Raquel Tibol
Posted on 18 noviembre, 2016 by cenidiap
Alberto Híjar Serrano
La introducción de la antología Raquel Tibol, la crítica y la militancia, editada por el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, narra la vida y milagros de la temida crítica desde sus inicios como escritora y periodista en su Argentina natal. En un Congreso Continental de la Cultura promovido por Pablo Neruda en Santiago de Chile en 1952, conoció a Diego Rivera y decidió aceptar la organización de la sección mexicana. Su escritura rápida, eficaz y clara le abrió el camino de incorporarse a proyectos por la liberación nacional y el socialismo.
La estancia en la famosa Casa Azul fue difícil por las necesidades de Frida Kahlo, a quien tuvo que asistir. Recuerda Raquel el sufrimiento compartido de inyectar analgésico sorteando la llaga y sus purulentos alrededores. Cambió de casa con Diego y, al fin, regresó a Argentina harta de la experiencia mexicana. El deseo de investigar archivo y acervos la condujo de vuelta. Elvira Concheiro y Víctor Hugo Pacheco narran los trabajos y los días de acercamientos al Partido Comunista Mexicano al que nunca se afilió, al periodismo cultural y político con su participación en coloquios, en especial el Congreso Nacional de Artes Plásticas de 1972 donde abofeteó a Siqueiros, quien había pedido su expulsión del país en la asamblea, a cambio de responder a la reiterada pregunta sobre el borrado del 17 en el libro aplastado por la bota de un granadero en el mural de la Asociación Nacional de Actores, nombrado por Neruda “pintura encarcelada” para referirse al muro ordenado por la agrupación dirigida por Rodolfo Echeverría, hermano del presidente criminal. No fue éste el único exabrupto para denunciar como parte de la “crítica militante”.
Distanciada de la investigación universitaria retrógrada y espiritualista, recibió y cumplió el encargo de Pedro Rojas, maestro de filosofía y miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas, para escribir el tomo sobre arte moderno y contemporáneo en la Historia general del arte mexicano (1969), donde probó una línea de investigación histórica rigurosa alternada con el periodismo cultural y la crónica política. Contó en su formación como historiadora su matrimonio en 1957 con Boris Rosen, constructor de una gran biblioteca marxista en yiddish y del Centro Jorge L. Tamayo, donde organizó los acervos y produjo obras tan importantes como la edición de los escritos de Francisco Zarco. En 1960, ambos se incorporaron a la revista Política con una sección documental que publicaba proclamas cubanas de actualidad. Tuvo que dejar la sección de artes plásticas que me heredó para iniciarme como crítico de arte quincenal. En 1968 tuvo que ocultarse para no sufrir encarcelamiento como el del director Manuel Marcué Pardiñas. Supo sortear la represión que alcanzó a la Organización Judía Progresista de México, cuando Enrique Semo recibió una golpiza por la denuncia colectiva de uno de tantos crímenes del Estado israelí.
Eran tiempos en que los problemas estéticos se dirimían públicamente gracias a los activistas que supieron alternar la crítica con la mejor literatura. La izquierda por la liberación nacional y el socialismo contó con presencias tan destacadas como las de Antonio Rodríguez, Luis Cardoza y Aragón singularmente mordaz, Joel Marrokin y Raquel con su esforzado y asombroso trabajo. Portugués el primer mencionado, guatemalteco el segundo, peruano el tercero y argentina nacionalizada mexicana la cuarta, arraigada en México desde los 29 años de edad; esto explica la dimensión americana e internacionalista que promovieron. Cuando ya retirada del trajín periodístico de investigación recibió el homenaje del Instituto de Investigaciones Estéticas, agradeció y advirtió como mérito principal el cumplimiento puntual de los trabajos encomendados. La crítica insobornable jamás recibió honores forzados, poseedora de vibrante verbo con el acento nuestromericano que cultivó con esmero. Vale el reconocimiento político porque su presencia fue indispensable en foros y congresos dentro y fuera de México, como el Congreso por la Paz en Budapest, en Vietnam con las mujeres y en las reuniones tricontinentales en Cuba.
Promovió la dimensión estética en publicaciones del Partido Comunista Mexicano como Historia y Sociedad y Oposición, de donde son los textos breves antologados en este libro. Ellos dan cuenta de los intereses en juego: la construcción de la historia “al margen de la academia”, como la llama en relación con figuras como Hermenegildo Bustos y José Guadalupe Posada. Gran aportación histórica es su recopilación de los escritos del comunista cubano Julio Antonio Mella en El Machete, algunos bajo la firma de Cuauhtémoc Zapata o Kim, siglas en ruso de la Juventud Comunista Internacional. Esta línea antológica es fundamental para la inclusión de los decires de los artistas en la historiografía. Lo hizo con Siqueiros, Rivera y Frida y cuando fue retada a estudiar a Tamayo, bastión contra la Escuela Mexicana de Pintura, probó su capacidad de historiadora rigurosa irreductible a las consignas políticas. Afirma Raquel Tibol, para bien y para mal, la necesidad de apreciaciones distintas para apropiarse, por ejemplo, de la pintura a diferencia del arte no objetual. De aquí los libros donde explaya sus capacidades críticas sin las limitaciones del espacio periodístico. Gráficas y neográficas, es una muestra de la puesta al día de los enriquecimientos en marcha de las técnicas artesanales tradicionales del grabado.
A cambio de las citas académicas, solía incluir menciones clarificadoras exactas: de Kautsky sobre el deseo y la imagen; de Camilo Torres, el cura guerrillero colombiano y Hélder Cámara, el teólogo de la liberación brasileño; de Worringer objetado por Lukács. Con la misma amplia visión, homenajea al jesuita Felipe Pardiñas, impulsor de la historia del arte en la Universidad Iberoamericana y a la postre fuera de la orden para brillar en la sociología. La dialéctica crítica la aplicó a la idea de Siqueiros de asociar a Cristo con la paz mundial para justificar el donativo de una pintura el Vaticano.
Sus crónicas reúnen las narraciones de vida y obra para dar a entender la praxis estética. Tal hizo, en especial, con las mujeres: Fanny Rabel, su prima, la más grande pintora que haya dado México; la trágica Celia Calderón, de quien da a conocer amoríos infortunados causantes de su suicidio en su salón en la Escuela Nacional de Artes Plásticas; Olga Costa, la gozosa pintora compañera de José Chávez Morado con quien compartió el buen humor; María Izquierdo, a quien los Tres Grandes impidieron realizar un mural en el Ayuntamiento del Distrito Federal; Angelina Beloff, la abandonada por Diego que “se dio a respetar como artista y maestra”; Myrna Báez, la puertorriqueña notable; Antonia Eiriz, la cubana más allá del realismo. La dimensión internacionalista concretó su línea crítica. De aquí sus discusiones con Siqueiros, su exaltación de Renato Guttuso, su acompañamiento en la gira europea de la Academia de la Danza Mexicana para plantear líneas de demarcación cultural y abrir la praxis estética a campos artísticos diversos. En el cincuentenario de Picasso, precisó su repudio a la pura búsqueda a cambio de la certeza de los encuentros y descubrimientos. De los jóvenes se ocupó regañándolos cuando fue necesario o solidarizándose con su humanismo, como en el caso de Francisco Icaza y Arnold Belkin del Grupo Nueva Presencia.
La línea política no la imponía voluntariosa sino resultante de lo investigado como la aplicación de Lenin en El Machete como “agitador colectivo, propagandista y organizador”. De aquí la inserción poética de la chispa, Iskra para los comunistas soviéticos, de donde brota la llama. Sus entrevistas son modelo de intercambios puntuales y respetuosos, como las del principio de su carrera en México que le hizo a Luis Buñuel y Frida Kahlo. Fue brillante expositora y colaboradora constante del Curso Vivo de Arte de la UNAM. Dejó sus archivos al Museo Soumaya de los Slim. En la inauguración del nuevo museo fue clarificada su posición al hablar de Rosa de Luxemburgo.
21 octubre 2016
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