ESPECULARES – vigésima serie
Posted on 10 mayo, 2017 by cenidiap
Crítica ficción
Alfredo Gurza
Imágenes del invaluable acervo que resguarda el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) en diálogo con fabulaciones e invenciones, ejercicios de imaginación a manos libres, a manera de espejos en recíproco reflejo, que así revelan afinidades y contrastes inesperados, entrelazamientos bajo las superficies, sugerentes resonancias. Una propuesta de recirculación de este patrimonio para contribuir a la generación de nuevos públicos y al fortalecimiento del Cenidiap como referente para la comunidad nacional e internacional de investigadores, documentalistas y creadores.
“[…] θεία φόβο, el divino espanto que tan íntimamente conoció el viejo Platón, el de las anchas espaldas que crujían atenazadas por la garra helada de la belleza pura y feroz. En vano se debatía por arrojarla lejos de sí, tal Laocoonte a las puertas de Troya. En vano procuró desterrarla de la ciudad ideal junto con todos aquellos a quienes las Musas seducen hasta el delirio. Yo las veo en todas partes, a todas horas, a ellas, mis cofrades torturadas por el ansia avasallante de trasegar lo sublime desde el fondo de la nada. Las oigo gritar, gemir y balbucir; las siento siempre en torno mío, siento su aliento y a veces me imagino entre sus brazos. ¿Y he de creer que nada es cierto, que está todo en mi cabeza, que mi fantasía —estropeada de inicio por un enlace a despropósito en la cadena de mi herencia de aminoácidos proteicos— deforma sin remedio el espectáculo que despliega mi propia voluntad de producción? No he menester de placas ni de análisis para saber lo que me aqueja; no hay en su botica específico ninguno capaz de aliviarme de esta fiebre que habrá de consumirme adrede en este terrible afán de desatar la fuerza bruta de la dicha en el trazo de una línea”.
Casilda Pallares, Carta abierta para abonar a mi descrédito, Valparaíso, 1971.
“Es oprimir el botón del ascensor con impaciencia, a sabiendas que al mecanismo que lo activa ese gesto lo tiene perfectamente sin cuidado; que mientras no se cumpla el efecto determinado por la primera pulsación insistir no tiene caso. O como en las viejas películas que tanto nos gustaba ver (o al menos eso creía yo entonces, en las largas noches en tu casa), cuando se corta una llamada y la protagonista, en su desesperación, oprime repetidas veces el interruptor del aparato como si con eso pudiese restablecer la comunicación: “¿Hola? ¿Hola? ¡Hola!”. Es multiplicar uno por uno infinitas veces, porfiando en que por acumulación el resultado no sea el mismo uno aborrecido. Son estas píldoras que me recetan, que tomo a puñados por creer contra toda evidencia que así habrán de producir algo que rebase las virtudes que contienen. Es la maldita idempotencia de estas cosas, circunscritas a la estrechez de sus circuitos y sus reglas; algoritmos testarudos, indiferentes a mis males y a mis ruegos. Eres tú, tú, tú, y yo, claro, yo que me emperro por idiota en que de lo mismo salga lo otro. Cruel y más que cruel idempotencia, que no se acomide aunque sea tan obvio que yo sola no puedo sobrellevar tu ausencia”.
Athalia, “Tú, la idempotente”, en Este rock no es en tu idioma: letras reunidas, Ciudad de México, 2012.
“[…] Ya eres cosa muerta, y el recuerdo del aria canturreada mientras te afanabas por la casa llega hasta mí desde muy lejos, desleído, como pentimento apenas asomado bajo gruesas capas de materia que me estorba. Me horroriza la conciencia de este disgregarse de tu cuerpo y tu memoria, saberlo irreversible, saberme desprotegido. No ha lugar alegato alguno de excepción dilatoria. Se ha dado curso a la sentencia y el olvido ya se ocupa de emborronar el testimonio, falsear los dichos invaluables, aguar el colorido y reducir a murmullo la sonoridad de tu persona. Todo lo revuelve y lo confunde, y no hay más sino aferrarse a lo que de cierto vaya quedando en la impostura. Habré de ser frugal con los recuerdos: cada evocación es un deslustre que no me puedo permitir. Tu muerte me acaece a la improvista. No estoy de ánimo para asimilar las nubes y las chisteras, la dentadura del caimán y la pianola, la ternura infinita de tus ojos y los cables submarinos; pero no perdono a las farolas que se encienden esta noche como si ignorasen que ya no asistirás al festín de los futuros”.
Lourdes Leal, Mezquinar la memoria, Iguala, 1958.
“20 de agosto de 1949. No sé si siempre he detestado mi cumpleaños, pero casi juraría que sí. Todo me irrita: las felicitaciones, los regalos, las llamadas y telegramas de personas que no he visto en mucho tiempo (por razones muy concretas y que ellas deberían tener en cuenta antes de darme lata), la odiosa obligación de dar las gracias y corresponder a las invitaciones. Marina dice que es mera afectación mía. No la contradigo. Suele tener razón en casi todo acerca de mí. Sólo aclaro que he llegado a la conclusión orteguiana de que no soy sino yo y mis afectaciones. Sin ellas me esfumaría, dejando tan sólo un maloliente montoncito de carbones. ¿Qué necesidad de hacer tanto revuelo? ¿A qué viene tanta alharaca? ¿Todo porque en un día como hoy me echó mi madre al mundo? ¡Válgame Dios! Si tanto quieren agasajarme, pues que celebren el cumpleaños de mis grandes obras. Eso sí que estaría bueno. Reunirnos para conmemorar las fechas en que las di por terminadas sí que ameritaría los puros, los coñaques y las corbatas que invariablemente me regalan. Así hasta con gusto tomaría las llamadas y leería los mensajes, ya lo creo. No el cumpleaños de todas mis pinturas, se sobreentiende, porque de otro modo se me iría el año entero en pura pachanga; pero podríamos elegir un grupo muy selecto, las más dignas de una fiesta: el 7 de febrero, por el tríptico: ¿Qué es como ser un leopardo sordo?; el 6 de mayo, por el lienzo del Club de Especuladores: Prima facie diría que soy escéptico, pero tengo mis dudas; y el 14 de octubre, para echar la casa por la ventana, por el fresco en la facultad: ¿Puede la aleteiología ser sistemática y es que habría de serlo? Me encanta la idea. Se lo voy a insinuar a Marina, para irla echando a andar”.
Regino Rebollo, Diarios 1937-1956, Fundación de la Caja Mutualista, Perote, 1975.
“[…] A medida que se consuma el triunfo del trabajo muerto sobre el vivo a través de la automatización, el concepto de valor va perdiendo sentido y sólo resulta operativo al nivel del sistema global. Llevado al extremo según su propia dinámica, este proceso derivaría en un sistema post capitalista que podríamos definir como una formación social neo tributaria a escala mundial. La opacidad de los dispositivos de extracción de la plusvalía —de la explotación— propios del capitalismo sería remplazada (y lo es ya en gran medida alrededor del planeta) por la atroz transparencia de la desigualdad, que crece de manera exponencial y casi inconcebible, con la correspondiente primacía de la violencia como medio de gestión social y de los mitos y los ritos como justificación ideológica imprescindible. Para dar un ejemplo simple pero significativo, todo esto aparece tendencialmente —oscilando entre lo aberrante y lo grotesco— en las formaciones sociales periféricas desde el siglo pasado, en la peculiar parafernalia del ejercicio del poder como espectáculo del privilegio. Se trata de evidenciar la pertenencia al círculo mágico de los amos, a la minoría consentida por la fortuna, naturalizando la inequidad y la jerarquía como estilo de vida. Las ‘rentas de la dignidad’ y las ‘prebendas del oficio’ que tanto indignaban a niveladores y jacobinos en el tránsito del modo tributario feudal al capitalista vuelven por sus fueros ante la necesidad de enmascarar la explotación descarada, desprovista del pudoroso velo de las ‘leyes económicas’. No es sólo la corrupta complicidad en el saqueo, sino también todo este orden simbólico de lo trivial: los beneficios cotidianos de que gozan quienes mandan, las pequeñas y grandes prerrogativas, las gracias y exenciones que les dan realce y que confirman en acto la separación insalvable en el seno de la sociedad”.
Odette Koumba, “¿Otro mundo es posible? Sí, y es aterrador”, entrevista en Ressurgir, núm. 76, Dakar, octubre de 2007.
“A mi edad el tiempo corre más desigual y combinado, las distancias de los días interiores se abrevian encimándolos, en tanto que hacia afuera todo es una iteración difuminada, sin salientes ni macizos que sujeten mi atención. Pasma este repentino desapego y aquella mescolanza de recuerdos tan al vivo a pesar de provenir del más remoto manantial de la memoria: encabezan el tropel remembranzas de mi primera infancia, de cuando la experiencia se hacía carne sin mediación de lengua alguna. Ahora todo es pasado, pero un pasado mucho más vivo de lo que me parecía cuando era presente. Y el futuro es casi nada. La masa infinita del olvido se precipita hacia adelante y devora planes y ambiciones, proyectos del mañana. El porvenir es tierra arrasada y el ayer se transfigura de tal modo que contemplo absorta ese universo que me resulta casi ajeno. Ya soy árbol que crece hacia su entraña, sin fuerza ni deseo de echar más rama hacia mi entorno. Todos somos nómadas. Desde siempre andamos a las vueltas y revueltas por las vegas de la mente y tarde que temprano se llega la hora de pagar la alcabala del viento. En ese tránsito estoy, como aquellas ánimas que se explican así ante el Dante:
Però comprender puoi che tutta morta
Fia nostra conoscenza da quel punto
Che del futuro fia chiusa la porta. (Inferno X, 106-108)”.
Ilinca Rădulescu, Memoranda a destiempo, Editura Ursul, Bistrita, 1946.
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