Un mismo amor
Posted on 16 enero, 2017 by cenidiap
Alberto Híjar Serrano
Sin conocerlo, ni citarlo, el Manifiesto Antropófago (São Paulo, 1928) da sentido estético a la obra de Gerardo Cantú exhibida en el Museo Mural Diego Rivera con el título Un mismo amor. Vivencias y videncias. Entre las frases desparramadas con pertinencia acompañando a los cuadros, hay una destacada en rojo en el tríptico que sustituye al catálogo: “con Cantú llegamos a los desfiguros del amor, pero amor todavía y quizá más sincero y más alto que el que los románticos exaltaron en su momento”, dice Ida Rodríguez. Dibujos, bocetos, grabados en metal, litografías y pinturas, dan cuenta de todo lo que ha alimentado sesenta años de trabajo y construcción de relaciones sociales para apropiarse y enriquecer la propia persona. En efecto, se le recuerda imitando a sus maestros, gesticulando y hablando como ellos, diciendo sus propuestas, citando a unos con respecto a otros. Esta apropiación festiva acompaña el desarrollo de los recursos técnicos necesarios para dar lugar a las obras donde desaparecen las identidades de los citados a cambio de una complejidad culminada como síntesis dialéctica. Ni más ni menos del planteamiento de los antropófagos al recomendar tragarlo todo para prescindir de los sobrantes y los desperdicios. Pongamos por caso la afirmación inédita de Orozco de que Diego Rivera es un pintor de nalgas. Gerardo Cantú expone cuatro pequeños dibujos de homenaje literal como abstracción de un comentario irrelevante en las obras mayores, salvo como realización de apuntes en los caminos de la vida para seguir una recomendación de Rivera: archivar con cuidado los resultados de esta praxis estética como cuidado de sí mismo.
Predominan las obras festivas y ricas en recursos pictóricos y gráficos hasta el punto de prescindir de la expresión de los rostros con miradas fijas frontales y facciones ni feas ni bellas salvo en los retratos con texturas y colores, manos elocuentes en algunos como referencia al modelo significado por algún objeto a la manera de los pintores renacentistas. Por ejemplo, el retrato de Roxana es bello y tranquilo al hacer de los brazos un trazo culminado en las manos descritas como remate del descanso, de la paz. Los autorretratos están realizados según la edad, con la materia necesaria para el modelado y el señalamiento de la barba, el cabello, la mirada sin más referencias y el desvanecimiento de lo innecesario con el pincel seco, tal como precisa Arturo Cantú.
Otra cosa son las naturalezas muertas, donde la materia colorida construye el espacio en perfecta armonía con las frutas, las flores, los objetos. La sencillez pictórica sin alardes dibujísticos da a entender la visión plácida del acomodo de los frutos y los objetos. Afecto a las flores, las usa como significantes, por ejemplo de una pareja besándose con las manos entrelazadas y ella trepada como si viniera corriendo. La dureza de la punta seca queda sometida por la ternura.
Sin necesidad figurativa naturalista, Gerardo Cantú cumple con “buscar siempre Humanismo acorde con la hora actual”, precisa Raquel Tibol. Humanismo distinto a la épica de la Escuela Mexicana de Pintura, a sus héroes y mártires, a los campesinos y obreros, a los gobernantes y tiranos. Cercano al Partido Comunista Mexicano, influido por Rivera, O´Higgins y Méndez, Gerardo Cantú fue becario en Praga, supo del socialismo real, vivió la desestalinización y ha vivido hasta saber la repulsa al culto a la personalidad como voluntad postrera de Fidel. Todo esto construye un humanismo necesario sin destino manifiesto, sin finalidad metahistórica, sin sujeto salvador casi divino. A cambio, “el mismo amor” por la humanización construida por las vivencias y las videncias más allá de narraciones racionalistas, reivindica el instinto del placer anotado por Marines Mederos al decir: “el amor furioso y ansioso, imposible de ocultamiento en la sensatez y el oportunismo”.
Las técnicas variadas destacan en su feliz apropiación. Hay óleos y acrílicos, resinas, tintas y grabados en metal, dibujos al carbón y con pincel seco y una muestra tríptica de uno de los murales en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Buena hubiera sido la referencia a su mural sobre Fray Servando Teresa de Mier que cuadra con el sentido luminoso de la vida construida a pulso por el menudo fraile escapista de varias prisiones, ordenador de la República Federal y promotor del internacionalismo revolucionario con Francisco Javier Mina —combatiente contra las dictaduras y las monarquías— como su compañero de desembarco. Este exabrupto narrativo es necesario para apropiarse de las afinidades electivas de Gerardo Cantú.
Las composiciones construyen espacios complejos con perspectivas variadas, desde las propuestas por el Renacimiento hasta las vistas desde lo alto para precisar acontecimientos. Esta complejidad significa el disloque de los conjuntos con todo y alusiones extemporáneas como el Cerro de la Silla en la Última Cena o las pequeñas naturalezas muertas como guiño cultural.
El erotismo no es obvio. Los cuadros de gran formato dedicados a La Celestina, la muestran muy seria como guardiana al frente de la pareja vestida pero entrelazada o abrazada. Susana y los viejos ofrece a la joven calumniada con su cuerpo desnudo desparramado sobre una tela blanca, dormida, rodeada por ancianos fisgones. El mismo tono de erotismo implícito prevalece en Las tentaciones de san Antonio.
La ironía es un recurso valido en la pintura cuando no ilustra una narración literaria, tal como ocurre en El ojo de la aguja y Las señoritas de Monterrey sin particularidad en sus vestidos destacados sobre una franja a la altura de sus torsos como laberinto churrigueresco sustentante. Algo de Fanny Rabel en el Réquiem por una ciudad está compartido por Gerardo Cantú.
“Más alto y más sincero” califica Ida Rodríguez al amor de Gerardo Cantú llevado hasta un Réquiem por Cristo masacrado por lanzas y albardones, envuelto por la sombra pero alumbrado por luz de luna. La pintura como tal esplende. Cada cuadro, dibujo y grabado está lleno de gracia. La praxis estética transforma y da lugar al placer tierno y motivador a veces de una sonrisa satisfecha. Sesenta años fructíferos concretan una obra que bien merece el registro completo de un catálogo.
11 de enero de 2017
La exposición de Gerardo Cantú, Un mismo amor. Vivencias y videncias, está abierta al público desde el 16 de diciembre de 2016 en el Museo Mural Diego Rivera, Balderas y Colón s/n, en el extremo poniente de la Alameda Central de la Ciudad de México.
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