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Pola Weiss y La puerta de cristal

Posted on 17 febrero, 2015

Alberto Roblest
 
 
Mi encuentro con Pola fue tan azaroso como mi estancia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM; ambas casualidades me marcaron para siempre. Sería el año de 1983, yo cursaba el cuarto semestre de la carrera, estábamos por terminar el ciclo escolar.
 
 
La vi, venía vestida con una falda larga de colores, llevaba anteojos oscuros y, lo que me pareció más simpático, unos zapatones rojos, altos. A leguas parecía perdida, buscaba el salón de clase que le habían asignado. Me habré encontrado a la entrada del edificio llenando mis pulmones con nicotina junto con otros valedores. Pola se acercó y nos preguntó dónde estaba el aula 17, alguien le indicó la dirección, dio las gracias y se fue. Terminé el cigarrillo, arrojé la colilla apagada a la basura. Me despedí del resto del personal. Subí al segundo piso y entré… no sólo al salón, sino a una amistad magnífica desde aquel primer día; inicialmente como su alumno. Habré colaborado con ella en por lo menos tres de sus obras, al de César Lizárraga, con quien más tarde formaría Video 2. Llegué a ser su profesor asistente: de pronto me vi dando clases, algo que nunca había pensado, aunque es a la fecha la actividad que lleva dinero a mi casa.
 
 
Me gustaría hacerle rewind un poquito a la cinta de lo que fue el fin de la era analógica. Para ser sinceros, yo nunca quise estar en la Facultad de Ciencias Políticas, sino en la de Filosofía y Letras, dado que soy poeta desde muy joven, y deseaba seguir los pasos de algunos de los grandes escritores mexicanos que han egresado de ese lugar. Pero en la vida, el destino y la suerte deciden todo. Recuerdo abrir la carta de la universidad, hecho un manojo de nervios, claro, y leer que había sido aceptado, pero no para lo que deseaba estudiar: cuando solicitas ingreso a la UNAM eliges tres opciones, y Ciencias Políticas había sido mi segunda. Mi madre, que en definitiva es sabia, dijo al verme todo achicopalado: “Lo importante es estar adentro, vete un año a Políticas y ya después pides una permuta…”.  Cosa que jamás hice; me fascinaron las ciencias de la comunicación, la lingüística, la producción y el diseño. Una vez que tuve una cámara de video en la mano, sentí que era posible escribir con aquel instrumento. Lógica simple: desgraciadamente en nuestro país la gente no lee, pero ve televisión a rabiar; entonces, hagamos literatura para la televisión, poesía para la caja idiota.
 
 
En eso andaba yo cuando conocí a Pola: inteligente, creativa, hipersensible y guapa. Para qué negar que muchos de sus estudiantes estábamos enamorados de ella, platónicamente, claro. Pasa todo el tiempo, es una reacción natural que viene aunada al proceso de aprender. Uno como profesor sabe cuando está conectado con determinado alumno, y cómo es que éste procesa el rollo del que le hablas. Este feedback genera buena vibra; un tipo de enamoramiento, pues. Pola exudaba buena vibra por todas partes, vitalidad. Para quienes no sepan, Pola Weiss es la pionera del videoarte en México.
 
 
En ocasiones nos íbamos al mercado de Coyoacán a buscar juguetes y al tianguis del Chopo a comprar espejos o cosas raras que reflejaran la imagen o la distorsionaran. “El videoarte es antes que nada, un producto lúdico” —nos decía. Recuérdese que todavía no existían los software de manipulación de imagen y de edición, así que todo era “manual”. Pola valoraba más un efecto creado con la imaginación que uno hecho con una editora. Le gustaba usar cosas enfrente de la cámara, como cristales cóncavos, espejos y lentes; objetos raros, simbólicos, que pudiera disolver sobre otra imagen usando Chroma Key.
 
 
Mi generación es la última de la era analógica. Para hacer un producto de buena calidad, no digamos en términos de formato —¾, Hi8, o VHS— se necesitaba de un estudio, bueno, dos: uno de audio y otro de video. Hasta donde recuerdo del segundo, sólo para dar una idea del proceso, había tres máquinas reproductoras de videocasetes y una videograbadora que contenía el master tape; también un oscilómetro de luz, un corrector de colores, una mezcladora de imágenes, cuatro monitores de video, una caja de efectos y cables por todas partes. Por lo regular, las cajas de efectos eran limitadísimas, y la posibilidad de manipulación de audio era bastante pobre, dado que sólo se contaba con dos canales. Respecto a las cámaras, traían un cable conectado a una máquina grabadora exterior que contenía un videotape, todo pesadísimo y para un mínimo de dos personas. Si por alguna razón hacía calor o estaba húmedo, se podía correr el riesgo de que la cinta se rayara, se oxidara el audio, o cualquier otra cosa… Pola me hizo dormir con una de esas cámaras para que se conectara conmigo en un punto de la noche, en el sueño.
 
 
Uno de sus lugares favoritos dentro del campus universitario era el Espacio Escultórico. Más de una vez, siendo ya su asistente, fuimos ahí para almorzar, entre clase y clase. Hacíamos broma comparando aquel sitio con Stonehenge. Fue ahí donde tuvo la idea de hacer retratos experimentales a creadores mexicanos. Así fue como nació una serie de videos que ella denominó La puerta de cristal. Para esa serie, que por alguna razón no prosperó, Lizárraga y un servidor hicimos cámara. Trabajar con Pola fue bastante instructivo y definitivamente influencial. Aprendí de ella el profesionalismo, la responsabilidad y el gusto por la experimentación. Cuando se trataba de trabajo, sabía marcar la distancia y ser exigente; cuando se trataba de amistad, era generosa.
 
 
Recién se había recuperado de los efectos traumáticos del terremoto en la ciudad de México de 1985 cuando nos invitó a una fiesta a la casa de don Polo, su padre, a quienes ya conocíamos, al igual que a Fernando Mangino, su esposo y buen amigo nuestro también. Celebramos que Mi corazón había sido seleccionado para un festival en Europa. Recuerdo que anduvo fascinada con su nuevo juguetito toda la fiesta; una burbuja plástica que sirve de protección para cuando se filma bajo el agua —parte de los ingresos de la pareja era la grabación submarina de grandes barcos, antes de que éstos entraran al taller de reparaciones. Sobra decir que Pola era una experta en buceo de profundidad. Interesante, ¿qué no? Además bailarina, creadora de lindas piezas de mail art y la madrina de Video 2. Siempre nos impulsó a ser videastas independientes y a valernos con nuestros propios medios; a no tenerle miedo al proyecto por más difícil que fuera y a expresar libremente “lo que dicta el corazón a la imaginación, y viceversa”. Fue bajo estos auspicios, que en l986 nos atrevimos a mostrarle lo que sería el segundo video, de las dos docenas que realizó Video 2 en sus diez años de existencia: Collage. Vendrían: Presión por opresión, Tolo y Pedro Mártir. Este último nos llevaría por vez primera a París, al festival Ecrans du Mexique. Por cierto, la pieza también nos abrió las puertas a dos proyectos por los que Video 2 se hizo acreedor a la beca Jóvenes Creadores en 1992: La gallina del monitor y Asesinato en masa o para matar a la televisión.
 
 
Pola nos enseñó que la pantalla de una televisión puede tratarse como un lienzo o  una hoja de papel, pero también como una puerta de cristal que se abre a una gran plaza, a un paisaje. Video 2 se disolvió en 1995 en muy buenos términos, y hasta la fecha César Lizárraga y quien escribe seguimos siendo amigos. Por azares de la vida y circunstancias, tuve que dejar el Distrito Federal para ir a Boston, donde me dediqué a la televisión pública por unos años, así como a re-educarme en las nuevas tecnologías de la era digital.
 
 
La muerte de Pola nos tomó por sorpresa, fue muy triste. Unos meses antes del suceso me la había encontrado en la Cineteca Nacional; venía sola, me contó de su terapista y de cómo deseaba hacer un viaje, quizá a Nueva York, en donde Shigeko Kubota, esposa de Nam June Paik, la esperaba. Le conté de una pieza que terminaría llamándose Continente de la nada. Le pregunté por la serie en la que ella se encontraba trabajando. Aceptó que se sentía deprimida, que había iniciado terapia y que se concentraba en eso. Me despedí, la película que había ido a ver iniciaba en menos de tres minutos. Le di un abrazo y corrí a donde mi novia me esperaba con los boletos en la mano. Años después me arrepentiría de esta acción, dado que en vez de correr a mi sala, quizá debí haberme quedado a hablar con ella más tiempo, y motivarla a seguir produciendo y jugando, pues como ella solía decir, de eso se trata todo.
 
 
En la página de Pola Weiss hay una polaroid de ella con Kubota. El día que fue tomada la fotografía yo estuve ahí. En aquella época, su casa estaba muy cerca de la avenida Río Churubusco, de hecho desde la ventana del estudio podría verse el constante ir y venir de los autos. Recuerdo a Pola, radiante de felicidad, emocionadísima porque iría a mostrarle a Shigeko algunos de sus lugares favoritos de su otro amor: la ciudad de México. La recuerdo sonriendo, como a una juguetona Alicia “a punto de ir detrás del espejo electrónico y encontrar la puerta”.
 
 
 
Alberto Roblest, poeta, instalador y videoartista. Autor de cinco libros de poesía y uno de cuentos. Así como de las compilaciones de video La muerte de lo analógico y El arte de existir. Sus videos han sido expuestos en diferentes museos, galerías y festivales internacionales. Desde hace varios años radica en Washington D. C., donde es director del proyecto Hola Cultura: www.holacultura.com.
 
 

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