ESPECULARES – undécima serie
Posted on 28 julio, 2016 by cenidiap
Crítica ficción
Alfredo Gurza
Imágenes del invaluable acervo que resguarda el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) en diálogo con fabulaciones e invenciones, ejercicios de imaginación a manos libres, a manera de espejos en recíproco reflejo, que así revelan afinidades y contrastes inesperados, entrelazamientos bajo las superficies, sugerentes resonancias. Una propuesta de recirculación de este patrimonio para contribuir a la generación de nuevos públicos y al fortalecimiento del Cenidiap como referente para la comunidad nacional e internacional de investigadores, documentalistas y creadores.
“¿Y no es siempre un error pensar, querido,
En términos de relación intencional?
¿No es de un tedio mortal?
¿De una vaguedad tan vulgar que ya ni siquiera divierte?
Me miras
E imaginas
El tañer de una campana a la distancia.
¿O la oyes de verdad?
Hablas para tus adentros.
¿Qué significa? ¿Cómo puedes?
¿Es como decirte quedo
Algo indescifrable
En la lengua de un hablante singular?
¿Cursi o analítico?
Tú decides.
Ya es tarde, ¿verdad?
Un poco de todo, como siempre.
Y la bruma y el oleaje
Y el fugaz claro de luna;
Y los tules y los rizos
Sobrepuestos a los huesos entrevistos;
Y los ojos abismales
Y la mueca socarrona
De Bellísima Inmisericorde
Con que arropas mi objetividad inexistente,
Se atumultuan en tu pánico arrebato.
Y entonces caes, caes, caes,
Dando tumbos
Por el desasidero del deseo
De un eros de la mente”.
Barbora Damaru, Cipreses IX, Zuiverboeken, Eindhoven, 1912.
“[…] 13. Hasta hoy hemos vivido bajo el yugo de la palabra que niega la dignidad de lo posible, abrumados por la monodia de lo real aberrante. Este avasallamiento de la imaginación reduce las artes a la cabriola, la fatuidad y la trágica irrisión. ¡Nunca más! […]
- Damos cauce a la voz soterrada de los siglos y ocupamos nuestro sitio en las filas de los productores unidos del mundo entero. Liberados por nuestro propio puño, hagamos juntos sin cesar la contribución de nuestra singularidad irreductible e irremplazable al fondo común de la plena humanidad […]
- Declaramos imperiosos que hay lo que no existe, que es lo que no es, aunque manden que no sea ni se conciba. Nuestros sueños germinan a hurtadillas bajo las baldosas, en las alcantarillas, tras los muros y las rejas, y en las anónimas fosas adonde los sicarios nos arrojan. Absisten pese a todo, contra todo, multiplicando la inaudita belleza de lo imposible imprescindible en el ubérrrimo Soconusco de nuestra imaginación.
¡Adelante, compañeros! ¡Llevemos la jungla a toda esta tierra depredada! ¡La utopía es de quien la trabaja!”
Manifiesto Imposibilista, Tapachula, México, 1929.
“Zaladof la miró complacido. Nimbado el rostro por la mascada, Rumeysa se veía aun más adorable. A pesar de estar atendiendo a uno de los habituales, la chica sabía que Madame Despina la asaeteaba constantemente con esa mirada recelosa que parecía por demás inevitable, proviniendo como lo hacía de un rostro tan ingrato y hosco. Le incomodaba sentirse bajo sospecha, pero sus compañeras le decían que si la patrona estaba siempre tan pendiente no era porque desconfiara de sus niñas —como las llamaba—, sino de los clientes. Algún día, le aseguraban, comprobaría el celo maternal de la imponente macedonia. Tomó el sobre y frunció el ceño en su torpe intento de obsequiarle un guiño, que por lo mismo cautivó a su acompañante. ‘Mil gracias de nuevo, Ruger. En verdad no sé qué decir. No tenías por qué hacerlo…’. El ruso la interrumpió con un ademán y se inclinó sobre la mesa para darle un beso en la mejilla. Por encima del hombro de Rumeysa, Zaladof vio la silueta del inspector Paphos recortarse ominosa bajo la luz amarillenta del vestíbulo. ‘No olvides ponerte la mascada y las gafas de sol mañana cuando llegues. Quiero imaginarte descendiendo por la escalerilla del avión como la Lollobrigida. Vas a causar furor’. Sonreírle y cruzar el salón con un movimiento felino fue todo uno. A punto de descolgarse por el balcón del guardarropa oyó a sus espaldas la voz gutural que recordaba de otras escapadas milagrosas: ‘Vamos, Madame. Mis hombres lo siguieron hasta aquí. Es imposible que haya salido, están apostados frente a la puerta de la calle. Dígame dónde se oculta. Usted sabe muy bien que detesto perder el tiempo. No ponga a prueba mi paciencia’. Madame Despina sonrió. Vaya que sabía que con el inspector todo tenía que ser rápido. Tan rápido que casi podía decirse que no llegaba a ser siquiera desagradable. ‘Inspector, le aseguro que no tengo idea de dónde se habrá metido Zaladof. Quizá fue al baño, lleva un par de horas bebiendo sin parar como acostumbra. ¿Por qué no se toma una copa? Podría tardar’. Paphos la hizo a un lado, irritado. Desde la barra, el magistrado Kaimakli lo miró con una expresión entre divertida y extrañada y volvió enseguida a su animada charla con tres senadores regordetes. El inspector se sentó en un taburete y aceptó malhumorado el vino que le ofrecía la Madame. Imposible catear el sitio con semejantes parroquianos; habría que esperar. Reparó con disgusto en las manos gruesas de la anfitriona, los dedos ensortijados, las uñas pintadas de un alarmante carmesí. La mujer parecía empeñada en obstruirle la vista, como si disfrutara de su contrariedad. Las chicas seguían la escena sin poder contener la risa. En tanto, habiendo pasado de balcón a balcón como en trapecio, por encima de los agentes que aguardaban tres pisos abajo en la calle angosta para aprehenderlo, Zaladof fumaba a oscuras en la habitación del Museo Leventis que se alzaba frente a la casa de Madame Despina. A la espera de una ocasión propicia para llegarse hasta el río, se divertía pensando en la cara de Kavrakos cuando extendiera sobre la mesa grande de su estudio en la Ciudad de México el prodigioso guadamecil copto, de cuero policromo transfigurado casi en seda por artes ya perdidas, que hasta esa mañana adornara la sala principal del museo y ahora más apropiadamente realzaba la belleza de la inigualable Rumeysa”.
Rolando Capuani, Las damiselas de Alkinoos. Un misterio de Zaladof, Stampa Gialla, Milán, 1997.
“¿Cúyo es aquel aire que hoy envuelve
De tristeza
Este pueblo tan apesadumbrado
De por sí y tan de contino,
Donde se asientan los pesares y la rabia
En prolijos memoriales sin cuento?
¿Cúya la endecha
Que llueve a cántaros sonoros
Sobre nuestras almas
Desguarnecidas de improviso
Con crueldad?
Te hendió la vida artera, compañero.
No eres más, hermano, y simplemente no se cree.
Que nada suene
Sino la orfandad de cuerdas, maderas y metales.
*****
La rapiña imbécil, irremisible;
La vergüenza que abruma y entumece
Las potencias de crear y compartir;
La soledad que arrincona,
Que amputa y alucina;
La vida que se angosta sin remedio
Junto con el afán de hacerla sana y buena.
‘La botella, la locura,
El genio incomprendido…’
Otras tantas razones,
Otras tantas sandeces,
Por si faltaran,
Para decir tu tiempo de otro modo,
Para cantarte a ti
Y no al fantoche
Que te remeda ya
En los salones funerarios
De los sin casta,
Que bailan contrahechos
Al son del berrido destemplado”.
Prbro. Arnulfo Peñafiel, Lachrymae, Juanacatlán, 10 de octubre de 1940.
“A mayor abundamiento, el pintoresquismo —como recurso o incluso más allá, como estilo general o manera—- tiene por lo menos dos virtudes inapreciables, una de ellas didáctica y la otra política. Su virtud didáctica es la de confundir invariablemente a la crítica obtusa, la dominante, que literalmente no ve cómo avenirse con aquello que antecede, desborda o francamente se desentiende de las estéticas a la moda, es decir, mercadológicamente correctas. Así que tiene un valor casi teológico, en el sentido de señalar la escotosis de la reflexión sobre las artes y apuntar hacia una dimensión esencial, desatendida por inercia, ignorancia o mala fe. La virtud política, y hablamos por supuesto del pintoresquismo de gran factura intelectual, consiste en subvertir un estado de cosas ideológico por la vía de tensar las contradicciones del proceso de significación, aumentando deliberadamente las cargas de los polos. En este sentido, ese pintoresquismo pensante —llamémoslo así— constituye una provocación y un desafío”.
Josif Stankovic, entrevista transmitida por la NWDR-Fernsehen, Munich, 24 de abril de 1955.
“Ciertas sustancias,
Y algunos organismos,
Tienen la virtud,
Una virtud como de feria,
De manifestar las secuelas
(Oigan esto)
De una experiencia o un estímulo
Vivido por sus antepasados.
(¿Quiénes son los ancestros de una sustancia?)
Es decir,
A esto voy,
Que resienten y aprenden
Por interpósita persona,
Molécula o rizoma,
Pero en su propio cuerpo
(¿Cuál es propiamente el cuerpo de una sustancia?),
De los traumas que torcieron a quienes vinieron antes,
Los zarandeos,
O, mejor, los accidentes
Que los dotaron de súper poderes.
Yo sólo he conocido
A una de esas estirpes mnémicas,
Con su asombrosa herencia bioquímica.
(No cuento aquí al azogue aquel
Que reculaba de mi mano
Por ser pariente del mercurio
De un termómetro que decía que yo
Y que no sé qué).
Eran los Berthou,
Bretones de pura cepa,
Que fueron dejando el cuerpo
Por partes sucesivas
Al arbitrio de las aguas y los peces.
Para asombro de la gente,
Lo que perdía el padre
Se inutilizaba para el hijo
(Siempre en la línea de los testes,
No se sabe bien a bien por qué;
Las hijas eran todas aptas y anodinas),
Al tiempo que la dote sobrehumana
Que aquél adquiría
Como por encanto y a manera de intercambio,
Se acumulaba en el vástago
Para abultar las prodigiosas artes del linaje.
De modo que el pequeño Bertrand,
El fruto de la décima generación
Y mi condiscípulo hasta que perdió la vista
Tan repentinamente como manifestó
Una retentiva ultramundana,
Desplegaba ya un inventario alucinante
De atrofias, inoperancias y mermas
De las extremidades y los órganos,
Junto con un surtido de sortilegio
De cuanta arte de adivinación,
Memoria,
Sabiduría productiva,
Sanación
Y figuración
Podría acumular la raza,
Ya no digamos un solo espécimen.
Cosa que lo hacía indispensable, sobra decir.
Era la sangre mágica de la comuna.
La vida de los Berthou era dichosa, pero breve.
Aunque puede que fueran uno solo,
Una cadena alargada
De desoxirribonucleótidos
Sobrecargada,
Para potenciar las facultades
De nosotros, los pobres ordinarios”.
Jean-Berthold Le Houërff, “Amigos y mnémicos”, del álbum Soy bretón, ¿te incomoda?, Les Disques du Lutin, París, 1977.
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