Gerardo Cantú Guzmán, In Memoriam
Posted on 8 agosto, 2021 by cenidiap
Guillermina Guadarrama Peña
Conocí a Gerardo Cantú en los años ochenta, en su casa-taller de Molino de Rosas, en Mixcoac, cuando iniciaba mi investigación sobre muralismo. Él y su esposa Marinés, con la amabilidad que los caracterizaba, me proporcionaron un espacio donde trabajar. Hablé con él, tal vez la última vez, en el II Foro Internacional de Muralismo, efectuado en el Centro Nacional de las Artes, donde participó en la primera la mesa junto con Guillermo Ceniceros, y con la ausencia de Rafael Cauduro, quien se encontraba delicado de salud.
Cantú siempre se consideró regiomontano, aunque era originario de Nueva Rosita Coahuila, zona carbonífera. Inició sus estudios de pintura en Monterrey, con el español Juan Eugenio Mingorance, como él mismo recordaba. Fue becado por la Universidad Autónoma de Nuevo León para estudiar con el también pintor español, José Bardasano en la Ciudad de México, pero él prefirió asistir a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, La Esmeralda, donde tuvo como maestros a Pablo O’Higgins y Carlos Orozco Romero, entre otros.
Continuó su periplo educativo en Praga, París y Cuba. Esa amplia formación, le dio una visión con la que se formó ideológicamente y definió su línea expresiva sui generis, diferente a lo que se estaba haciendo en el contexto nacionalista mexicano de los años 50 y 60, época en la que sentó sus bases la mal llamada Ruptura, a la que no perteneció: no fue convocado, tampoco le importó, tal vez porque él era crítico del contexto social.
Si bien él se consideraba purista y tenía gusto por el arte abstracto, su obra es figurativa, pero no naturalista, con algunos toques abstractos y formas geométricas, otras de inspiración cubista cezanniana, de acuerdo con sus propias palabras.
Desde que estudiaba en La Esmeralda, pintaba manzanas y frutas en esa línea. Su maestro Pablo O’Higgins le dijo: “pinte algo más fuerte, compañero, algo más dramático, pinte figuras humanas”. Él contestó: “Maestro, usted no percibe la hermosura y profundidad de un Cézanne”[1], artista cuya obra había conocido Cantú con Carmen Cortés, una de las maestras que tuvo en Monterrey.
Su bien le gustaba pintar manzanas como Cézanne, que colocaba generalmente en un frutero o sobre el clásico mantel blanco, también formaron parte de su iconografía otras frutas y flores, muchas flores, circulares y mariposas; sin embargo, en su producción prevalece la figura humana, en algunas de las cuales reflejó el cubismo que mencionaba, con cuerpos trazados de formas geométricas, en las que predomina la línea vertical, cruzada en ocasiones por una línea horizontal, que parecen obras de un solo plano, sin aparente punto de fuga; figuras que a veces “tuerce” o quiebra en sus piernas, para mostrar movimiento.
Su gusto por Cézanne y el cubismo también lo reflejó con anchas, geométricas y suaves pinceladas de diversas tonalidades que aplicó en los fondos de sus cuadros, en las vestimentas de sus personajes y en los rostros, que a veces pintaba con colores que rememoran al fauvismo. En su iconografía también se encuentran figuras alargadas, distorsionadas, estilizadas, de cuello largo como cisnes, a veces flotantes, generalmente en horizontal.
Su tema primordial fue el amor, el hombre, la mujer, tanto en su grabado como en su obra de caballete, incluso en mural; obras en las que necesariamente había también naturaleza muerta, flores y mariposas que revolotean. Todas, pintadas con su rica paleta de color, expresiva, brillante. Su estilo es inconfundible, diferente.
Cuando quería hacer crítica, sobre todo a la alta sociedad o a los políticos, tomaba los temas con humor y sarcasmo, y satirizaba con símbolos que ellos no entendían. Ejemplos de esa veta se puede ver en el mural Oro negro o Retrato de una sociedad, (1980) ubicado en el Colegio Civil de la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde hizo una crítica a la sociedad regiomontana en especial, pero que puede ser para todas. Con el Cerro de la Silla y una torre de petróleo como fondo, retrató a los políticos corruptos, entre ellos a Alfonso Martínez Domínguez, ejecutante del halconazo de 1971 en la Ciudad de México, halconzo le decían; así como una crítica al periódico de ultraderecha, El Norte, con un perrito que orina varios de sus ejemplares.
También representó a la prostitución como producto de una sociedad perversa, a los juniors que sólo piensan en el consumo, “a los curas y a los militares, hambrientos de dinero”. Para hacer una crítica al imperialismo norteamericano pintó al Tío Sam y la Coca Cola, y para hacer un homenaje a las mujeres, las más pobres, representó a las que se conocían como Marías.
En su mural de tema histórico Fray Servando de América (1990), que hizo para la Biblioteca estatal de Nuevo León, realizó una exhaustiva investigación sobre el regiomontano Fray Servando Teresa de Mier y se centró en la leyenda del cuerpo perdido del fraile, cuyo paradero supuestamente se ignora. Decidió representarlo muerto, tendido como en un funeral, mientras su espíritu se yergue como héroe perpetuo, montado en su caballo. Es decir, hizo un homenaje permanente con esa escena, un funeral eterno. Rodean el cuerpo otros personajes históricos que buscaban la independencia, la libertad para todos los pueblos de las Américas, como Simón Bolívar, Francisco Javier Mina, José María Morelos; y con ellos, el pueblo combatiente, uno de cuyos miembros ensarta con la espada a un soldado pelón que se parece a Carlos Salinas de Gortari. También está Miguel Ramos Arizpe, quien participó en la Comisión que elaboró el proyecto de Constitución de 1824 y es considerado como Padre del Federalismo. En el Cerro de la Silla pintó hoces y martillos y agregó ratas, para simbolizar a los curas, a los corruptos y traidores, porque, decía el Maestro, son las que primero huyen cuando se hunde el barco.
También hizo tres murales en el Paseo de Santa Lucía en Monterrey, con humor decía que era “un arroyo muy bonito, a la manera de San Antonio, Texas”; pero su tema fue diferente, “otro tipo de mural, un canto a la alegría”. Como estarían a la intemperie, usó mármol, mosaico y cerámica, materiales que podrían soportar el fuerte sol de Monterrey. Sus títulos son: Niños en un caballito de carrusel, Carrera de obstáculos y Beso robado de primavera, obras basadas en sus dibujos, sus grabados, pero a color. Cantú consideraba que eran un canto a la pareja, al hombre y a la mujer, a las flores que tanto le gustaba pintar, igual que las frutas, como se puede ver en su mural Estrella de la mañana o Estela matutina, que se ubica en la Escuela Superior de Maestros de Monterrey.
Esta obra rinde homenaje a las maestras y a sus pequeños alumnos, a quienes colmó de flores y frutos, elementos que pintaba de manera constante, como una repetición de un tema, pero en realidad es un asunto sobre el estuvo trabajando de manera constante y cada vez le salían cosas distintas, como él rememoraba.
En la Universidad Autónoma de Nuevo León realizó dos murales. El primero, en la Facultad de Comunicación, titulado El discreto encanto. Inicialmente, el proyecto no fue aceptado, querían algo más “simbólico”; el Maestro no quiso modificarlo y les dijo: “Esto es lo que yo tengo que hacerles, porque es lo que yo hago” y se aceptó. Su tema fue una crítica a la sociedad indolente, a los jóvenes, que sólo se preocupan por cambiar de auto, por la moda, y no entienden la problemática que se vive en México.
En la Facultad de Artes Escénicas pintó un tema ad hoc al espacio donde iba a estar. Representó los amores de Calixto y Melibea, personajes de la famosa novela La Celestina, una temática que repitió en otras obras porque le gustaba mucho. Él decía: “todas son distintas, pero todas son iguales por ser Celestinas”. En el mural, Celestina parece una joven campesina llena de flores, que se encuentra de espaldas a la cama donde están los enamorados, en su trazo de líneas horizontales y verticales.
Su último proyecto era terminar su Casa Museo, que él mismo estaba construyendo. No esperaba nada del gobierno estatal, pues consideraba que a éste no le interesaba la cultura. De su prolífica producción nos quedan sus grabados, sus óleos, sus murales, obras pobladas de mujeres sencillas o adornadas con grandes diademas de flores, tipo Las Meninas de Velázquez; sus temas preferidos, el amor, la felicidad, sus naturalezas muertas, sus caballos tan especiales, pintados con su vibrante paleta de color; nos queda su forma expresiva que es toda una aportación a las artes; elementos con los que creó ambientes festivos que destellan alegría, tal como él lo hacía, tal como él era.
[1] Todos los entrecomillados, sus palabras, fueron tomados de su ponencia en el II Foro Internacional de Muralismo, INBA/CENART, 2016.
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