ARTE Y MIGRACIÓN
Posted on 8 julio, 2023 by cenidiap
Guillermina Guadarrama Peña
Una versión de este texto fue presentada en el Foro Académico Puentes y Fronteras: migración, cultura y derechos humanos, de la Universidad Veracruzana / Feria Internacional del Libro Universitario 2023.
La representación artística de las migraciones tiene una larga historia. Un ejemplo es La Tira de la Peregrinación o Códice Boturini, pintado aproximadamente en el siglo XII, que refiere la migración de los mexicas desde Aztlán hasta la fundación de Tenochtitlán; o el cuadro mural sobre los cazadores nómadas que cruzaron el estrecho de Bering, pintado por Iker Larrauri en 1964, y que se encuentra en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México. Estas obras se hicieron como memoria imaginada, siglos después del acontecimiento que plasman.
En la actualidad, cuando la migración se considera legal o ilegal y se reprime con violencia la segunda, y cuando, sobre todo, se trata de multitudes nunca antes vistas, ¿cómo se puede imaginar y representar a los sujetos y territorios de desplazamiento desde el arte? ¿A quiénes les interesa? Desde siempre, los artistas que han vivido algún tipo de migración, forzada o voluntaria, han reflejado en su obra sus vivencias, las cuales a la larga quedan como memoria histórica. Así sucedió con Jacob Lawrence, un artista afroamericano que formó parte en 1915, de la gran migración desde el Sur estadunidense, racista y agrícola, al Norte industrial. Lawrence pintó aproximadamente 60 obras en temple sobre cartón, sobre ese suceso, las cuales presentó el MOMA de Nueva York, en 2015, una exposición celebratoria del centenario, titulada One-Way Ticket (Billete sólo de ida), justo en un momento en que las grandes migraciones del siglo XXI estaban por suceder.
Los artistas que también han sido migrantes, temporales o definitivos, tienen un objetivo similar a los que no son artistas, buscar la mejoría económica, pero también explorar espacios de exhibición y/o residir en países con mejor mercado para las artes. A través de su obra (fotografía, video, performance, happenings, instalaciones, murales y piezas de caballete), expresan sus vivencias, su incertidumbre sobre el lugar donde ha decidido residir, las situaciones vividas, sus emociones, sensaciones y sentimientos por la lejanía y la añoranza de su lugar de origen; y si retornan a éste, llegan a representar también la nostalgia por los lugares visitados. Su viaje geográfico es correlativo a sus estados de ánimo.
Hay artistas que documentan migraciones, que generalmente tienen raíz migrante, y buscan visibilizar las problemáticas de este acontecimiento, con gestos simbólicos o realistas, según el momento y el contexto. También han abordado el asunto, creadores que no viven en frontera o no han sido migrantes ilegales; no es necesario haberlas vivido, para reaccionar creativamente a estas terribles situaciones. Algunos ejemplos son Silvia Gruner, quien realizó en 1994 una instalación de figuras prehispánicas sobre el muro fronterizo entre Estados Unidos y México; Betsabé Romero y los carros llenos de rosas, como ayates guadalupanos, ubicados también en esa frontera; y Rocío Boliver, La Congelada de uva, quien en 2012 realizó un polémico performance titulado To the Rhythm of Swing, en la playa de Tijuana, en la frontera con San Diego. Llegó al lugar acompañada por un trío que tocaba narco corridos, como emblema de la economía alternativa generada por el alto consumo de narcóticos del país vecino; se subió a un columpio, con ayuda de una grúa que la elevó por encima de la valla fronteriza, y comenzó a mecerse durante 15 minutos, cruzándola una y otra vez, sin pisar territorio estadunidense, ante la mirada atónita de la migra, que no podía actuar en su contra. En el proceso, como se sabe, se bajó los pantalones para mostrarle el culo a la migra y “pedorrearse” cuando estaba del lado gringo, mientras los “saludaba”. El objetivo fue manifestarse contra las atrabiliarias políticas anti migrantes.
Después del evento, le preguntaron si una artista que vive en el centro del país, podía hablar del dolor que significa vivir en la frontera. La misma pregunta puede aplicarse a los autores de las cincuenta fotografías ganadoras del Concurso Nacional de Fotografía sobre el tema de la migración, organizado por la Fundación BBVA, las cuales fueron expuestas a partir de 2008, en diferentes ciudades de México y en algunos consulados de México en Estados Unidos. La itinerancia de la exposición hizo referencia a los territorios que expulsan más migrantes y por los que transitan en su paso hacia el norte.
Las fotografías son metáforas de la dolorosa realidad a la que se enfrentan los migrantes ilegales al querer cruzar la frontera, tal como una escalera adosada al muro, que no es lo suficientemente alta para poder cruzar. Si bien son muy evocativas, surge la pregunta de si los autores han vivido esas experiencias.
Para quienes residen en la frontera, la vivencia resulta desde luego más intensa. La poeta chicana Gloria Anzaldúa lo expresa así en Vivir en la frontera: “Vivir en la frontera significa, poner chile en el borscht, comer tortillas de maíz integral, hablar Tex-Mex con acento de Brooklyn; ser detenida por la migra en los puntos de control fronterizos”. Y finaliza con un deseo: “para sobrevivir en la frontera, debes vivir sin fronteras, ser un cruce de caminos”.
Ante los indignantes vejámenes que sufren los migrantes, en su intento por cruzar la frontera, muchos artistas deciden protestar mediante sus obras. El salvadoreño Mauricio Esquivel, por ejemplo, realizó en 2010 un proyecto titulado Iron man o Superinmigrante, en el que se convirtió en un súper héroe gringo de ficción, para “salvar” a sus connacionales de la persecución de la migra. Con ese objetivo decidió usar su cuerpo y convertirse él mismo en la obra de arte. Esquivel destinó el dinero de dos becas para moldear su cuerpo y perfeccionar su sistema de defensa personal. La segunda parte del proyecto consistió en incrustar en el muro podrido de Tijuana, piedras extraídas de La Rumorosa, municipio de Tecate, Baja California, en las que grabó mapas y consejos útiles para los que pasan la frontera ilegalmente.[1]
Las narrativas visuales han aumentado en los últimos años, a la par de las oleadas migratorias que llegan a romper fronteras; su objetivo es visibilizar situaciones de sometimiento y abuso de autoridad, con la esperanza, por un lado, de que los estadunidenses empaticen con los migrantes y contribuyan a poner fin a estas situaciones y, por otro, generar memoria crítica de las violaciones a los derechos humanos.
Ricardo Santos Hernández, un artista de tercera generación de mexicano-estadunidenses, nacido en Nogales, Arizona, y con familia del lado mexicano, recordaba que en su infancia podía cruzar las fronteras de norte a sur y de regreso, sin mayor problema, debido a que “en esos años, las políticas migratorias eran indulgentes en comparación con lo que está sucediendo ahora.” Ante la nueva situación, realizó el proyecto Ambos Nogales Border Art Project, con artistas que crecieron en ambos lados de la frontera. Santos considera que las artes visuales brindan una singular oportunidad de ver lo que ocurre.
En su producción se encuentra un óleo en gran formato titulado Yo soy el río Santa Cruz, una metáfora sobre la migración, porque él dice que ese río fluye de sur a norte, como lo hacen los migrantes, pero en realidad hace un circuito, nace en Nogales, Arizona, pasa a Nogales Sonora, y regresa. La obra Enjaulada muestra la violencia anti migrante ejercida en el gobierno de Donald Trump con la imagen de una madre migrante cargando a su bebé dentro de una jaula, pieza que visibiliza realistamente la separación de las familias y el atentado contra los derechos humanos. La muerte y el racismo están presentes en el grupo de personas con máscaras de calavera ubicadas al fondo de la escena donde ondean banderas estadunidenses, así como las calaveras situadas en el piso. Esta pieza sirvió de boceto para un mural que Santos hizo poco después en una comunidad de origen mexicano en un barrio de Chicago.
Felipe Baeza, artista oriundo de Guanajuato y radicado en Estados Unidos, ha hecho varias piezas sobre el tema. En 2016, al inicio de las caravanas migrantes, pintó el cuadro que tituló “(Tanta oscuridad, tanto moreno”) que consiste en un mapa de Estados Unidos, que va perdiendo sus colores “pastel” para irse oscureciendo, en alusión al color de la piel de los latinos. También realizó el mural Finding home in my own flesh, ubicado en un espacio queer de la región fronteriza de Coachela, en Palm Desert, California, en homenaje a los migrantes, a los cuerpos borrados, y a las personas queer de color.
Por su parte, Ramiro Gómez, otro artista de ascendencia latina nacido en California, realizó en 2018 la obra Turning the Tide, con la que busca visibilizar la situación de la mayoría de los migrantes que desempeñan labores de servicio doméstico para personas adineradas, como el mantenimiento de jardines y casas en las zonas lujosas de Los Ángeles; actividad que realiza desde 2012. Gómez se propuso humanizar estos oficios, que suelen permanecer ocultos, a la sombra. En sus obras yuxtapone las figuras de los trabajadores, en su mayoría migrantes, con fondos brillantes y modernos que caracterizan a Los Ángeles, de acuerdo con su percepción.
En 2016, Enrique Chiu inició el proyecto Con el corazón para México, un mural colaborativo y participativo en la valla fronteriza ubicada entre Tijuana y San Diego, sobre la que han pintado y escriben mensajes, artistas de distintas partes de México, Estados Unidos, Guatemala y El Salvador, así como los propios migrantes. La idea es “borrar” un muro que no se puede quitar: “A lo mejor no lo podemos tirar como el muro de Berlín, pero le damos color a algo que se ve feo” dice Chiu. El color borra la fealdad, para que cada fin de semana las familias separadas por deportaciones se “reúnan” y se toman fotos, barda de por medio.
Patrick Martínez, quien se asume como artista de múltiples nacionalidades (filipino, mexicano y nativo americano) realizó una pieza construida con luces de neón, en el que escribió: No ICE, no soliciting, que colocó en la fachada de una casa, como una forma de aviso de que ahí no solicitan, ni han solicitado la intervención del ICE, (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos). Es una utopía de disuasión, para que los agentes no entren a los hogares y arresten a los residentes ilegales.
También hay artistas multi migrantes, que toman el tema para dejar huella de su paso por las diversas ciudades, de manera legal, como el argentino Adrián Villar Rojas, quien se abocó en 2016 a colocar a manera de instalaciones, nidos abandonados de un pájaro llamado hornero, considerado emblema de su nación, en árboles, fachadas, postes, edificios y otros rincones, para simbolizar la migración global. El hornero es un ave sinantrópica, término que alude a la capacidad de algunas especies a adaptarse a las condiciones modificadas por los humanos y habitar en los ecosistemas urbanos.
El nido está hecho de gruesas capas de barro, que el artista recolecta básicamente en Rosario Argentina, su tierra natal. La pieza, titulada Fábrica de ladrillos, es “un intento de diálogo con las arquitecturas de las ciudades, como fenómeno migratorio”, comenta el autor. Se podría decir que forma parte de la estética de la ciudad, como una referencia humana a ejercer su derecho a ella. En igual sentido se puede mencionar a los artistas que han intervenido con murales las casas de migrantes en diversas ciudades de nuestra República, en un trabajo colaborativo con ellos y ellas, como son los trabajos de Sthepanie Bringas en la ciudad de México, o de Laura Tela en Puebla, obras que intervienen y se insertan en la estética de las ciudades.
Ese mismo sentido tiene la instalación del colombiano Óscar Moreno Escárraga, quien decidió visibilizar el derecho humano a la vivienda de los migrantes internos en su país, que viajan del campo a la ciudad, con su pieza titulada Mi casa mi cuerpo. Migración forzosa, memoria y creación colectiva, que consistió en la autoconstrucción progresiva y colectiva de una casa, similar a las de los barrios periféricos de los centros urbanos, en un espacio del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá en 2006. Dentro de la casa, expuso el registro de la interacción que tuvo con tres familias desplazadas de diferentes regiones y grupos étnicos[2]. En su plataforma Observatorio de Poéticas Sociales, mostró fotografías, videos, diarios de campo, objetos y maquetas, con la intención de establecer relaciones entre arte, academia, contextos sociales y territorio, e instaurar espacios de coexistencia.
En cuanto a las migraciones en otros continentes, cabe destacar el trabajo de Aldalla Al Omari, artista sirio y migrante, quien en 2016 produjo una serie titulada: Vulnerabilidades, con retratos de líderes mundiales representados como migrantes ilegales, empobrecidos, solicitantes de comida y de asilo: Barak Obama, Donald Trump, Vladimir Putin, Kim-Jong-un, entre otros, cuyos rostros reflejan sufrimiento y desconsuelo. Su objetivo era que, al verse así esos mandatarios, se humanicen y empaticen con todos los solicitantes de asilo. Para mayor énfasis irónico, la serie fue expuesta en Dubai, un país de gran riqueza.
Por su parte, la artista coreana Kimsooja, hizo una interpretación de sus sentimientos en un país extraño, realizando una fusión de banderas para formar una bandera trasnacional, que emblematiza un mundo donde todos puedan vivir y dejar de ser el otro, el invisible; bandera que parece difuminarse para desaparecer. La obra se titula Para respirar, Zona de ninguna parte, porque el que migra, al salir de su territorio, ¿a qué lugar pertenece?
Las prácticas artísticas sobre este tema han sido denominadas “arte migrante”, categoría que considero inexacta porque el arte no migra, aunque tal vez sí su creador. Estas producciones tienen como objetivo vivenciar la migración, con una construcción crítica como experiencia estética y práctica política, que se enlaza con los derechos humanos. Por esa razón, prefiero la denominación “arte para un mundo sin territorio”,[3] que tomo de María Clara Bernal y Fernando Escobar Neira.
Es necesario precisar, sin embargo, que sí hay una producción cultural que puede denominarse migrante, a la cual Peggy Levitt ha denominado “remesas sociales”. Levitt dice que “las remesas sociales son las ideas, conductas, identidades y capital social que fluyen desde los países receptores hacia las comunidades en los países enviantes” Al insertarse en una sociedad distinta en lengua, cultura, usos y costumbres, los migrantes ponen en crisis sus identidades originales (colectivas, nacionales, locales o étnicas), que luego llevan, modificadas, enriquecidas, a sus lugares de origen. Es decir, la migración transforma las culturas, pero esto es de ida y vuelta, porque los migrantes, sobre todo los de grupos étnicos más constituidos, hacen comunidad en las ciudades donde llegan a residir y, a la vez que metabolizan lo que es nuevo para ellas, mantienen sus usos, costumbres, creencias y estructuras normativas, así como el contacto con sus comunidades raíz y sus familias, para evitar la desterritorialización de sus símbolos y afectos, como señala Cristina Oehmichen.[4] Un claro caso son los purépechas, un grupo étnico de Michoacán, tal vez el mayoritario de ese estado de la República, y uno de los grupos con más número de migrantes hacia Estados Unidos, quienes además de mantener fuertes lazos y redes con sus comunidades raíz, al interactuar con las formas culturales del país al que llegan, entrecruzan valores culturales, dando lugar a lo que se ha llamado formas estéticas transmigrantes, en un proceso de circularidad cultural. Un ejemplo es el bordado de las princesas de Disney en sus chalinas, las cuales lucen orgullosas en sus festividades tradicionales. En este circuito cultural transmigrante, han llevado su ritual más importante a Estados Unidos: el Año Nuevo Purépecha, el cual se celebra cada año en la comunidad que designe el Consejo Supremo Indígena de Michoacán con la cooperación económica de los que radican en el extranjero. Pero al no poder venir a su comunidad, la replican en el país donde radican.
Este breve panorama muestra cómo la migración produce la emergencia de un arte que refleja la lucha por la pertenencia territorial y la defensa de los derechos sociales, económicos, culturales, políticos y civiles de quienes se ven forzados a migrar para mejorar su situación económica y humana. En este terrible siglo de migraciones, el arte va.
[1] Juan José Santos, “Super héroes becados”, https://www.fronterad.com/superheroes-becados-iron-man-mauricio-esquivel/ 30 de enero de 2012. Consultado el 30 de abril de 2023.
[2] https://museodememoria.gov.co/arte-y-cultura/proyecto-mi-casa-mi-cuerpo-migracion-forzosa-memoria-y-creacion-colectiva/
[3] María Clara Bernal y Fernando Escobar Neira. “En tiempo de migrantes, arte para un mundo sin territorio”. H-ART. Revista de historia, teoría y crítica de arte, nº 8 (2021): 17 28. https://doi.org/10.25025/hart08.2021.03
[4]Cristina Oemichen, “Relaciones de etnia y género: una aproximación a la multidimensionalidad de los procesos identitarios”, en Alteridades, vol. 10 núm. 19, pp. 89-98, México, Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, 2000.
Escribe el primer comentario