Conaculta Inba
Fotografía tomada por la autora, obra de Maga

Sobre prácticas feministas, gestión documental y monumentos

Posted on 9 junio, 2023 by cenidiap

Alicia de María Vizcaíno Torres

 

El trabajo de archivo y documentación en el estudio gráfico de los movimientos feministas es primordial en tanto que nos permite acceder a la historia y a la memoria, no desde un lugar institucional de verdad absoluta, sino desde la posibilidad de la construcción de una narrativa propia. Nos ayuda a entender el proceso de lucha de una gran cantidad de mujeres y a poder trazar algunos de los primeros registros de lucha en México que oscilan entre el arte y la política, como el periódico Violetas de Anáhuac, fundando en 1884 por Laureana Wright de Kleinhans.

 

Las escritoras eran de clase alta y la mayoría había recibido educación privada. Eran varios los artículos de crítica hacia temas de las relaciones de género. Por ejemplo, el derecho al voto, la inequidad de los sueldos entre mujeres y hombres como profesores y profesoras, y el impulso porque otras mujeres se involucraran en temas científicos. La mayoría de las publicaciones estaban dirigidas hacia otras mujeres: se les motivaba a escribir, a leer, a “educarse”. Asimismo, había secciones que pretendían ser informativos. En una, hablaban, por ejemplo, de temas internacionales que recuperaban de otros periódicos. Otra sección, llamada “Higiene», dedicada a las madres de familia, hablaba sobre cómo cuidar a los bebés recién nacidos.

 

A la par de los artículos de tono más revolucionario, y que incluso resuenan con lo que se dice hoy en día, prevalecía el imaginario de la mujer como sensitiva, suave, sensible, débil y tierna. En este periódico había diversos discursos heterogéneos que, sin estar de acuerdo, e incluso en algunos casos ser antagónicos, formaban parte de un movimiento de enunciación y crítica importante que posteriormente abriría otros espacios de lucha feminista.

 

En México hay diversos archivos feministas que ayudan a entender la genealogía del movimiento feminista. El archivo “Pinto mi raya”, de Mónica Mayer, y el archivo de Ana Victoria Jiménez, son importantes en el tema del arte y el género, como lo es también el realizado en el CIEG (Centro de Investigaciones y Estudios de Género) de la UNAM, que contribuye a comprender la segunda ola feminista. Los materiales se encuentran en formato digital de descarga gratuita. Alberga artículos de las revistas y periódicos Fem, La Revuelta, La Correa feminista, CIHUAT y la Boletina. Félix Martínez fue quien dirigió la digitalización de esta memoria feminista y realizó importantes trabajos y reflexiones en torno a la documentación de mujeres y archivos en relación con el tema del género. La noción clave es la toma de conciencia de la necesidad de las mujeres de ser reconocidas como sujetos, para lo que es imprescindible documentar la propia historia y producir conocimiento de nuevo tipo.

 

Así, el trabajo de documentación y registro es por sí mismo un ejercicio de subjetiviación política, de enuncación en un orden donde las mujeres no habían tenido un lugar. Además de la construcción de un nuevo conocimiento, el material de archivo feminista puede utilizarse para la creación de nuevas obras artísticas, para que no sea sólo memoria de lucha, sino impulso para la creatividad del presente en función de la crítica del pasado, siendo así un ir y venir entre la memoria y sus usos, por un lado, y su recreación artística que construye a su vez una nueva memoria crítica, en decidida oposición a la “historia oficial” y sus “verdades” dominantes.

 

 

Sobre el patrimonio cultural, su resignificación y la construcción de memorias críticas

 

¿Qué es el arte público? ¿El patrimonio cultural? ¿Es en tanto deja de ser? Es decir, ¿en tanto pierde su significado original, pero prevalece como espacio histórico de significación simbólica, en tanto alberga una memoria histórica? Pensando en la intervención feminista del Ángel de la Independencia, en 2019, ¿por qué esa acción generó tanto enojo, y no ocurre así con las quinceañeras que se toman fotos ahí los fines de semana? Comencemos por preguntarnos sobre ese espacio de significación sociohistórica que está en las calles, en el espacio público, donde sólo algunos pueden hablar y actuar, y únicamente de determinada manera. Las calles funcionan como territorios donde hay dispositivos de poder que deben respetarse. Hay acciones que no están permitidas, otras que sí. A cada sujeto corresponde cierto lugar y no otro. No sólo importa la acción, sino dónde y quiénes la realizan.

 

La materialización de los discursos del poder se expresa en lo que se ha llamado “patrimonio cultural”, del que son parte los monumentos. Su preservación compete a la sociedad y al Estado, en tanto representa un sistema simbólico de control del orden social y del sentido común, por lo que se define, delimita, regula y restringe. Al paso del tiempo, un monumento pierde su significado original, se vacía de contenido, pero no por ello pierde su importancia. Así, a pesar de que las personas no sepan ya qué es lo que representa, y esto incluso les resulte indiferente, se enojan si se le destruye. Esta ambivalencia pone en cuestión la idea del espacio público como espacio común, de significaciones compartidas y valores comunitarios, y su relación con la producción y el uso de la memoria.

 

En este sentido, el patrimonio cultural resulta un sitio clave para las prácticas feministas. La lucha anti patriarcal no se propone necesariamente la destrucción per se de los monumentos, sino hacer un señalamiento, una reconstrucción y una resignificación de éstos, en tanto que han representado el predominio ideológico patriarcal capitalista.  Las intervenciones en monumentos van de la mano de la documentación y el registro, precisamente porque constituyen una crítica política de la memoria hegemónica.

 

En 2019, cuando algunos grupos de mujeres intervinieron el Ángel de la Independencia, durante una manifestación de protesta a raíz de que cuatro policías violaron a una niña, los encabezados de la prensa expresaron reprobación: “Encapuchados realizaron pintas en el Ángel de la Independencia” (Milenio), “Vandalizan Ángel de la Independencia durante marcha de mujeres” (Excélsior). En cambio, el treinta de mayo de 2021, cuando aficionados del Cruz Azul celebraron en el Ángel el campeonato de su equipo, el tono de las noticias fue otro: “Aficionados de Cruz Azul arman fiesta en el Ángel de la Independencia” (Excélsior). Cuando los aficionados se suben al monumento para celebrar, se quitan las camisetas, gritan y lloran de alegría, están “festejando”. En cambio, cuando las mujeres lo intervienen en protesta por la violencia policial, la gente responde en las redes sociales diciendo que son “vándalas”, que desnudarse y rayonear el monumento no son formas correctas de protestar.

 

Es fundamental considerar la dispersión del espacio público hacia las redes sociodigitales, donde el registro por parte de usuarios suele multiplicar el discurso del poder, pero a la vez abre la posibilidad de multiplicar también las réplicas contrahegemónicas, operando como otra forma de documentación, para impedir la imposición de una sola verdad.

 

El Ángel representa una memoria social, y en tanto tal opera ahí un procedimiento de exclusión, fundado en el tabú del objeto (la sacralidad de la Columna de la Independencia); el ritual de la circunstancia (la “corrección” de las fechas y las formas); y el derecho / privilegio del sujeto que sí puede enunciar lo prohibido. No todos y todas pueden decir ahí cualquier cosa; no todos y todas pueden subirse y quitarse las camisetas. Si es para celebrar el triunfo de un equipo de hombres, está bien y se ve como un festejo: nadie dice que esas no son las formas, ni los critican por causar desorden y destrozos. Si son mujeres que escriben frases como “México feminicida”, “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”, se considera una transgresión intolerable. Sus acciones quedan fuera de lo aceptado; son “locas” y su discurso es invalidado. Su irrupción desordenadora del discurso suscita miedo, y por ello debe ser estigmatizado.

 

Aquí está implícito el orden patriarcal, en donde los sujetos de enunciación privilegiados son los varones. Si se desnudan, está bien, porque sus cuerpos representan también un orden de la sexualidad patriarcal: ver sus pezones desnudos no significa nada, sino efervescencia y festejo.

 

La réplica al orden del discurso hegemónico echa mano de los mitos y relatos que conforman las subjetividades sociales. Pensemos en las acciones feministas que buscan trastocarlos, mediante su resignificación crítica. Mitos como el de la Virgen María, que representa a la mujer perfecta a la que todas deberíamos aspirar a ser: obediente, virgen y madre al mismo tiempo. Este relato original está relacionado al mandato de género y corresponde a un discurso patriarcal. Para dislocarlo, reinterpretan a la Virgen, poniéndole, por ejemplo, un pañuelo verde que representa la lucha por la legalización del aborto, tal como lo hace la artista Sofía Probert en una de sus ilustraciones

 

 

Obra de Sofía Probert, imagen recuperada del Instagram de @sofia.probert

Obra de Sofía Probert, imagen recuperada del Instagram de @sofia.probert

 

 

En el régimen patriarcal, vemos o sentimos que nos debemos comportar según una lógica binaria de hombres y mujeres. En el caso de las mujeres, hay gestos, comportamientos y signos que acompañan al discurso hegemónico. Pienso, por ejemplo, en el comportamiento adecuado al transitar las calles: la mujer tiene que caminar del lado de la pared y el hombre del lado de los coches para cuidarla; en la calle hay que estar alerta, no es un espacio para andar sola. Un mural de la artista llamada Maga pone en crisis ese imaginario: muestra una mujer que está en la calle, tiene unos guantes de box y una expresión de autonomía, seguridad y autodefensa.

 

Fotografía tomada por la autora, obra de Maga

Fotografía tomada por la autora, obra de Maga

 

 

 

La constitución social de las subjetividades, con sus segregaciones y opresiones, opera a través de prácticas discursivas que moldean y limitan la experiencia de los cuerpos, distribuyendo roles y funciones, conforme a un orden de jerarquías de acceso a los saberes, los placeres, el habla, la memoria y la acción. Las prácticas feministas se afanan por romper con todo esto, construyendo dispositivos disruptivos que desestabilizan las narrativas hegemónicas. No son sólo actos efímeros, sino procesos de creación, documentación y registro, que van abonando a la memoria crítica, a otras formas de mirar y mirarse, de contar y contarse.

 

 

 

 

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