Entrevista a la maestra Mahia Biblos sobre Juan Acha y su tiempo – Parte 1
Posted on 23 septiembre, 2019 by cenidiap
Patricia Brambila y Christopher Vargas
20 de marzo de 2019, Ciudad de México
La maestra Mahia Biblos, artista visual de formación, profesora universitaria y gestora del archivo Juan Acha, tiene una larga trayectoria en el mundo del arte. En su página web(1) se pueden contar más de 80 exposiciones donde mostró parte de su obra, en especial aquella donde experimenta con textiles y diversos materiales para abordar temáticas como la violencia, la muerte y la identidad latinoamericana.
Fue la compañera de vida del distinguido crítico de arte Juan Acha, a quien asistió de manera profesional y emocional para que sus escritos fueran concluidos. Así lo reconoce el maestro Acha en los agradecimientos y dedicatorias de sus libros, tales como El consumo artístico y sus efectos, Las culturas estéticas de América Latina, e Introducción a la creatividad artística. En este último, cierra los agradecimientos con las siguientes palabras: “De manera muy particular, nuestra gratitud para Mahia Biblos, nuestra compañera, por habernos animado a no desmayar en nuestra investigación y darnos el vital apoyo de su amor”.(2)
Largos años vivieron juntos Biblos y Acha. Sus gustos, hábitos, intereses, alegrías, dificultades, trabajos y esfuerzos habitaron bajo el mismo techo e interactuaron constantemente. Por esto, consideramos relevante la mirada de Mahia Biblos sobre el maestro Acha, para comprenderlo no solamente como el especialista y gran teórico del arte latinoamericano que fue, sino también para observarlo desde una perspectiva más humana que permita dibujar mejor su perfil biográfico.
¿Cómo conoció a Juan Acha y en qué año?
Yo vivía en Brasil gracias a que obtuve una beca de artes plásticas y ahí conocí a importantes artistas brasileños. A Juan lo conocí en el Perú, yo estaba invitada por unos amigos y me encantó el país por su gente y su cultura. Me quedé ahí porque había posibilidad de trabajar en las universidades y de realizar mi obra personal. Como estaba interesada y embelesada con el arte prehispánico, me fascinó el Perú. Tuve la oportunidad de encontrar trabajo como profesora en distintas universidades y después ingresé como directora del Instituto de Arte Contemporáneo, el IAC, uno de los mejores institutos que había y sigue siendo, en cuanto a los estudios de arte contemporáneo. Fue ahí donde lo conocí, gracias a algunos amigos artistas quienes me invitaban a las tertulias que organizaba Juan Acha los lunes en su casa. Respecto al año, creo que fue como en el 62, no estoy segura.
¿Usted recibió clases de arte del maestro Acha en Perú?
No, nada que ver, él publicaba en el diario El Comercio y yo estaba en ese momento como visitante en Perú. Después me quedé como residente.
¿Cómo era la personalidad de Juan Acha?
Él era una persona introvertida, muy estudioso, químico de profesión, experto en alimentos. Estudió en Alemania y tuvo que interrumpir su doctorado por la guerra. En este país desarrolló la disciplina, una muy estricta, la cual incorporó en su escritura. El amor más fuerte que tenía era el teatro, pero él se dio cuenta que con eso no iba a llegar a ninguna parte, ni hacer una vida en el futuro. Entonces decidió estudiar química. Asistía a los cursos del crítico de teatro Arthur Kutscher y más tarde, se casó con su hija. Después empezó a ir a museos, galerías y eventos culturales relacionados con las artes visuales.
Era un autodidacta, no estudió arte en la universidad, sino que con su disciplina y su formación se dedicó al estudio de las artes. Viajaba mucho a París y a diversos eventos culturales en Europa. Cuando terminó la guerra hubo un convenio de repatriación entre los países latinoamericanos y Alemania, y Juan Acha se acogió a él.
En el Perú y en Colombia trabajó como gerente en la industria minera. También le encantaba diseñar fábricas, tenía esas vocaciones. Después fue gerente de la Standard Brands. Sus trabajos le permitieron viajar constantemente a los Estados Unidos y a las bienales de Europa. En sus inicios como escritor, en la revista Cultura Peruana firmaba sus textos con el seudónimo de Nahuaca, luego entró a trabajar como crítico en El Comercio, el cual era el diario más importante del Perú.
¿En Perú combinaba el trabajo de químico con la crítica de arte?
Hacía las dos cosas. Trabajaba como gerente de la Standard Brands, que es la Royal Baking Powder, y como él decía: “cuando uno llega a esas posiciones jerárquicas no hay nada que hacer en las tardes sino aburrirse, emborracharse o ir con mujeres”. Entonces prefirió dedicarse a escribir y aprendió a hacerlo solo, se encerró cinco años para aprender el arte de escribir y todo lo que producía lo tiraba al canasto. Hay que tener una disciplina muy grande para lograr lo que se propuso de manera autodidacta.
Es fácil impresionarse con la cantidad de libros y artículos que escribió el maestro, por eso nos preguntamos: ¿cómo hacía para producir tanto y combinar esa actividad con sus otras responsabilidades?
Juan escribía todos los días. Él iba y cumplía con el Museo de Arte Moderno y con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero se había impuesto la disciplina de escribir y terminar una hoja diaria. Y si ese día no había quedado satisfecho con su trabajo, lo rehacía. Y si no había podido cumplir con su meta diaria, buscaba la manera de recuperar el tiempo perdido. Es decir, si en un día pudo trabajar cuatro horas y escribir media página, al día siguiente él tenía que hacer una página y media, por la media página que le faltaba del día anterior. Era una disciplina impresionante.
¿Puede describirnos a Juan Acha en acción? Lo imaginamos en casa, en su biblioteca, trabajando con cientos de libros a su alrededor.
Yo tenía mi estudio en la Casa de las Brujas, que está en la Plaza Río de Janeiro, de la Ciudad de México. Ahí estaba nuestra biblioteca, en donde Juan seleccionaba los libros que requería y los llevaba a la casa para consultarlos. En la biblioteca de la casa tenía los libros nuevos que compraba y le enviaban de varios países. Cuando escribía solamente lo hacía en la casa.
En su acervo pudimos ver varias cajas con documentos engargolados, rápidamente notamos que los textos tenían muchas notas como no las hemos visto en otros acervos del Cenidiap, nos preguntamos: ¿corregía sus publicaciones?
Estás en lo cierto, corregía constantemente sus escritos, incluso ya el libro impreso lo volvía corregir. Y a veces ni él entendía lo que escribía por lo cerrada de su escritura. Hacía muchas copias en papel cebolla con la ayuda del papel carbón. En el archivo, en el walking closet, tenemos copias de sus textos con correcciones. También los libros publicados tienen correcciones porque consideraba que algo estaba mal o ya había modificado su idea, por lo tanto, las nuevas ediciones debían salir con las anotaciones que había realizado.
¿Era una persona que estaba inconforme con las conclusiones que hacía? ¿Por qué corregía tanto sus obras?
No, las corregía porque era muy estricto con el sentido de las palabras y de los conceptos, además él fue acostumbrándose cada vez más a pensar y escribir en castellano porque se debe tener presente que pasó muchos años en Alemania y este idioma es complejo. Sin embargo, cuando él intercambiaba escritos en alemán con otras gentes, creía que se había olvidado, entonces se comunicaba por teléfono con nuestra amiga la artista Mary Alcaide, le leía en alemán para que ella le corrigiera, y ella me contó que tenía que corregirle mínimas cosas, porque lo escribía muy bien. A veces, cuando hablaba, yo me mataba de la risa porque conozco algo de alemán y él confundía los idiomas de manera inconsciente. Por ejemplo, en Nueva York uno dice en inglés “one”, entonces estaba hablando en inglés y de pronto, en vez de decir “one”, decía “eins” que es “uno” en alemán. ¡Pero por dios! ¡No se daba cuenta!, después se lo decíamos y respondía: “¿En serio hice eso?”.
¿En qué ocupaba el tiempo libre Juan Acha?
En soportarme (risas). Leía mucho.
¿Sabía bailar?
Sí, bailaba muy bien. Cuando era gerente de la Standard Brands él con sus operarios tenían una relación muy especial. Recuerdo que ellos crearon un conjunto de música folklórica y le pidieron apoyo, que con gusto les brindó. Una vez fui a ver eso, era muy feliz y bailaba muy bien la música del norte de su país natal.
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