al arte pop como una herramienta comunicativa para acercarse a la empatía y a la desolación que viene después de la violencia.
En la primera sala de su exposición se encontraban recreaciones de políticos y celebridades famosas, recuerdan al estilo de reproducción de íconos de Andy Warhol. Es en la segunda sala, a diferencia de la primera, dónde la exhibición comienza a tomar a la empatía como su guía. En la segunda sala se mira de frente al duelo, recreado en todas sus posibilidades. Finalmente una recreación es solamente la decisión sobre a qué le prestamos atención, y en ese sentido, recrear es una tarea política. El duelo, aunque no es cualquier otra cosa, puede y debe de recrearse como cualquier otra cosa. Beatriz retrata a la muerte, pero más importante, retrata lo que queda después de ella. Recorre el camino del desahogo con un respeto admirable.
La artista retrata muchas formas de enterrar un cuerpo, pero lo importante en su obra no es el entierro del cuerpo en sí sino el vacío de energía que queda detrás del rito. En su obra se observa la misticidad del momento cuando los familiares rescatan un vaho de energía para rendirle un último ritual a su ser querido. Las imágenes bien podrían ser de un momento histórico, pero también podrían ser de cualquier día en Latinoamérica. La cotidianidad de las pinturas crece insoportable en la memoria a medida que la exposición llega a su fin. Los personajes que viven en la obra de González lloran, ríen, gritan, comen, se abrazan, o descansan en el cese de la vida, en un parque, en un río, en una tumba, en un terreno baldío.
El último cuarto de la exposición es memorable. “Auras anónimas” es un espacio conmemorativo y de inmersión. El cuarto repite en sus cuatro paredes las siluetas de hombres cargando un cuerpo. “Los cargueros” y “los excavadores” son herramientas comunicativas de las cuales González se ha apropiado en su obra, con ellas la artista ha generado íconos de la situación de violencia en su país. Después de la firma del Acuerdo de Paz en Colombia, la autora constata que su país se debate entre la guerra y la paz. Seguir pintando con la violencia en las manos es una forma de compensar a quienes aún nos conmueve la vida y la violencia. La repetición sostenida de los cargueros se presenta en este espacio como un rezo para que se dejen de repetir estas mismas imágenes.
La obra de González abre el diálogo respecto a la tarea titánica que es vivir el duelo. El duelo lo abarca todo. El duelo es una experiencia en repetición y la muerte se reproduce en el cuerpo de quien lamenta. La muerte tiene ecos que decantan en el gesto, en el grito, en el cuerpo doblegado. La muerte se multiplica fuera del cuerpo de la víctima y el olor se impregna en quienes la lamentan. Habríamos de esperar que la obra de González dejara de replicarse, es decir, que el arte pudiera recuperar otras discusiones, que no tuviéramos que estar hablando de violencia. Sin embargo, es quizá este encuentro con el duelo el que necesitamos recuperar como comunidad. Si la violencia ya es una constante sostenida y sistemática, entonces es una responsabilidad nuestra abrir espacios donde podamos hablar sobre el duelo. Quizá poniendo el duelo en la discusión pública podamos vislumbrar que la paz, en su fragilidad esencial, también se reproduce.
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