Conaculta Inba

Homenaje a Pablo O’Higgins

Posted on 20 agosto, 2024 by coordinv

Eduardo Espinosa Campos

Cenidiap/INBAL

 

El 22 de noviembre de 2012, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) organizó una mesa redonda de homenaje al grabador, pintor y muralista Pablo O’Higgins que tuvo lugar en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. En mi participación, además de hablar del trabajo del artista y del sentido de su obra, también destaqué la labor de cuidado, preservación y difusión realizada por su esposa, la abogada María de Jesús de la Fuente Casas. El 20 de diciembre de 2021 ocurrió el lamentable deceso de María O’Higgins —como era también conocida— en su casa de la calle de Xochicaltitla, en Coyoacán, Ciudad de México. Por este motivo decidí recuperar este texto que desde entonces concebí como un homenaje para Pablo y María O’Higgins.


 

La casa del artista

 

Visité por primera vez la casa de María y Pablo O’Higgins por una circunstancia especial: el maestro O’Higgins había muerto quince días antes. Llegué una tarde-noche para cumplir una comisión encargada por mi maestra, la Dra. Teresa del Conde —entonces Directora de Artes Plásticas— para ocuparme de la investigación documental que sirviera de base para una exposición de homenaje al maestro O’Higgins ya programada por el INBAL, pero que se decidió adelantar a raíz de su muerte. 

 

Mi comisión consistió en la organización e identificación de notas de periódicos, oficios, catálogos de exposiciones, fotografías de obra y personales, dibujos y proyectos murales, siempre con la asesoría precisa de María O’Higgins; tarea en la que se incorporaron otras manos amigas para colaborar. En el jardín, las bugambilias pintaban las bardas de colores, se apagaban y volvían a brotar; arrojaban sus aromas en primaveras y veranos. De esa manera pasaron los días, entre muchos hallazgos, buenas comidas y largas conversaciones. Al fin llegó la noche de la inauguración de la exposición [1], y luego vino otra inauguración y otra y muchas otras más. La obra de Pablo iba y venía por galerías y casas de cultura de la ciudad de México y viajaba por carretera a Veracruz, Monclova, Monterrey, Oaxaca, Morelos…

 

En casa de María conocí a grandes personajes amigos de Pablo: a José Sánchez  ,el maestro impresor del Taller de Gráfica Popular (TGP) que era capaz de cargar, con el apoyo del muñón del brazo perdido en el tórculo, la piedra litográfica que para poder levantarla se necesitan de cuatro brazos; a Daniel Hernández, el modesto pintor, alumno y admirador del maestro en La Esmeralda; a Mariana Yampolsky, la compañera grabadora del TGP, quien con su cámara fotográfica capturó a Pablo tomando apuntes en el campo y en las calles y nos dejó el mejor retrato de María y Pablo. Todos ellos ya fallecieron, pero su amistad me permitió descubrir mejor a Pablo O’Higgins, el hombre.

 

Muchas mañanas, me tocó encontrar a un hombre con su mujer y sus hijos, con los brazos adornados de collares y pulseras de colores elaborados la noche anterior. Estas familias de artesanos llegaban a casa de María y Pablo por temporadas, y encontraban hospedaje en el estudio del pintor. Así era Pablo. Las fotografías que se conservan a poco tiempo de su establecimiento en una vecindad en la ciudad de México, lo muestran conviviendo al lado de músicos de la calle, como Rosalío; de cargadores de bultos y costales en los mercados, como Jesús Díaz; y pepenadores, como Don Lupito. De ellos, sus amigos, hizo retratos para sacarlos de su anonimato y que fueran conocidos, admirados y sus nombres fueran mencionados en salas de museos, así como para que sus rostros sean reproducidos  en libros, catálogos y revistas. Así era Pablo y así es María, y a su casa de Coyoacán siguen llegando amigos de Michoacán, de Monterrey, de Tamaulipas, de Cuba, de los Estados Unidos, cuando vienen de viaje a la Ciudad y encuentran cobijo en su casa. Así fue que conocí a la maestra Luz María Segura, la destacada pianista octogenaria, quien casi ciega llegó a vivir meses en casa de María con todo y su piano de cola pocos años antes de morir.

 

 

Su labor artística



Pablo O’Higgins llegó a la ciudad de México en tren, con sus juveniles 20 años, a partir de un contacto epistolar con Diego Rivera y su admiración por un muralismo que recién iniciaba. Empero,  su vínculo con nuestro país venía de tiempo atrás. Desde su juventud había tenido contacto con mexicanos en San Francisco y en San Diego debido al traslado frecuente de su padre, un abogado y juez reconocido en Estados Unidos. Diego Rivera lo retrató cuando era su ayudante, con su piel blanca, sus ojos azules y su cabello dorado, en su mural de la Secretaría de Educación Pública. Su figura se encuentra entre una multitud de campesinos, obreros y trabajadores en una asamblea del primero de mayo. Fue ésta una visión premonitoria de Rivera pues si uno piensa en la obra de Pablo O’Higgins lo primero que viene a la mente es precisamente el entorno y el ambiente campesinos.

 

Pablo dedicó 61 años a la actividad artística. Sus innumerables dibujos y pinturas están distribuidos en museos y colecciones particulares en Europa, Asia y América, principalmente en los Estados Unidos y México. Es autor de 15 obras murales —que juntas hacen más de 2 mil metros cuadrados—, y se encuentran en escuelas y edificios públicos de México y en los Estados Unidos. Hizo alrededor de doscientos grabados, la mayor parte litografías, por lo cual Helga Prignitz lo considera como “el litógrafo más importante del TGP, e incluso del México del siglo XX”. [2]

 

Formó parte de grupos cuyos ideales convocaron a artistas, escritores, músicos y fotógrafos, pero sobre todo dio aliento a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) y al TGP. Los reaccionarios señalaron a estas agrupaciones por hacer  arte panfletario, pero con esta actitud lo que hicieron fue dejar de lado los méritos y aportaciones estéticas de sus obras para dar cuenta de la realidad social y política de su tiempo, misma que los periódicos conservadores de entonces, como ahora, callaban o tergiversaban.

 

 


Su obra y su legado

 

La obra de Pablo O’Higgins, como toda verdadera obra de arte, está impregnada de cualidades estéticas: en la composición armoniosa,en el manejo del color, en la pincelada, y en los trazos magistrales del dibujo que denotan la disciplina de todos los días y sin horarios de oficina.Ademá, Pablo  nos enseña a ver a través de sus ojos con su mirada analítica y reflexiva. Cuando se observa su obra uno no puede quedar indiferente a los mensajes que ha dejado plasmados en cada imagen. Ésta es quizá una de sus mayores cualidades. Su obra interpela, cuestiona y obliga a reflexionar sobre la realidad humana, sobre las injusticias que por desgracia no terminan.

 

En sus murales de los años treinta exalta el derecho de huelga de los trabajadores, mismo derecho que hoy se ve perjudicado  . En su obra gráfica representa el derecho de los trabajadores plasmado en el Artículo 123, y que hoy es  pisoteado. En murales y grabados de esa misma década denuncia la confabulación de magistrados y la oligarquía para prostituir la figura de la justicia. Por eso su obra, como la de otros artistas de su generación, tiene todavía el peso y la vigencia que sigue provocando escozor entre políticos y dirigentes corruptos. Pablo O’Higgins no fue un artista teórico, ni de discursos verbales. Su ideología está situada en otro discurso, el de las imágenes. Era un artista politizado, pero nunca le interesó ser un político.

 

Su obra nos recuerda que hay otro tipo de artistas que no se conforman con mirar de lejos la realidad social y pintar desde la comodidad de un estudio. Para dibujar, para grabar y para pintar con la intensidad que logró Pablo O’Higgins tuvo que internarse en las minas húmedas; recorrer las ladrilleras sofocantes; visitar obras en construcción; asistir a marchas de trabajadores en demanda de sus derechos, y ser testigo de las represiones policiacas a golpe de macana y gases lacrimógenos, hechos que seguimos viendo ahora mismo.

 

Pablo O’Higgins supo mirar hacia afuera, pero sobre todo supo mirar hacia adentro. Por eso sus retratos emanan vida, de tan humanos que son. Allí están los rostros marchitos de campesinos, carcomidos por el sol que les pega de frente cuando se agachan para sembrar o para recoger el fruto de sus cosechas; rostros que en sus miradas acumulan los cansancios del trabajo físico diario y que llevan grabados en la piel surcos como la tierra que cultivan desde niños.

 

Hay un hondo sentido de dignidad y respeto por sus modelos. No podía ser de otro modo porque los hombres y mujeres que vió son los más desamparados, los que visten todo cuanto poseen. Allí esta su “hombre del siglo XX o su mujer de pueblo que conduce a su hijo hacia una ciudad que les es ajena. ¡Cuántos pies desnudos pintó Pablo O’Higgins! ¡Cuántos pies desnudos de niñas y niños, de adultos y de ancianos andando por caminos de tierra suelta, de tierra húmeda, de piedras afiladas, o de tierra endurecida y abrasada por el sol! ¡Cuántos pies desnudos!

 

El propio artista declaró: “Cada pintura es un mensaje. Cualquier detalle por simple que parezca tiene trascendencia social. Son trascendentes el campesino descansando en cuclillas, la niña o el joven acarreando agua, la vendedora de frutas. La chiquilla comiendo con avidez los frijoles, los hombres y las mujeres en las cosechas, las casas, las campiñas […] una niña con pedazos de zalea en la cabeza, un buey negro adornado con moñitos para regalo, un funcionario nativo que entre festones de papel hace un discurso”. [3]

 

Estos testimonios de vida que Pablo O’Higgins presenció fueron anotados en sus libretas de apuntes para después trasladarlos a la tela, a la piedra o a los muros. Tenía plena conciencia de que las cosas cambian, que se transforman. Por eso expresó también: “hay que pintar las cosas de México que algún día desaparecerán”, y confió, pensativo, a un reportero: “me pregunto con frecuencia cuánta vida me queda a mis años y me preocupa saber qué es lo que voy a dejar para México”. [4]

 

Los historiadores, los investigadores y los críticos de arte han hecho su parte en estudiar y difundir la obra de Pablo O’Higgins, pero María, la Jesusita de Pablo, ha hecho más que todos juntos. Ha mantenido viva la obra de su esposo, la ha cuidado y protegido, la ha difundido; ha alentado exposiciones y publicaciones. Por eso cuando se entra en su estudio da la impresión de que él está aún ahí, rodeado por el aroma de la madera y en los frascos de pigmentos a medio llenar que se encuentran ordenados en las repisas; y en las siluetas de calzado de los modelos marcadas en la duela; y en la mesa de trabajo donde permanecen acomodados los tubos de óleo, los pinceles, los platos de peltre y las espátulas para mezclar los colores, da la sensación como si el maestro estuviera tomando un descanso en la habitación contigua. Por ello pienso que este homenaje es también para María de Jesús de la Fuente, la abogada que en su natal Nuevo León fue pionera de la defensoría de mujeres y que como pintora conoció a Pablo con quien habría de compartir ideales, además de su vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas al pie

[1] La muestra tuvo por título: Exposición Homenaje Pablo O’Higgins, artista nacional (1904-1983), e incluyó obra mural, apuntes, óleos, acuarelas, dibujos y estampas. Se presentó en la Sala Nacional, de marzo a abril de 1985.

[2] Helga Prignitz, El Taller de Gráfica Popular en México 1937-1977, México, INBAL-Cenidiap, 1992, p. 214.

[3] Juan Baigts, “O’Higgins, limpio de corazón”, Excélsior. Diorama de la cultura, México, 21 de septiembre de 1980.

[4] Ídem.









Escribe el primer comentario

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *