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Batallas estéticas: el proceso decolonial en la ciencia ficción mexicana

Posted on 6 junio, 2023 by cenidiap

Amadís Ross
 
 
Texto leído en el Primer Coloquio Internacional de Cultura Audiovisual. Feminismos y otras miradas críticas de y desde la cultura audiovisual: producción, recepción y emancipación, organizado por la Universidad de Gotemburgo y el Tec de Monterrey.
 
 
Está en el interés de este coloquio explorar corrientes de pensamiento, modos de ser y de actuar, capacidades y perspectivas que toman fuerza ante la decadencia del proyecto occidental. En otras palabras, es el turno de hablar desde la llamada subalternidad, es el turno de nosotras y nosotros, habitantes de una supuesta periferia eternamente en vías de desarrollo. No me refiero solamente a la periferia geográfica o económica, por supuesto. Ya que el largo sojuzgamiento implica que algunas personas todavía porten con orgullo sus grilletes, encontrar una voz propia llevará su tiempo. Tenemos que contestarnos muchas preguntas: ¿qué tanto de lo que pensamos auténticamente nos pertenece, y qué tanto proviene de las ideas hegemónicas? ¿Cómo separar la herencia occidental de nuestro propio vigor? ¿Podemos extirpar la tradición paneuropea de la cosmovisión que nos corresponde? ¿Es necesario? ¿En vez de buscar purgas debemos abocarnos a construir un modelo distinto usando las piezas que tenemos? Cómo respondamos estas y otras cuestiones definirá nuestro futuro, y de quienes vendrán más adelante.
 
 
En este sentido, quiero hablarles de un género narrativo y estético que he estudiado durante un tiempo: la ciencia ficción. Es relevante porque México, América Latina, África subsahariana y algunas naciones del sudeste asiático están asimilando, apropiándose y resignificando la ciencia ficción. Se está usando a contrapelo de la larga y rica tradición occidental porque sus intereses son diferentes; es hoy un vehículo de resistencia, para pensar distinto, para imaginar a nuestro estilo. A la cabeza de la creación cienciaficcional están las mujeres, quienes se han encontrado a sus anchas en este espacio narrativo y estético. Así que por favor, dejen de pensar que un país sin gran desarrollo técnico es incapaz de producir ciencia ficción. Este género no nace de la ciencia y tecnología, sino de nuestra relación con la ciencia y la tecnología, y esta vivencia es, como resulta evidente, completamente universal. La ciencia ficción pertenece a quien desee crearla.
 
 
Aquello que cien años después fue bautizado como science fiction nació en 1818 con Frankenstein de Mary Shelley. A partir de entonces es inseparable la historia de la modernidad, ya que tiene como una de sus características la renovación constante, siempre a la par del desarrollo de la técnica, la ciencia y la tecnología, herramientas que el humano de los últimos siglos ha elegido para transformar al mundo. Hija de la utopía y de la idea de la revolución, la ciencia ficción nació para fungir como la estética del mito del progreso. Un progreso, claro está, guiado por los occidentales, inventores del mundo nuevo, próceres de la Razón, pueblos que encontraron en la conquista y el saqueo vías para redimir a las civilizaciones “atrasadas”.
 
 

Portada de una de las primeras ediciones de Frankenstein o el moderno Prometeo.

A pesar que a finales del siglo XIX la ciencia ficción era replicada en lugares como México y Japón, todavía bien entrada la siguiente centuria seguía catalogada como agente imperialista y extranjerizador en países que pretendían cierto vigor nacionalista, pero sobre todo se le veía como un género menor, pueril e insustancial. Algunos de esos prejuicios continúan; en mi experiencia es difícil decir las palabras “ciencia ficción” en el mundo académico sin que al menos se escuche por ahí alguna risita apenada. Son cosas infantiles, comprendan ustedes.
 
 
Excepto que no lo son. La ciencia ficción resulta ser uno de los mejores recursos para leer la historia moderna. Hay que recordar que este género, sin importar en qué tiempo sitúe su narración, habla siempre del presente. Las críticas al colonialismo y al capitalismo de H. G Wells o las odas a la tecnología y a la occidentalización de Julio Verne son algunos de los ejemplos más conocidos, así como el entusiasmo por el futuro comunista de Alexander Bogdanov o el militarismo sin cortapisas de Oshikawa Shunrō. En todos estos casos quedan en evidencia las esperanzas y las ansiedades motivadas por la ciencia y la tecnología de su época.
 
 

Viñeta incluida en la primera versión ilustrada de The War of thew Worlds (La guerra de los mundos) de H. G. Wells, publicada en 1898.

La ciencia ficción puede definirse como un artificio cultural de consistencia mítica que, a través de una dimensión estética particular, responde a una “vida nueva”, cuya exterioridad se transforma continuamente ante la acción de la ciencia y la técnica, mecanismos conducidos por una pulsión de producción y consumo. Otra forma, menos abstracta, de entender este género es pensarlo como la sombra que arrojan los sujetos y los objetos iluminados por la luz de la ciencia y la tecnología y reinterpretados a través de lo estético y lo narrativo. Esta metáfora explica por qué muchos consideran que “ya alcanzamos a la ciencia ficción”: prácticamente cada aspecto que importa al homo sapiens del siglo XXI es atravesado por lo tecnocientífico, y por lo tanto es jurisdicción cienciaficcional. Ahora, la ciencia ficción está impregnada de estéticas particulares que, a su vez, llevan consigo ideologías que generalmente sostienen los modos de las culturas que producen más ciencia y tecnología. Permítanme explicar.
 
 
Las estéticas cienciaficcionales juegan un papel central en cómo nos relacionamos con este género. Dan forma, fondo y lustre a las obras pero se perciben como elementos metanarrativos, presentes más allá del “plano racional”, por decirlo de algún modo, y por eso rara vez se advierten como vehículos ideológicos. No olvidemos que lo que está en juego en los fenómenos estéticos no son los objetos sino los sujetos, lo que debe ser remarcado en este caso, ya que tratamos un artilugio cultural nacido de la intersección de dos manifestaciones humanas de vanguardia: la poesía y la ciencia. Combinar estos dos elementos aparentemente excluyentes le da el poder para alimentar la dimensión mítica de nuestra era, es decir, nos permite explicar al menos parte de la realidad. Si la estética es la manera a través de la cual nuestros sentidos perciben la obra, el cómo se representa es incluso más importante que el qué se representa. Y es justo aquí donde las ideologías encuentran su guarida. Una historia no tiene que cantarle loas al sistema capitalista patriarcal para sostener el sistema de dominación, ya que basta con una estética proveniente de la idea hegemónica del mundo.
 
 

El mito del progreso, que juega un papel fundamental en el triunfo del proyecto occidental, encontró en la ciencia ficción el medio ideal para manifestarse.

Por eso titulo mi charla “batallas estéticas”: quiero señalar la importancia de desarrollar estéticas propias, que no dependan de las ideas nacidas en los países dominantes de siempre, que no necesiten pedir permiso para ser como se les dé la regalada gana, que se descubran suficientes en sí mismas y con ello creen capas de realidad en la que podamos insertarnos para ser quienes somos, y no quienes nos dicen que debemos ser. En específico hablo de las estéticas cienciaficcionales porque, como dije hace un momento, este género es de las mejores herramientas tanto para entender la actualidad como para transformarla, al menos en el plano de la imaginación. Nunca olviden que la imaginación es, por sí misma, un acto de resistencia.
 
 
Naturalmente, la apropiación de las estéticas cienciaficcionales que está en marcha desde el llamado “sur global” está plagada de ambigüedades y claroscuros, propios de un proceso de larga duración que se desarrolla en un escenario muy dinámico, mundializado y sujeto a fuertes presiones comerciales. Hay dos obstáculos que a mi parecer son los desafíos más complejos: el inestable proceso de buscar una identidad propia en países como México, y la afilada capacidad de la modernidad capitalista de absorber, resignificar y devolvernos en forma de mercancías cualquier manifestación que intente criticarla, confrontarla o superarla. Debemos ser pacientes y constantes, tener una visión límpida que aliente los avances y no se entretenga en condenar los tropiezos, y sospechar sistemáticamente de lo venido de las capitales hegemónicas. No importa qué tan revolucionarios, diversos y atractivos parezcan los productos culturales nacidos en Los Ángeles o Londres, los intereses que los guían, su contexto social e histórico y sobre todo la posición en el mundo de quienes los crean difieren por completo de nuestro mundo. Debemos buscar y seguir buscando no sólo un cuarto propio o una ventana propia, sino una cosmovisión propia.
 
 
Para ilustrar el desarrollo de estéticas cienciaficcionales propias hablaré de dos obras realizadas en 2016: el filme de Amat Escalante La región salvaje, y el cómic de Alonso Ross Isla Paraíso.
 
 
La región salvaje se centra en la relación entre Alejandra (Ruth Ramos) y un ser extraterrestre que se alimenta de orgasmos. Es un drama que explora el horror cósmico, la hipocresía típica de la clase media mexicana, el machismo, la homofobia y los nuevos papeles que las mujeres juegan en la sociedad.
 
 

Versión japonesa del cartel de La región salvaje.

El director y guionista usa la ciencia ficción como vehículo para confrontar al espectador ante los muchos tabúes que constriñen a un país tan complejo como México. En vez de volverla una película de terror o inclinarse por el erotismo sin más, Escalante teje una estética propia con el fin de develar la maraña de apariencias y señales ambiguas que definen a nuestro pueblo. Si México es barroco por definición, los mensajes directos tiene solo eficacia momentánea, de ahí que la propuesta de Amat camine a la vez en lo ficcional y en lo crítico, una doble hélice que va abriendo camino a veces con profundo realismo y en otras acudiendo a la fantasía.
 
 
La cámara está generalmente emplazada de manera que se produzca la impresión de que estamos ante el México de siempre, el que nos es habitual y que guarda pocos secretos, escenario perfecto para recordarnos que en nuestra sociedad se actúa de una forma para ocultar otra, y se habla de un modo para en realidad referirse a algo más. En vez de vivir en la realidad, en México tendemos a crear una sustitución imaginaria de la realidad, un simulacro.
 
 
La columna vertebral de La región salvaje es el erotismo y su contraparte: la represión (externa o interna) de la sexualidad. Hay quienes viven bajo el yugo de una relación deliberadamente insatisfactoria, incapaces en apariencia de hacerse cargo de sus vidas y reclamar la dimensión sexual que les pertenece. En un contexto en el que el catolicismo, el machismo y la hipocresía pesan más que nuestros deseos, poca gente puede decirse libre de tabúes y limitaciones y que esto no signifique recibir escarnios o sufrir discriminación. El control del cuerpo ajeno es la divisa de una sociedad conservadora, es decir, insatisfecha. Ahora, si en el centro de este rancio conflicto aparece un bicho espacial provisto de sensuales tentáculos que se alimenta exclusivamente de placer sexual, y que es capaz de provocar los mejores orgasmos que se puedan sentir, ¿quién podría resistirse? Tal vez el problema es que si se prueba el orgasmo galáctico, volver a tener relaciones con simples humanos parezca absurdo. Cómo conformarse con maruchan si se ha probado el mejor ramen del mundo.
 
 
Amat Escalante ha negado influencia alguna del sexo tentacular inventado en Japón en la década de 1980, e incluso ha declarado que no conoce la obra de H. P. Lovecraft. Sea sincero o no carece de importancia, lo cierto es que este autor consiguió una obra que es única más allá de sus influencias, con una estética que mezcla la cotidianeidad mexicana con la profundidad del horror cósmico. Sin duda, un ejemplo bien logrado de las incipientes estéticas cienciaficcionales que poco a poco estamos cultivando.
 
 
Por su lado, Isla Paraíso es una novela gráfica breve que relata un éxodo masivo rumbo al norte. La travesía multitudinaria es a través del desierto; se está huyendo de algo que avanza desde el sur, tan poderoso que lo único posible es huir. Dibujado por Alonso Ross, y escrito por él y su hermano, este cómic sigue a un hombre maduro vestido de traje Suburbia que carga un maletín atiborrado de papeles importantes. Miles de automóviles y camiones atestan la carretera, tantos que en cierto punto no avanzan más. A pesar del calor infernal la gente comienza a bajar y seguir a pie. El prota hace lo propio y no tarda en descubrir que la monstruosa aglomeración se debe a que los militares han colocado un retén en la carretera y están dejando pasar sólo a los pocos que cuentan con cierto documento que él, por supuesto, no tiene. Esto lo obliga a usar todo tipo de trucos, mentir, engañar y aprovecharse de una señora de la clase alta para atravesar el retén. Detrás de esta barrera empieza el camino a Tamoanchan, es decir, la vía que conduce a Isla Paraíso, el único lugar donde se puede estar a salvo. La cuestión es que muchos no creen en la existencia de esta isla, y sin ninguna esperanza en la qué refugiarse la violencia queda como única forma de sublimar una realidad insoportable.
 
 

Versión original de la cubierta de Isla Paraíso.

Esta alegre y luminosa historia se inscribe en la vieja tradición distópica de la ciencia ficción, tan afecta a los apocalipsis y los armagedones. El fin del mundo es un lugar común en el género, que la heredó de la escatología cristiana, a su vez elemento constitutivo de la modernidad capitalista. Nunca olvidemos que la idea del tiempo lineal, una flecha entrópica que conduce o bien a un futuro mejor o al Juicio Final, es una de las aportaciones fundamentales del proyecto occidental, que se impuso sobre la noción de tiempo cíclico que prevalecía en prácticamente todas las civilizaciones del globo.
 
 
Isla Paraíso ironiza sobre estas ideas y plantea un escenario sin la visión romántica que suelen tener obras como The Last of Us, por hablar de una muy reciente, que a pesar de presentar personajes torcidos que pretenden mayor profundidad, mantienen nociones como la redención a través del sacrificio y la buena obra, y se niega a abandonar la esperanza, es decir, a pensar, aunque sea en secreto, que al final se puede llegar a Isla Paraíso, donde todo estará bien. Quitando algunas obras excepcionales, la ciencia ficción hegemónica es incapaz de darle la espalda a la utopía; Occidente se ha desencantado del mito del progreso, pero no tiene la capacidad de amputarlo de su mitología.
 
 

Panel de Isla Paraíso.

Nada de esto está presente en la novela gráfica de Ross, producto de una idiosincrasia barroca que debe torcer las vivencias, trastocarlas, darles un doble sentido y burlarse de ellas para poder sortearlas. La acumulación de elementos en cada cuadro, la descarada violación del principio de realidad, el énfasis en gestos desencajados consigue transmitir una claustrofobia similar a viajar en metro a las seis y media de la tarde. Pero al menos el metro va a un lado, en este cómic el éxodo sin retorno posible se topa con toda la arrogancia del poder militar, es decir, del Estado, y tras este obstáculo aguarda lo ignoto, la bruma de la esperanza enfrentada a una realidad indiferente a nuestros deseos.
 
 
Hay una sensación de ajuste de cuentas en la novela gráfica de Ross, la percepción de que el terrible castigo que sufre la multitud se ganó a pulso. Al mismo tiempo se devela que la falta de esperanza siempre había estado ahí. Más que por los elementos narrativos, estas sensaciones son desencadenadas por el estilo claro del dibujo, que engañosamente parece no esconder nada, y la abigarrada composición que satura con signos y símbolos el flujo de la historia. A veces parece que lo más importante no es lo que está sucediendo con el personaje central, ya que los elementos a cuadro se disputan nuestra atención. Esta estética barroca es otro buen ejemplo de cómo, poco a poco, en países como México estamos encontrando nuestras maneras propias.
 
 
Espero que este viaje continúe, y que alcancemos pronto una satisfactoria madurez estética que corone una ciencia ficción propia que cada vez habla con mayor autoridad.
 
 

Primera página de la novela gráfica.


 

Ilustración promocional de Isla Paraíso.


 

Ilustración promocional de Isla Paraíso. En la esquina inferior derecha puede verse un autorretrato de Alonso Ross.


 

Ilustración promocional de Isla Paraíso.


 
 
 
 

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