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El fragor, o por qué el multiverso no importa

Posted on 28 abril, 2022

Amadís Ross
 
 
Texto leído en la mesa "¿Somos el error de la matrix? Teorías de existencia y multiversos", parte del ciclo "Big Brother: discurso político, vigilancia y control" hospedado por la Universidad Autónoma Metropolitana, el 26 de abril de 2022.
 
 
El 24 de octubre de 1946 se tomó la primera fotografía de la Tierra. Fue desde un cohete V2, fabricado por la Alemania nazi pero lanzado a órbita por Estados Unidos. El 24 de diciembre de 1968, el astronauta William Anders del Apolo 8 tomó Salida de la Tierra, primera imagen a color de nuestro planeta, especialmente impresionante gracias a que la Luna se encuentra en primer plano. Nunca antes la humanidad se había visto desde afuera, y mirarse así, como una esfera más en el amplio universo cautivó la imaginación de millones. Luego tenemos La canica azul, de la que Wikipedia dice que “es una famosa fotografía de la Tierra tomada el 7 de diciembre de 1972 por la tripulación de la nave espacial Apolo 17 a una distancia de unos 29.000 kilómetros de la superficie del planeta. Es una de las imágenes más reproducidas en la historia de la humanidad”.(1)
 
 

Fotografía: Ejército de los Estados Unidos, White Sands Missile Range/Applied Physics Laboratory, 1946.


 
Estas fotos poseen cierto valor ritual que sobrecogió a la gente de la época; representan, de cierto modo, un “objeto de contemplación mágica”(2) que conecta con el cosmos, un “ángel de la memoria y de la redención”(3) que nos ayuda a sentir la dimensión humana. La luz reflejada por la Tierra, atrapada en la plata de la película fotográfica, fija no sólo un lugar y un momento sino una épica: la de la especie cruzando las fronteras que habían mantenido contenida a la vida en su rocoso planeta originario.
 
 

Bill Anders, Earthrise, NASA, 1968.


 
El telescopio espacial Hubble, primero en su tipo, fue lanzado en 1990. Este ojo ha atisbado durante tres décadas nuestro vecindario cósmico, regalándonos maravillas como la conocida imagen bautizada Pilares de la creación. Aunque tal vez su contribución más interesante sea el llamado “campo ultraprofundo”, la fotografía expuesta de un sitio que parecía oscuro y que mostró este enjambre de diez mil galaxias. Estamos en espera de las maravillas que nos regalará el telescopio espacial James Webb, pero parece ser que tenemos ya más o menos cartografiado el universo observable.
 
 

Fotografía tomada de un metraje filmado por el Apolo 17, NASA, 1972.


 
¿Y más allá? Bueno, sabemos ahora que nuestro Grupo Local de galaxias forma parte del supercúmulo galáctico de Laniakea, que alberga unas cien mil galaxias, cada una con miles de millones de estrellas. La escala es tan descomunal que, a pesar de imágenes y diagramas, nos resulta prácticamente imposible imaginar tal vastedad. Por ejemplo, todo indica que el centro gravitacional de Laniakea es un fenómeno llamado el Gran Atractor, anomalía que “arrastra a las galaxias en un radio de más de 300 millones de años luz de distancia”.(4) El Gran Atractor, por cierto, es el nombre de uno de los personajes de la novela que estoy escribiendo.
 
 

NASA, Agencia Espacial Europea, Hubble Heritage Team, Pillars of Creation, 2014.


 
¿Cómo abarcar mentalmente manifestaciones de escala tan bestial sin reducirlas a metáforas, o colocarlas en el difuso campo de “lo inconmensurable”, es decir, de lo inimaginable? Estamos en el borde entre la maravilla y el horror, el horror cósmico, tan antiguo como la humanidad. Al ser el ego el fundamento de nuestra experiencia vital, nos cuesta mucho trabajo asumir nuestra diminuta posición en el Universo; y el ancestral temor a lo desconocido pinta de monstruos las tinieblas. Tal vez, pensamos a veces, no debamos hurgar más allá. No sea que molestemos el sueño inmemorial de un dios primigenio.
 
 

NASA y Agencia Espacial Europea, Campo Ultra Profundo, 2004.


 
Esas deberían ser cuestiones centrales en el mundo contemporáneo: qué somos del Universo, o qué del Universo somos. Respaldados por la potencia de la técnica y el modelo actual de desarrollo científico, la especie humana tiene la capacidad para trascender los viejos modelos y alcanzar lo que antes resultaba impensable. Sin embargo nuestra era dista mucho de esta visión idealista. El asombro que deberían causarnos imágenes tan impresionantes como las del Hubble prácticamente se ha extinguido.
 
 

Andrew Z. Colvin, Laniakea, 2018.


 
Hoy el conocimiento se ha transformado en información, que crece apilándose pero no necesariamente nutre nuestro entendimiento del mundo. Hoy nos “apresuramos de una información a la siguiente, de una sensación a la siguiente, sin finalizar jamás nada”.(5) Vivimos continuamente escapando hacia adelante, empujados por la presión para producir y consumir, queriendo siempre algo que no tenemos en este momento. “El capitalismo se basa en la economía del deseo”,(6) por lo que cuando cumplimos lo que queríamos, automáticamente queremos otra cosa, y así de forma interminable hasta el punto de quedar insensibles. Buda, quien centró su visión mística alrededor de nuestra relación con el deseo, estaría muy decepcionado de nosotros.
 
 

Thomas Jarrett, Large Scale Structure in the Local Universe,en The 2MASS Galaxy Catalog, PASA, 2004, p. 396.


 
Estamos saturados, ahítos de imágenes, ideas y conceptos. Como adictos que buscan el disparo de neuromoduladores con cada dosis, el efecto se vuelve menor y menor, al punto de que sólo sentimos placer por brevísimos instantes. Hemos visto tanto que ya nada nos impresiona. La foto de un racimo de galaxias, la de un gato tierno, un chico musculoso o un meme valen lo mismo.
 
 
Vivimos anestesiados, y a la vez en búsqueda permanente por un significado profundo, un atisbo al corazón de las cosas, una razón que alinee y ajuste los miles de elementos disímbolos que componen nuestra existencia. Creemos que bajo la piel de la realidad se esconde una realidad “más real”, por más que percibamos cada elemento como real: es real la esfera azul en la que vivimos, es real es el Gran Atractor que arrastra galaxias, es real la belleza de una chica que vemos en nuestra red social favorita, mostrada pero oculta tras capas de filtros que la vuelven una representación que apela a nuestra fantasía.
 
 

Félix Luque, Nihil ex Nihilo, 2010. Fotografía: Marc Wathieu.


 
En vez del hambre de conocimiento, nos motiva la insatisfacción. Y como el mundo no nos otorga respuestas, caemos en el narcisismo e incluso el solipsismo, el “yo ante todo y encima de todo”, una soberbia que en vez de aliviar nuestra sed interna la exacerba. La ciencia, el arte, la filosofía y la mística son caminos que afirman que vivimos en la más diversa y sorprendente realidad. ¿Por qué entonces no podemos acceder a ella? ¿Por qué se nos escurre entre las manos? A lo mejor, lo que debemos hacer es dejar de preguntarnos esas cosas. Como diría un filósofo austriaco, de lo que no se puede hablar hay que callar.
 
 
Sin embargo, aunque no cuestionemos los grandes temas, la angustia primordial vuelve siempre. Ningún ser humano escapa de sentir en los huesos, de vez en vez, la pregunta central: ¿qué carajos es esto que llamamos vida? La historia de la especie podría clasificarse por cómo hemos lidiado con esta angustia. Personas sensibles, talentosas y visionarias han ensayados respuestas. Nos queda claro que la solidez de tales propuestas es, hasta cierto punto, ilusoria, pero alivian, dan pistas, soportan algunos de nuestros pasos. El problema es que hoy no tenemos tiempo para esas cosas. Nuestro trabajo, inagotable, importa más.
 
 

Sebleouf, Graffiti I was here, not now, Lyon, s/f.


 
Mientras nuestro Yo sea lo único que cuente, ninguna belleza sideral nos moverá al asombro místico. Mucho menos podremos resolver asuntos a escala de la especie entera, como el poder absoluto de las grandes compañías o el calentamiento global. El exceso de imágenes, ideas, vivencias, estímulos y conceptos nos ha vuelto unos niños egoístas y vanidosos, poseedores de un caudal impresionante de información y poderes casi divinos gracias a la ciencia y a la técnica, pero nunca plenos. Si fuéramos plenos, el capitalismo del deseo colapsaría. Se nos necesita insatisfechos en un mundo con la mayor cantidad de recursos en la historia de la especie. Paradojas de la modernidad.
 
 
Coleccionamos desesperadamente medallas invisibles que nos distingan de los demás, modelamos nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestro vestuario para ser únicos, amueblamos con diplomas, tolerancia, diversidad, dinero en el banco, triunfos y likes las habitaciones de nuestro ser para distinguirnos de la masa amorfa, de los otros, iguales en su ínfima estatura. Tanto esfuerzo para descubrir que sucede lo contrario: los humanos somos más parecidos entre nosotros que nunca en la historia. Es la uniformidad del mundo moderno, cada vez más notoria e irreversible.
 
 

Meme encontrado en Internet.


 
En una sociedad profundamente desigual, la experiencia vital es más homogénea que nunca. Decía Andy Warhol a mediados de la década de 1970 que
 
 

Estados Unidos inició la tradición de que los consumidores ricos compran esencialmente las mismas cosas que los pobres. Puedes estar viendo la televisión y ver Coca-Cola, y sabes que el presidente bebe Coca-Cola, Liz Taylor bebe Coca-Cola, y tú también puedes beber Coca-Cola. Una Coca-Cola es una Coca-Cola y ninguna cantidad de dinero puede conseguirte una Coca-Cola mejor que la que bebe el vagabundo de la esquina. Todas las cocas son iguales y todas las cocas son buenas. Liz Taylor lo sabe, el presidente lo sabe, el vagabundo lo sabe y tú lo sabes.(7)

 
 
La uniformidad de la modernidad nos condiciona a pensar y sentir lo mismo. El poder de los tlatoanis o los mandarines era absoluto, pero irrisorio comparado con el de los dueños de empresas como Amazon o Google. Así que, en este oscuro, pesimista e incluso nihilista escenario, resulta natural que el multiverso no importe. Un meme nos mueve más.
 
 

Thomas Hawk, Multiverse.


 
Es un reto monumental atravesar la dura coraza que nos hemos creado y conseguir que alguien se cuestione la naturaleza de la realidad. O al menos resulta así en productos destinados a los grandes públicos. Y eso que el tema de lo real y lo irreal de la realidad es bastante popular. Por ejemplo, en el ámbito de la ciencia ficción tenemos obras maestras como Ubik y Los tres estigmas de Palmer Eldritch de Philip K. Dick o Ghost in the Shell de Mamoru Oshii. Gracias a que urden con habilidad de orfebres elementos estéticos y trascendentales en una estructura narrativa, estas piezas narrativas consiguen transmitir al lector o espectador la angustia que puede sentirse cuando no se sabe exactamente qué es real y qué no. Y al descolocar esa noción que damos por hecha se abren resquicios para cuestionar nuestra propia realidad. Aunque hay que subrayar que para que este tipo de obras nos afecten debemos querer ser movidos en primera instancia.
 
 

Portada de la primera edición de Los tres estigmas de Palmer Eldritch de Philip K. Dick, Doubleday, 1965.


 
¿A dónde quiero llegar? ¿Qué salidas tenemos? Pienso que el primer paso, como sucede con cualquier adicción, es admitir el problema. Estamos enganchados en un ciclo veloz y desalmado que nos sacude de un lado a otro sin que se mueva nada. Pasamos del capitalismo tardío al tecnofeudalismo, y de ahí tal vez transitemos a la economía de guerra cuando el calentamiento global y la escasez de agua permitan a los grandes poderes tomar decisiones drásticas, y nosotros estemos tan convencidos de la legitimidad de nuestro egoísmo que carezcamos de los medios para detener el flujo de los hechos. Somos impotentes místicos e impotentes históricos.
 
 
¿Y ahora? Lo cierto es que tenemos opciones. Por ejemplo, cultivar lo lento, a contrapelo del vértigo incesante. Procurar lo quedo, el murmullo y el silencio. Preguntarnos si no es más seductor y fecundo el dejar a un lado el exhibicionismo pornográfico que hacemos de nuestro ser, y aprender a velar ciertos aspectos, emborronar pasajes, atesorar lo no dicho y lo no mostrado. Aprender el valor de poner atención en una sola cosa por mucho tiempo. Y sobre todo, sumergirnos en las particularidades únicas del país o región que habitamos, aquello que llaman raíces, el núcleo duro que nos da una identidad que resiste la homogeneización dictada por el flujo del capitalismo y la modernidad. Y es que lo humano se juega en la afirmación de su diversidad.(8) Y no sólo la diversidad que nos permite ser individuos libres de elegir, sino la diversidad colectiva de los grupos, los pueblos y las naciones. Si reaprendemos a trabajar conjuntamente, a crear conocimiento de forma colectiva, a rendir el Yo ante el Nosotros, descubriremos la fuerza tectónica que siempre hemos poseído.
 
 

Tezcatlipoca dibujado en el Códice Borgia, lámina 17.


 
Tal vez así, nadando río arriba, negándonos a que el sistema dicte las posibilidades, abriendo brecha con nuestras propia fuerza y habilidad, consigamos crear maneras nuevas de contemplación mágica, de asombro, de ritmos rituales, de magnificencias del mito. Tal vez así el multiverso podrá sobrecogernos en su indescriptible magnificencia. Y posiblemente podamos, al vuelo, capturar una chispa de esta grandeza en una pieza de arte, un haikú, un acorde, en la manera en que vemos a quien nos gusta, en cómo respiramos tras despertar por la mañana. Puede ser.
 
 
 
 
Las imágenes aquí incluídas se amparan bajo la licencia de distribución y uso de Creative Commons.
 
 
 
 
Notas
 

[1] <https://es.wikipedia.org/wiki/La_canica_azul>. Consulta: 25 de abril, 2022.

 

[2] Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, México, Itaca, 2003, p. 55.

 

[3] Byung-Chul Han, No-cosas. Quiebras del mundo de hoy, México, Penguin Random House, 2021, p. 47.

 

[4] <https://es.wikipedia.org/wiki/Gran_Atractor>. Consulta: 25 de abril, 2022.

 

[5] Byung-Chul Han, La desaparición de los rituales, Barcelona, Herder, 2021, p. 18.

 

[6] Ibidem, p. 88.

 

[7] Andy Warhol, The philosophy of Andy Warhol: from A to B and back again, San Diego, Harcourt Brace Jovanovich, 1975, pp. 100 y 101.

 

[8] Bolívar Echeverría, Modernidad y blanquitud, México, Era, 2019, p. 9.

 
 
 
 
 
 

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