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Isabel Villaseñor y Frida Kahlo: dos rostros de la mexicanidad

Posted on 1 julio, 2024 by coordinv


Carmen Gómez del Campo Herrán / Leticia Torres
Cenidiap/INBAL

 

 
En las páginas de su diario fechadas en el 13 de marzo de 1953, Frida Kahlo dibujó sobre un fondo amarillo y carmesí el contorno en tinta negra de una mujer ataviada con una amplia falda, que mira sentada a una paloma que posa en su mano derecha. Su rostro oscuro y de lado representa el perfil de su querida amiga y confidente, la pintora y poeta Isabel Villaseñor quien ese día había fallecido. Se trata de una imagen sencilla y a la vez compleja, pero la carga afectiva la vuelve intensa. Al perfil de la mujer lo cercan cinco líneas rojas entrecruzadas que parecen lanzas a punto de atravesar el rostro. En letras rojas se lee “VENADA, muerte vida, colorado, pintora, poeta”. En páginas contiguas, Frida pinta un venado rojo sobre un horizonte verde con un sol carmesí, dónde lo acompañan unas palabras de lamento que evocan las cualidades de su amiga: “¡Te nos fuiste Chabela Villaseñor! Su voz, electricidad, talento enorme, su poesía, su luz y misterio.”

La tapatía Isabel Villaseñor Ruiz fue una mujer luminosa, discreta y misteriosa. Dotada con una grácil sensibilidad para las artes y la poesía, “Chabela” creció bajo el cobijo de las voces de sus abuelas. Mientras que una era poeta y le otorgó el don para nombrar, la otra era campesina y le transmitió su profundo amor y sabiduría por el canto popular. Su familia se instaló en la Ciudad de México, dónde inició tempranamente su intensa y brillante travesía en el mundo de las artes. Primero, escribió poemas de influencia decimonónica, algunos premiados en concursos de la época. Otras voces, que eran las notas y las letras de los corridos de su abuela, fluyeron en su memoria y trajeron consigo historias de amor y traición, de glorias y penas. Isabel las hizo suyas con su voz prodigiosa, su plástica escritura y más tarde en sus potentes figuras.

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Retrato de Isabel Villaseñor.

Retrato de Isabel Villaseñor

 

 

 

Retrato de Isabel Villaseñor con una acompañante

Retrato de Isabel Villaseñor con una acompañante

 

 

Retrato de Isabel Villaseñor

Retrato de Isabel Villaseñor

 

 

Su adolescencia transcurrió envuelta por la atmósfera efervescente de un país en reconstrucción, que tras un proceso revolucionario descubrió las raíces de una historia gloriosa aplastada por siglos bajo el peso del silencio y del olvido. Un movimiento social sin precedentes que encontró en el campo de las artes y la cultura a sus más destacados protagonistas. Artistas plásticos, escritores y pensadores, que se hicieron conscientes de ser herederos de una cultura milenaria, recorrieron el país en campañas de alfabetización y lectura. Centros de arte abrieron sus puertas a todo aquel interesado, mientras que los muros de los palacios y las escuelas se revestían con las hazañas de un pueblo. Isabel, que era sensible e inquieta, a sus catorce años alfabetizaba a niños y adultos de su barrio. Una lectora ávida, la joven Isabel consultaba los diarios y revistas culturales para enterarse de las últimas nuevas. Así supo de la apertura de un Centro Popular de Pintura en San Antonio Abad, cuyo programa promovía la enseñanza del dibujo, la xilografía, la pintura y la escenografía. Este programa estaba dirigido a trabajadores urbanos, tanto mujeres como hombres.

El director del Centro, Gabriel Fernández Ledesma, fue cofundador del Movimiento ¡30-30!, que en 1928 sacudió al círculo artístico y cultural bajo la consigna de hacer del arte un disfrute cotidiano al alcance de todos. La joven, tímida pero atrevida, llegó ahí con una pasión por las artes y un arsenal de cantos populares. Tenía veinte años cuando se reveló en ella una línea delicada y firme con la que fue trazando su fino y bello rostro. Con manos diestras, guiadas por los ecos de su memoria auditiva, talló las vetas de la madera para crear la imagen visual de aquellos personajes que sólo de voz conocía: Elena la traicionera, La Güera Rodríguez, comadres y lavanderas. A todas ellas, Isabel las convertía en presencias visibles y tangibles.

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Isabel Villaseñor, Elena la traicionera, grabado.

Isabel Villaseñor,
Elena la traicionera,
grabado.

 

 

Isabel Villaseñor, Lavanderas, grabado.

Isabel Villaseñor,
Lavanderas,
grabado.

 

 

En 1929, Isabel Villaseñor junto a Alfredo Zalce vistieron de pastores, borregos, campesinas y jornaleros los muros exteriores de una escuela rural en Ayotla, Estado de México. De esta manera,  con sencillez y una luminosa paleta, se convirtió en una de las primeras mujeres muralistas. Para 1930, con tan solo 21 años, realizó su primera exposición individual en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional de México. Bajo las firmas de Diego Rivera, Carlos Mérida y Gabriel Fernández Ledesma quedó reseñada la sutileza y la agudeza de su dibujo, así como la fuerza y la destreza de su trabajo con la gubia sobre la madera. Hoy, diríamos que Isabel logró capturar en sus grabados las voces inasibles de su memoria hasta hacer de ellas imágenes vivas en movimiento.

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Isabel Villaseñor, Mural en la Escuela Rural de Ayotla.

Isabel Villaseñor y Alfredo Zalce,
Mural en la Escuela Rural de Ayotla.

 

 

En ese tiempo tan intenso y en un mundo cultural tan pequeño, todos sus actores terminaban coincidiendo en algún sueño o proyecto. Chabela y Frida, apasionadas de la música popular, debieron encontrarse en alguno de ellos. Tan semejantes y tan diferentes, ellas fueron dos mujeres en quienes sus contemporáneos vieron la expresión viva de la mexicanidad. Afamados fotógrafos harían de sus rostros estampas de lo mexicano. Una, con su faz desafiante y presencia arrolladora, portaba su fascinante vestimenta originaria y original, colorida y ruidosa; era la Cuatlicue moderna, como la llamaría más tarde Carlos Fuentes. La otra era de delicado y bello rostro, de perfil tarasco o maya, de presencia suave y andar silencioso; Einsestein nombró como María a la protagonista de su película ¡Que Viva México!

 

 

 

 

Isabel Villaseñor como María en la película ¡Qué Viva México!

Isabel Villaseñor como María en la película ¡Qué Viva México! de Sergei Eisenstein.

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La vida, con sus azares y misterios, condujo a ambas a establecer una estrecha e íntima “complicidad” que no se limitaba a lo creativo, dónde el canto y el arte fueron puntos de comunión. En 1933, Isabel contrajo matrimonio con su maestro Gabriel Fernández Ledesma. Un año después, se preparaban para la llegada de su primer hijo, quien falleció en su vientre casi al llegar a término. Situación que fue un golpe de efectos devastadores que impactó el frágil temple de Isabel. Comenzó un retiro paulatino del mundo, se acentuó su silencio; una atmósfera fría, que sólo el canto la rompía, comenzó a aprisionarla. Sus grabados se transforman de la madera, materia cálida y viva, a la gélida fragilidad del vidrio. Isabel realizó, bajo el conjuro de la desdicha sufrida, dos imágenes de sublime belleza en los que su cuerpo desnudo y su rostro cubierto se fusionan con el cuerpo inerte del no nacido. En monotipos, retrató la figura de mujeres jugando con niños, aunque las dejaba carentes de rostro. Frida, que estaba casada con Rivera desde 1928, había sufrido tempranamente pérdidas irreparables de muy hondo calado, de las cuales su potente plástica y profuso color lograron crear una ominosa, descarnada y bella figuración.

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8 niño muerto9

Isabel Villaseñor,
Niño muerto,
grabado.

 

 

9 Monotipo

Isabel Villaseñor,
Monotipo.

 

Isabel Villaseñor, Monotipo.

Isabel Villaseñor,
Monotipo.

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Isabel y Frida, un par inigualable. Una fue de alma frágil y temple acechado, sostenida en un cuerpo fuerte, de movilidad graciosa y gentil. La otra fue de ánimo alegre y recio, aunque con un alma templada sujetada a un cuerpo intervenido. Al morir Isabel, Frida la llamó Venada, como si así la convocará a reunirse en torno al tótem de la fertilidad, la movilidad y la fuerza. En “complicidad”, se convirtieron en espejo una de la otra, se prestaron alma y cuerpo, y encontraron lo perdido y lo anhelado, lo deseado y lo no cumplido.  Venadas bellas fueron ambas; hoy así y aquí, las evocamos.  





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