Vicente
Posted on 11 abril, 2021 by cenidiap
Eréndira Meléndez
pero, esa idea de que lo que está por encima de nosotros, incluyendo los máximos horrores y lo que nos defiende de los máximos horrores es la poesía(1)
Así es que la poesía de José Emilio Pacheco, de Jaime Sabines, de Octavio Paz, la escrita, tal vez nos puede amparar, ahora que Vicente Rojo los llena de color y forma poética allá donde se encuentren, para seguir fantásticamente acompañado, como solía reconocer.
En la Barcelona de su infancia, sin su padre, en la guerra, hubo en sus manos papel y tijeras en todo momento —lo mencionó así en entrevista— desde los cuatro años. Tuvo esa forma de transitar las vivencias, y a los 17 años cuando llegó a México con el exilio encontró que había además del gris otros colores, distintos al de los escombros. La evocación a la luz mexicana y al color que describe Rojo resulta en una descripción casi cinematográfica que cambió en sus ojos, en su historia.
Dolores y alegrías estuvieron, así la vida, la gran pena de perder a Alba Rojo (1961-2016), su hija, no lo venció. Esa innombrable vivencia la convirtió en más poesía visual. Rafael López Castro me dijo “él es fuerte”. Y lo fue increíblemente, lo fue siempre; su amor por la vida nos trajo incontables regalos, transformó el mundo de la imprenta y el editorial, en un espacio de fusión de individuos geniales; ellos, ellas, lo consideran su hermano mayor: Rafael, Germán, Bernardo, Luis, María, Peggy, Azul, Efraín. Con sus habilidades han dado continuidad a un legado de buen diseño, de piezas y belleza que no acaban de entender los que hacen mal diseño, equilibrio, forma y color, destreza, aderezados con un fino sentido del humor, agudo, divertido, juguetón. La Imprenta Madero quedó en el mito y no se ha repetido más un proyecto parecido. Vicente dejó que vieran que el buen diseño es ligero, se desliza sutil, discreto, es la entrada amorosa a la obra de arte, y es arte; es un gran salto al vacío de nuestra evocación. Su firma su presencia era así también, la producción que deja es tan variada y poderosa que arropa con mucha luz y color, este México entristecido por su partida.
Con mucha timidez me acerqué a él para pedirle una entrevista y le dije Maestro, y desde entonces, cada vez que le decía así él amablemente decía Vicente.
Lúdico, libre, siempre miraba al techo, evocando; una de esas veces que lo hizo fue para referirse con una gran sonrisa a Fernando Benítez. Vino a mi imaginación una foto donde están todos los monstruos filantrópicos de la edición, los eruditos, cómplices y juntos, y Benítez en el piso como una maja, posando para la foto y divertido.(2)
Que echen la cabeza hacia atrás miren arriba y se sientan reconfortados
Visión celeste (2019), una pieza lumínica que diseñó para el Monte de Piedad, es prácticamente una forma de proponer esa mirada con la que él mismo se sentía visiblemente confortado. Fue, dicen, su primer vitral, hecho a base de cuadros de colores y luces en el techo. Dice en el video:
mi idea fue darles a las personas que venían, quizá algunas no todas, pero con problemas, el que pudieran como sentirse un poco acompañadas de algo, de una luz, de alguna vida, algo que fuera un poco sensible, y que fuera grato para ellos en la espera que tenían que hacer aquí.(3)
Así con tal gesto, Vicente se queda en la memoria, gran señor del diseño, de la pintura, de la forma, los materiales, deja luz, movimiento color, y con mucho más que inspirar desde su legado. La evocación de un hombre que mira hacia arriba también la mencionó Octavio Paz al recibir el Nobel de literatura:
Uno de los gestos más antiguos del hombre, un gesto que desde el comienzo, repetimos diariamente, es alzar la cabeza y contemplar con asombro, el cielo estrellado, casi siempre esa contemplación termina con un sentimiento de fraternidad con el universo.
Notas
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